La noticia publicada el pasado mes de julio, en MIT Technology Review, de que «un bebé récord nació de un embrión de más de 30 años» es la ocasión de este comentario. El embrión fue creado en 1994 y donado para la adopción al matrimonio Tim Pierce y Lindsey a través de la agencia Nightlight Christian Adoptions. Este es el tema: la licitud ética de la adopción de embriones crioconservados.
La vida humana es siempre un bien y el nacimiento de Thaddeus Daniel Pierce el 26 de julio pasado es motivo de gran alegría. El criterio rector que sostiene mi posición a favor de la adopción de embriones crioconservados es el bien primario y fundamental que es la vida del embrión, persona humana con dignidad intrínseca. Por tanto, aunque los actos anteriores a la crioconservación sean ilícitos éticamente, no impiden que un acto distinto y posterior a ellos —la adopción— sea, en sí mismo, moralmente bueno.
Es conveniente analizar y distinguir bien los actos humanos implicados, sin entrar en el porqué de la valoración ética de cada uno de ellos. En primer lugar, la fecundación in vitro es una técnica dirigida a conseguir una fertilización del oocito humano fuera de su proceso natural en la unión sexual del hombre y la mujer. Luego, la no transferencia del embrión fecundado in vitro al útero materno es un acto humano en relación con el anterior, pero entitativamente diverso, tanto que puede ser realizado por diferente sujeto.
La crioconservación es otro acto humano diferente de los dos anteriores, que puede ser realizado incluso por otro sujeto diverso de los anteriores. Consiste en una suspensión del desarrollo embrionario mediante congelación a temperaturas muy bajas (-196° C). En el proceso de congelación y en la prolongación de este estado muchos pueden morir y, si permanecen en el congelador por tiempo indefinido, tarde o temprano morirán todos.
La descongelación de embriones es también otro acto diferente de los tres anteriores. Es importante distinguir bien cada uno de los actos humanos. Los tres primeros: fecundación in vitro, no transferencia al útero y congelación del embrión, son en sí mismos éticamente negativos. La descongelación del embrión, acto diferente de los anteriores, puede ser negativo o positivo, dependiendo ello no solo del objeto del acto, sino también de las circunstancias y del fin por el cual la persona actúa. Hay que tener presente que, en la valoración moral de un acto, intervienen siempre tres elementos fundamentales: el objeto del acto, es decir la naturaleza intrínseca al acto mismo; las circunstancias en que el acto se realiza y la persona que actúa y, por último, la intención o fin de la persona que actúa. El acto de descongelación en sí mismo es positivo, en cuanto ofrece la posibilidad de regreso al estado biológico normal. Lo será también por la intencionalidad de quien pretende devolver al embrión a su estado normal de desarrollo en el útero materno. Será, por el contrario, un acto en sí mismo negativo si se hace para manipular o eliminar al embrión, o si descongelado no se le ofrece la posibilidad de un útero, porque, en ese caso, la descongelación sería la causa directa y formal de la muerte del embrión.
En cuanto a la adopción de embriones, también aquí hay que distinguir bien los actos morales que el hombre realiza: no es fecundación in vitro; no es tampoco no haberlo transferido al seno materno y haberlo crioconservado. Es un acto diverso de todos los dos anteriores y, en sí mismo, éticamente positivo. Por ello, la adopción es la única alternativa que permite salvar y desarrollar la vida de algunos de los embriones crioconservados, como es el caso de Thaddeus Daniel Pierce y de otros muchos que personalmente conozco.
Cierto es que a nadie se le puede imponer la adopción, pero tampoco impedir. Tampoco este acto de amor adoptivo implica justificación de los actos negativos anteriores ni afirmación de un proceso «normal»; es diferente de ellos y se hace como medio extremo para salvar el bien principal: la vida del embrión. A una situación ya extrema y negativa, no querida ni justificada por quienes adoptan —en el caso en cuestión por los padres adoptivos Tim Pierce y Lindsey—, estos realizan un acto de amor y generosidad en sí mismo bueno. Del mismo modo que la adopción de un niño ya nacido no justifica el abandono de los padres ni una desestima de la maternidad natural, tampoco en el caso de la adopción de embriones. Cierto, no es la situación ideal para los embriones. Lo ideal sería no haberlos producido artificialmente ni congelado. Y dentro de esta situación ya negativa de la crioconservación, lo ideal sería que la madre que lo encargó —Linda Archerd— hubiera pedido la transferencia a su seno, como, de hecho, posteriormente lo intentó. Pero la falta de todas estas soluciones ideales no debe conducir a tildar de inmoral el acto de generosidad de la madre adoptiva Lindsey, que en algún modo sana estos actos; ni tampoco a impedir este acto de generosidad que es, de hecho, la única vía posible para que el embrión siga su desarrollo vital.
A esta propuesta se suele objetar que la adopción prenatal entra dentro de lo que no es moralmente posible, puesto que los medios para salvar esa vida —transferencia al útero de una mujer que no es la madre del embrión—son desproporcionados, extraordinarios e inmorales. Respondo diciendo que aquí, el primer acto que da lugar a todos los demás —la fecundación in vitro— es desproporcionado, extraordinario e ilegítimo. Ahora bien, asumido esto y buscando solución a esta situación ya existente, hay medios que son proporcionados para salvarlos, y, por tanto, han de considerarse también como legítimos, pues son los que se pueden realizar y se deben realizar. En otras palabras, los términos «desproporcionado y extraordinario» son siempre relativos a la persona que se pretende curar, salvar, ayudar. Para un embrión concebido y gestado en el seno de su madre biológica, sería desproporcionado y extraordinario gestarlo en otro seno. Pero para un embrión congelado que puede ser transferido a un útero que permita su desarrollo, esto resulta proporcionado y ordinario para él. Por otra parte, es inmoral no salvar la vida cuando se dan las condiciones para hacerlo; no es inmoral salvar una vida que puede ser salvada, como cuando hay quien puede proporcionar ese seno y «poner en orden» la situación del pobre embrión, como ha sido el caso de los padres adoptivos de Thaddeus Daniel Pierce, Tim Pierce y Lindsey, a quienes felicitamos.