Aitor de la Morena: «¿Qué culpa tiene un protestante o un ortodoxo de los cismas?»
60 años después del decreto del Vaticano II sobre ecumenismo, el responsable de esta delegación en Madrid analiza los avances que se han logrado desde entonces
Se cumplen 60 años del decreto Unitatis redintegratio, llamando a la unidad de los cristianos. ¿Qué cambio supuso en su época?
Ese documento y tantos otros los firmó san Pablo VI como Papa, aunque provenían del Concilio Vaticano II. Tiene como precedente la encíclica Ecclesiam suam, en la que elaboró, también en 1964, el programa de su pontificado en la estela de san Juan XXIII, con esa apertura de la Iglesia a los tiempos modernos y a la vez mirando la comprensión que tiene de sí misma. Unitatis Redintegratio supone una gran novedad. El pasado jueves, en una jornada en la Universidad de San Dámaso, Adolfo González Montes, [obispo emérito de Almería, N. d. R] lo repetía. A lo que estábamos acostumbrados en el catolicismo era a ver a protestantes, ortodoxos y anglicanos como herejes y cismáticos. De creer que todos iban a ir al infierno, a partir de ese documento empezamos a verlos como hermanos.
¿Hasta el día anterior se creía que no había salvación fuera de la Iglesia?
Ya existía un movimiento ecuménico nacido a principios del siglo XX en el ámbito de la Reforma. La Conferencia de Edimburgo de 1910 es el inicio, pero la Iglesia católica lo miraba con un poco de recelo. Quitando iniciativas locales, fue con el Concilio cuando se invita a ir todos a una. ¿Qué culpa tiene un protestante o un ortodoxo del siglo XX de los cismas del siglo XVI o de 1054? No es que se hayan separado de la Iglesia, es que han nacido en una tradición propia de muchos siglos. En el documento se habla mucho de reconciliación y de perdón.
Quieren la unidad con ortodoxos y protestantes, pero ¿cómo se relacionan con otras realidades que puedan incurrir en prácticas sectarias?
Un primer requisito es si reconocemos su Bautismo como válido. Tiene que haber sido con agua y en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Un segundo es que ellos reconozcan el nuestro. El tercero es ver si tienen un discurso anticatólico en su comunidad. A veces decimos que dos no dialogan si uno no quiere. La Iglesia católica hace 60 años que tiende la mano a los hermanos cristianos. Pero si no la cogen sinceramente, no va a avanzar.
¿Sería posible el diálogo con comunidades cismáticas como la de Belorado?
Desde Unitatis redintegratio, estamos por restaurar la unidad en la Iglesia. Hay ese diálogo teológico, relaciones personales, oración común, llamadas de las Iglesias históricas… Pero si alguien acaba de causar un cisma, está todavía en esa situación. El único diálogo posible es que vuelva a la comunión. Son cuestiones que atañen a nuestros pastores y al criterio que ellos den.
¿Orienta el decreto la relación con las religiones no cristianas?
Este documento no. Se le dedicará otro en el Concilio Vaticano II, Nostra aetate. Allí se ve que son dos cosas separadas, aunque muchas veces las delegaciones de las diócesis son de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso. Están juntas por escasez de recursos humanos, pero son dos cosas diferentes. El ecumenismo tiene un fin muy claro según nuestros principios católicos: la restauración de la unidad. Puede parecer utópico, pero ya se ha hecho mucho. En cambio, con las otras religiones los fines son distintos: de amistad, de fraternidad, de trabajar juntos en frentes comunes como la paz, la justicia, la libertad religiosa ante un mundo más secularizado.
Francisco ha reconocido a mártires coptos y está abierto a hacer coincidir nuestra Pascua con la ortodoxa. Y la Iglesia ortodoxa ucraniana ha cambiado su Navidad a nuestras fechas. ¿Es a largo plazo posible una reunificación con al menos estas Iglesias?
Solo Dios sabe cómo es de viable. En el camino ecuménico se trabaja en varios niveles. A un nivel oficial: el Papa, los patriarcas, el arzobispo de Canterbury o el líder de la Federación Luterana Mundial. Eso lo hacen los líderes con gestos de buena voluntad. Por otro lado, está el diálogo teológico con las comisiones que hay. Hay católicos, luteranos, ortodoxos, que analizan con rigor y conciencia diversos temas. En algunas se llega a acuerdos. La típica cuestión que nos ha dividido con los protestantes es si nos justificamos por la fe o las obras. Pero desde 1999 hay un acuerdo con los luteranos y después con los metodistas, anglicanos y otras denominaciones, por el que decimos que la fe quiere manifestarse en las obras. Si se explica todo bien, los dos nos reconocemos. Tanto uno como otros, en el modo de presentarlo, cometíamos un exceso.
¿En qué consiste su labor de delegado?
A otras delegaciones, el arzobispo les encarga una parte de la pastoral. Aquí lo hace con las relaciones diplomáticas. Como no puede llegar a la multitud de eventos en embajadas y templos, voy conla conciencia de que represento al cardenal Cobo. Esto me hace tener que ir con delicadeza y consultar directamente con él las cosas. En ese sentido, es muy bonita esa cercanía con el obispo.A la vez es un poco difícil. Como muchas confesiones tienen ese aspecto internacional, a veces uno se siente más diplomático que sacerdote y es importante no meter la pata. De los eventos que organiza la delegación, el mayor es la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos del 18 al 25 de enero. También es importante cuidar las relaciones con otras confesiones visitando sus iglesias o llamando para saber cómo están porque, donde se puede establecer una amistad, cambia todo.
En el aniversario del decreto conciliar, la Delegación de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso organizó el 14 de noviembre una mesa redonda en la Universidad Eclesiástica San Dámaso junto a Taizé, los focolares, el obispo emérito Adolfo González y la facultad de Teología SEUT. Al día siguiente, una vigilia de oración en la parroquia del Santísimo Redentor.