Al llegar de Corea del Norte «las religiosas me parecieron ángeles» - Alfa y Omega

Al llegar de Corea del Norte «las religiosas me parecieron ángeles»

En colaboración con el Gobierno, la Iglesia de Corea del Sur juega un papel fundamental en la acogida y acompañamiento a los refugiados que huyen del régimen dictatorial del norte

Ester Palma González
Palma comparte un rato de juegos de mesa con refugiados en el club que los franciscanos tienen para ellos
Palma comparte un rato de juegos de mesa con refugiados en el club que los franciscanos tienen para ellos. Foto cedida por Ester Palma.

Desde 1948, cuando Corea del Norte y del Sur se convirtieron en países independientes, miles de norcoreanos han intentado escapar del régimen dictatorial del norte. Hasta los 90, solo unos pocos lo lograban. Sin embargo, tras la gran hambruna de los 90 y la muerte de Kim Il Seong en 1994, la huida fue masiva. En 2009 llegaron casi 3.000, el máximo. Hoy ha caído drásticamente por el endurecimiento de las fronteras y las restricciones por la pandemia. El año pasado entraron unos 200 y, en total, son 30.000.

«Hui con mi madre cuando tenía 14 años», nos contó Elena (nombre inventado), joven refugiada norcoreana católica, mientras nos preparábamos para la JMJ de Lisboa 2023. Como para la mayoría, la travesía comenzó pagando a un traficante para cruzar a China. «Tras vivir allí por un tiempo, decidimos arriesgarnos de nuevo para llegar a Corea del Sur». Su viaje cruzando el país y Laos hasta Tailandia no fue nada fácil. Finalmente, en Tailandia se entregaron a la Policía, que las llevó a la Embajada de Corea del Sur. Fueron trasladadas a Seúl. «Al llegar al aeropuerto de Incheon, estás a disposición del Servicio Nacional de Inteligencia (SNI) y llegan los interrogatorios que verifican que verdaderamente eres un refugiado político. Después, tienes que vivir tres meses en un centro y seguir el taller de integración en Corea del Sur».

«Nos fuimos de China por la inseguridad constante. Mi madre quería que yo tuviera una vida mejor. Con las religiosas éramos una verdadera familia».
Elena

Conoció el catolicismo «a través de unas religiosas que me acogieron en el hogar para refugiadas». Para su madre era muy difícil mantenerlas a las dos y, debido a su horario de trabajo tan prolongado, decidió que para su hija era mejor vivir en la casa-hogar de las religiosas. Gracias a la convivencia en la casa decidió bautizarse. Ahora Elena vive sola en una habitación alquilada, tiene un trabajo a tiempo parcial y estudia Historia.

También Mateo y su hermano Pablo (nombres inventados) lograron llegar en 2011, con 11 y 9 años, con su madre. Tres de cada cuatro refugiados norcoreanos son mujeres. «Los hombres están muy vigilados. Lo que ganan no da para nada. Las mujeres son las que mantienen a la familia comprando y vendiendo. Viajar para conseguir la mercancía, sobre todo a China, hace que tengan más oportunidades para preparar la escapada».

—Entonces, ¿tu padre sigue en el norte?

—Sí.

«El traficante nos hizo creer que el río Mekong estaba lleno de cocodrilos. Es mentira; lo hacen para que los niños estén quietos y callados».
Mateo

Se le humedecen los ojos y hay un largo silencio. Una vez en Corea del Sur, estudiando Secundaria en Seúl, un amigo los invitó a su parroquia y los dos hermanos terminaron bautizándose. Son miembros de un club católico de jóvenes norcoreanos dirigido por los franciscanos. A Mateo le encanta correr maratones, leer y sueña con estudiar en Estados Unidos.

En China, las refugiadas norcoreanas se enfrentan a una situación de extrema vulnerabilidad. Viven con el temor constante de ser deportadas y enviadas a campos de reeducación. Muchas caen en redes de trata o son forzadas a prostitución o a matrimonios de conveniencia arreglados por los mismos brokers (traficantes) que facilitaron su escape. «Mi broker me vendió a un chino por cinco dólares», relata una refugiada. «Creo que quería garantizar mi seguridad. Después de unos años me escapé de nuevo». Al llegar al SNI «vi a las religiosas. Me parecieron ángeles. Colaboran con el Gobierno desde la primera fase». Hay «una sala de descanso para los que quieren hablar de sus dificultades. Ellas estaban allí cantando canciones tradicionales de Corea del Norte. Me emocioné muchísimo».

Representantes de las siete religiones de Corea del Sur están recorriendo hasta este viernes los 385 kilómetros de la zona desmilitarizada en torno a la frontera, de Koseong a Injinkak. La peregrinación se enmarca en el 75 aniversario de la guerra. El mes de junio se dedica a la reconciliación
Representantes de las siete religiones de Corea del Sur están recorriendo hasta este viernes los 385 kilómetros de la zona desmilitarizada en torno a la frontera, de Koseong a Injinkak. La peregrinación se enmarca en el 75 aniversario de la guerra. El mes de junio se dedica a la reconciliación. Foto: Ester Palma.

La Iglesia desempeña un papel fundamental en la acogida de los refugiados. Existen unas 20 casas hogar administradas por religiosos para menores o jóvenes refugiados. Además, muchas congregaciones otorgan becas y ayudan en la integración. También hay en Seúl dos clubs católicos para jóvenes norcoreanos. Ofrecen apoyo económico y académico y una red de contención emocional y espiritual. La hermana Stella, salesiana que lleva más de diez años conviviendo con refugiadas, asegura que «lo que más necesitan es ser escuchadas, acogidas. Han dejado atrás muchas veces a toda la familia y no es fácil integrarse aquí». El índice de depresión entre ellos es cinco veces mayor que entre los surcoreanos. El estrés postraumático, nueve. A través de la educación, el acompañamiento y la fe, la Iglesia está siendo un puente entre el dolor del pasado y la esperanza de un nuevo comienzo.