¿Se imaginan a un primer ministro o un presidente de república que se diseñase un escudo nobiliario para ornamentar su mandato? Estaría totalmente fuera de lugar, y por eso no lo hacen. Pasando al terreno religioso: ¿necesita escudo de armas un sacerdote que haya aceptado el nombramiento de obispo?
A juicio del sacerdote suizo-español Joseph Bonnemain, ordenado obispo de Coira (Chur, en alemán) en febrero de 2021, la respuesta es «no». Por eso anunció de antemano que se limitaría a utilizar, cuando fuese necesario, el elegante escudo de la diócesis, cuya historia se remonta al año 451. Lo mismo hizo el pasado mes de diciembre el nuevo obispo de Vicenza, en la región italiana del Véneto. Don Giuliano Brugnotto adelantó que no utilizaría ni el título de monseñor ni lema ni escudo episcopal «porque no es obligatorio», como ya dijo Pablo VI. La ordenación episcopal de don Giuliano fue presidida por el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, hijo de un ferretero y una maestra, quien fue sacerdote en Vicenza antes de pasar al servicio diplomático del Vaticano.
Algunos símbolos, útiles durante siglos, pueden pasar en algún momento a ser lastres. Pablo VI aceptó la coronación, pero después regaló la triple corona, que ya no se ciñeron ninguno de sus sucesores. Benedicto XVI la retiró de su escudo pontificio, sustituyéndola por una mitra, distintivo de los obispos en lugar de los reyes. Francisco ha retirado el escudo pontificio incluso de la faja blanca de su sotana: le basta con el sencillo remate de flecos dorados.
Cada vez predomina una línea de mayor sencillez. Poco después de su renuncia, Benedicto XVI agradeció al cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo —quien le había ayudado en 2005 a diseñar su escudo papal— la propuesta de diseño de un nuevo escudo como Papa emérito: le dijo que le bastaba con el que ya tenía.
Los escudos de armas empezaron a ponerse de moda en las cortes feudales de la baja Edad Media a partir del siglo XI, y los eclesiásticos adoptaron poco a poco la costumbre a partir del siglo XIII. Continuarla o abandonarla es ahora una decisión libre.