Ya lo decía el propio Rubalcaba: «España entierra muy bien a sus muertos». Y la máxima se ha cumplido con creces en su propio caso. El cierre de filas de prácticamente todos los partidos en plena campaña electoral, tras conocerse el viernes su fallecimiento, ha ofrecido una rara muestra de unidad, e incluso quienes hasta hace no mucho le apodaban «el príncipe de las tinieblas», por escándalos como el GAL o el caso Faisán, reconocían ahora públicamente su condición no solo de hombre de Estado y extraordinario parlamentario, sino de buen hombre que, cuando se apagaban los focos del Congreso, sabía aparcar las diferencias ideológicas y establecer una relación afable con el contrincante.
Ex secretario general del PSOE, exvicepresidente del Gobierno, exministro de Educación y de Presidencia… Tras protagonizar una de las más longevas carreras políticas en España, Alfredo Pérez Rubalcaba supo retirarse con discreción y sencillez para regresar a su antiguo trabajo de profesor de Química en la Universidad Complutense de Madrid. Nunca perdió el interés por la política. Por la gran política. Uno de los últimos grandes foros en que lo demostró fue el congreso Iglesia y sociedad democrática, organizado el pasado mes de octubre por la Fundación Pablo VI con la colaboración de la Conferencia Episcopal (CEE). Allí se reunieron personalidades eclesiásticas y políticas que marcaron la Transición, desde el cardenal Fernando Sebastián, al exministro Marcelino Oreja o la primera vicepresidenta de Zapatero, María Teresa Fernández de la Vega.
Uno de los momentos estelares fue el debate sobre educación que Rubalcaba mantuvo con el cardenal Antonio Cañizares. Todos los gobiernos en los que participó el político cántabro polemizaron de una u otra forma con los obispos a cuenta de las leyes educativas. Sin embargo, aquel encuentro puso el foco en el «gran pacto educativo» que significó el artículo 27 de la Constitución española, que reconoce tanto el derecho universal a la educación como la libertad de elección de los padres, responsables entre otras de decidir «la formación religiosa y moral» que quieren para sus hijos. Por eso Rubalcaba sostenía que los conciertos «son el desarrollo exacto de la Constitución», y se definía como un «gran defensor de este modelo», a pesar de que «este no es un tema tranquilo en la izquierda política». También reivindicaba la necesidad de una asignatura de Religión de oferta obligatoria y libre elección, discrepando eso sí en que tuviera que formar parte del expediente.
«Tuvimos grandes debates, noches en la Moncloa sin llegar a acuerdos», recordó el histórico socialista sobre sus negociaciones con Cañizares en torno a la LOE. «El diálogo no siempre ha sido fácil, pero siempre ha sido bastante productivo», añadió. Y extendió al conjunto de la Conferencia Episcopal y de la Iglesia española los agradecimientos por la «buena relación» mantenida. Todo ello –añadió– gracias a que «compartíamos una aproximación ética» a la cuestión educativa, frente a «otras visiones de carácter tecnocrático».
Adiós a Alfredo Pérez Rubalcaba. Descanse en paz.