«El Sur también existe», escribió Mario Benedetti en aquel bello poema que Joan Manuel Serrat inmortalizó en la canción homónima. El Norte es poder, dinero, miedo y prisa. El Sur, pobreza, debilidad, porvenir, esperanza y paciencia. El Norte predica, enseña, fija reglas, supervisa y castiga. El Sur escucha, aprende, sigue órdenes y acepta las imposiciones de los países del Norte.
África también existe y con su sabiduría milenaria tiene mucho que enseñarle al Norte. Yo llegué a pensar que iba a África como misionero a educar, sanar, corregir y salvar. El tiempo me ha enseñado que África es la que me está educando, sanando, corrigiendo y salvando. África te cambia.
Es maravillosa. Rica en su geografía, clima, fauna, vegetación y en recursos naturales. Y, sin embargo, su riqueza más grande es su gente, sus jóvenes y sus niños. África te hipnotiza a primera vista. Te enamora, te rejuvenece. Te llena de vida; te la cambia. Te ayuda a soñar y a darle un nuevo sentido a tu vida. ¡Cuánto estoy aprendiendo a lo largo de estos años de misión! África me ha enseñado que la vida es siempre un don de Dios y una bendición para toda la familia; que el tiempo es para vivirlo y compartirlo, no solo para medirlo, usarlo y hacer dinero; que las personas mayores no se descartan, que ellos con su experiencia nos señalan las estrellas y guían hacia un puerto seguro.
En África la hospitalidad va primero y el trabajo y la eficacia después; se deja todo de lado para recibir a un huésped y nadie es tan pobre en este continente que no tenga nada para dar, como nadie es tan rico que no tenga nada que recibir. En África se cumple especialmente aquello de que caminando solo se va más rápido, pero caminando junto con la comunidad se llega más lejos.
Todo sufrimiento es pasajero y Dios siempre acompaña, porque al dolor hay que abrazarlo mirando al cielo. No importa lo bajo que uno haya caído, porque mientras haya vida y capacidad de soñar siempre hay una oportunidad para salir adelante, siempre hay una razón para seguir esperando.
Concluyo con un detalle de la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Lc. 16, 19-31). En la primera parte el rico-indiferente está arriba y Lázaro-el indigente, abajo. Después de la muerte hay un cambio de posiciones con un abismo que los separa. Os invito a leerla y a sacar vuestras propias conclusiones.