Al servicio del bien común - Alfa y Omega

Mucho se ha hablado en las últimas semanas sobre el llamado «giro católico», en alusión a un posible despertar religioso de una sociedad hiperconectada que abraza de nuevo la espiritualidad y se abre a la trascendencia ante la falta de sentido y el vacío existencial. ¿Es el «efecto Rosalía» con su disco Lux, el fenómeno de la película Los domingos o el auge de retiros como Emaús y Effetá un signo de retorno a la fe?

El debate está servido. Frente a las señales que apuntan a un retroceso en el proceso de secularización de la sociedad española, el Informe España 2025 de la Cátedra José María Martín Patino revela que el porcentaje de personas que se declaran sin religión se ha triplicado en dos décadas: del 13,2 % en el año 2000 al 40 % en 2024, alcanzando el 60 % entre los jóvenes. Por su parte, el primer Barómetro sobre religión y creencias en España, elaborado por la Fundación Pluralismo y Convivencia, refleja que la juventud española está cada vez más abierta a lo espiritual, pero al margen de las religiones institucionales.

Más allá de creencias y práctica religiosa, hay un dato empírico cada año sobre la Iglesia católica que trasciende las proyecciones de los análisis demoscópicos. Se trata del número de personas que marcan la casilla de la Iglesia en su declaración de la renta, lo que constituye —de alguna manera— un examen anual para la institución tanto desde el punto de vista de la confianza como de la financiación. Al no disponer de una partida en los presupuestos generales del Estado, la Iglesia recibe cada año a través de la asignación tributaria el 0,7 % de la cuota íntegra del IRPF de los contribuyentes que así lo deciden libremente. De hecho, si nadie marcara dicha casilla, la Iglesia recibiría cero euros por esta vía. 

Foto: Freepik.

En la campaña de 2025, correspondiente al IRPF 2024, más de nueve millones de personas han confiado en la Iglesia católica. Son 106.363 contribuyentes más que en el ejercicio anterior, alcanzando el récord de apoyos en términos absolutos de la historia del sistema. En cambio, el porcentaje de asignación disminuye en 34 centésimas y se sitúa en el 30,08 % de los declarantes —el máximo se alcanzó en 2011 con un 35,71 %—. Se constata que muchos de los nuevos contribuyentes resuelven el trámite de la declaración presentando directamente el borrador elaborado por Hacienda. Y es que el 39,48 % no han marcado ni la casilla de la Iglesia (la número 105) ni la de fines sociales, a pesar de que no tiene coste alguno.

Por su parte, el importe total asignado a favor de la Iglesia asciende hasta los 429 millones de euros, lográndose así también una cifra récord en términos de recaudación. Dicha cantidad supone, de media, el 23 % de los ingresos consolidados de las diócesis españolas y permite anunciar el Evangelio, fomentar la vivencia de la fe y desarrollar una inmensa labor asistencial. 

En este sentido, es importante subrayar que la Iglesia tiene un fin sobrenatural, pero opera en este mundo y, por lo tanto, necesita recursos. El dinero en la Iglesia solo tiene sentido en tanto en cuanto ayuda a hacer posible su misión, nunca como un fin en sí mismo. La Iglesia no busca maximizar beneficios ni enriquecerse, sino llevar la Buena Noticia del Evangelio a toda la creación.

Los resultados expuestos en relación a la asignación tributaria reflejan, por un lado, unos índices de confianza en la Iglesia católica que se mantienen con cierta estabilidad en el tiempo. Frente a un escenario polarizado, donde la «dialéctica de los contrarios» se aleja de la «cultura del encuentro» que tanto promovió el Papa Francisco y ahora impulsa León XIV, la Iglesia católica en España logra que más de nueve millones de personas coincidan en algo. 

La asignación tributaria es un ejemplo del desarrollo de los principios de colaboración del Estado con la Iglesia católica, cuya contribución al bien común desde su propia identidad la sitúa como un agente social de primer orden. Según la última Memoria anual de actividades editada por la Conferencia Episcopal Española, la labor de la Iglesia impacta de forma directa en la generación de 2.375 millones de euros de PIB y, por cada euro de gasto que realiza la Iglesia en el cumplimiento de su misión, se generan 1,65 euros en la economía española. 

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La vivencia de la fe, pues, no es algo abstracto o intangible, sino que se traduce en obras concretas. Una forma de vida desde la entrega de la propia existencia que ve en el otro, especialmente en los más desfavorecidos, el rostro de Cristo. Quizás algo contracultural en una época que tiene entre sus notas definitorias el individualismo y la falta de compromiso, pero que sin duda atrae no solo a los creyentes, sino a cientos de miles de personas de buena voluntad que valoran el papel vertebrador de la Iglesia al servicio de toda la sociedad.

Por otro lado, los resultados de la última declaración de la renta ponen de manifiesto el reto que afronta la Iglesia para llegar a las nuevas generaciones. Hay una gran diferencia entre los más jóvenes, con índices de apoyo inferiores al 20 %, y los mayores de 70 años, cuyo respaldo se aproxima al 50 %. En este camino, hay cifras que invitan a la esperanza: por ejemplo, los contribuyentes de entre 20 y 29 años que han marcado este año la X de la Iglesia en su declaración son 4.627 más que en el ejercicio anterior.  

La Iglesia sigue avanzando en materia de transparencia y buen gobierno para cumplir fielmente su misión en este momento de la historia. Las circunstancias que plantea el reciente Informe Foessa, realizado por Cáritas, exigen cohesión y altura de miras para dar respuesta al «proceso inédito» de fragmentación social en España, que va más allá de la pobreza económica y entronca con fenómenos complejos como la precariedad, la vivienda, la salud, el empleo, la contracción de la clase media y la ruptura de lazos sociales. Una necesidad urgente que parecen haber visto este año más contribuyentes que nunca.