Acuerdo histórico Vaticano-China. Un deshielo inevitable
Definirlo como histórico podría parecer redundante. Pero ningún adjetivo describe mejor al acuerdo entre la Santa Sede y la República Popular de China recién firmado. El primer memorándum oficial suscrito por ambas partes en casi 70 años, fruto de décadas de paciente acercamiento. Gracias a él, en el país asiático existirá una Iglesia católica unida. Sus obispos serán fieles al Papa y aprobados por las autoridades de Pekín. Se cierra así una herida aún sangrante, pero que tardará en cicatrizar. El primer paso para un inexorable deshielo político. Una apuesta por la paz en un escenario mundial turbulento, no sin críticas ni malhumores
Era un secreto a voces desde hace meses. Finalmente, el sábado 22 de septiembre en la capital china, quedó firmado el acuerdo provisional sobre el nombramiento de obispos. Ocurrió en la reunión de dos delegaciones encabezadas respectivamente por Antoine Camilleri, subsecretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede y Wang Chao, viceministro de Asuntos Exteriores de la República Popular China.
El acontecimiento fue anunciado ese mismo día en Roma y Pekín. Aunque no se publicó el contenido del documento (detalle que despertó suspicacias), una nota oficial vaticana informó de que regula las designaciones episcopales y otras «cuestiones de gran relevancia» para la vida de la Iglesia, además de «crear las condiciones para una más amplia colaboración a nivel bilateral». También indicó que su aplicación será periódicamente monitoreada, aunque no precisó las modalidades.
El nombramiento de obispos ha sido el punto más complicado en los largos y atormentados contactos bilaterales. Vínculos que no se pueden equiparar con relaciones diplomáticas estables. Al menos por ahora. En sentido estricto, nunca ha existido relación diplomática alguna entre el Vaticano y la República Popular, proclamada por Mao Zedong y el Partido Comunista Chino en 1949. En aquel año y tras la derrota militar, Chiang Kai-shek trasladó el Gobierno de la entonces República de China a la isla de Taiwán. Y se llevó con él las relaciones oficiales con el Vaticano. Por eso, el pequeño Estado papal es hoy él único en Europa que reconoce formalmente al Gobierno taiwanés.
Desde entonces, en la China continental se gestaron dos comunidades católicas distintas: una compuesta por obispos, sacerdotes y fieles dependientes de la llamada Asociación Patriótica, que siempre contó con el beneplácito de las autoridades; y otra, de igual constitución jerárquica pero totalmente fiel a Roma, llamada coloquialmente «subterránea». Una situación única y paradójica. Por eso, durante años, se habló de «dos Iglesias» en territorio chino.
Pero la realidad es diferente. Por eso, algunas semanas atrás, el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, aclaró que nunca existieron dos Iglesias en el país asiático, sino «dos comunidades de fieles que están llamadas a cumplir un camino progresivo de reconciliación hacia la unidad». Un estado de cosas confirmado por la situación de muchos obispos que siendo, fieles al Papa, pertenecían a la Asociación Patriótica.
Desde antes de la famosa Carta a los Católicos de China escrita por Benedicto XVI, el 27 de mayo de 2007, la Santa Sede ya había adoptado una política interna de reconocer a los obispos patrióticos que deseasen entrar en comunión con la Iglesia romana, analizando escrupulosamente caso por caso. De esa manera, inició un proceso de unidad de facto que llevaría –tarde o temprano– a la firma del acuerdo ahora suscrito.
En esa línea, para sanar definitivamente la situación y «con el fin de sostener el Evangelio en China», el Papa decidió el pasado sábado «readmitir en la plena comunión eclesial» a siete obispos cuyas ordenaciones habían sido espurias. También lo hizo con Antonio Tu Shihua, quien antes de morir (el 4 de enero de 2017) había expresado el deseo de reconciliarse con la Sede Apostólica.
Francisco levantó las penas de excomunión que pesaban sobre ellos y dejó definitivamente atrás los años de condenas vaticanas a las ordenaciones episcopales ilegítimas celebradas en territorio chino a instancias de la Asociación Patriótica. Porque, según la ley de la Iglesia, ordenar un obispo sin la aprobación del Pontífice es un delito gravísimo. Y eso ha ocurrido no pocas veces en China en los últimos años.
Además, el Pontífice ordenó la creación de una nueva diócesis con sede en Chengde, dependiente de Pekín, y cuya catedral será la parroquia de Jesús Buen Pastor en la división administrativa de Shuangluan. Gracias al acuerdo alcanzado, a partir de ahora todas las ordenaciones de obispos serán legales. No habrá dos comunidades separadas, ni confusión entre los fieles. Empero, la unidad definitiva será lenta y plagada de insidias.
Esperanzas e incógnitas sobre el futuro
«El Papa Francisco desea que, con las decisiones tomadas, se pueda iniciar un nuevo tiempo que permita superar las heridas del pasado realizando la plena comunión de todos los católicos chinos», abundó la nota vaticana.
Al respecto, el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Greg Burke, sostuvo que el objetivo del convenio «no es político sino pastoral» y constató que este «no es el final del proceso, sino el comienzo». Esto porque, más allá del entusiasmo por un entendimiento largamente buscado, aún se mantienen interrogantes. ¿Qué ocurrirá con la Asociación Patriótica? ¿Será disuelta? ¿Será sustituida por una conferencia episcopal de la China continental? ¿Cuál será el vínculo de los obispos con el Partido Comunista? ¿Lograrán sostener una propia autonomía o mantendrán sumisión al régimen de Pekín?
Por lo pronto, el secretario de Estado y cardenal Parolin destacó la firma como un paso «para la consolidación de la paz» y «del entendimiento entre los pueblos, en estos momentos de grandes, fuertes tensiones internacionales». Y explicó que el objetivo de la Santa Sede es garantizar a la Iglesia en los países «condiciones de mayor libertad, de mayor autonomía» y la posibilidad de una «mejor organización», para que puedan dedicarse al anuncio del Evangelio.
«Se necesita unidad, se necesita confianza, se necesita un nuevo empuje, como también se necesita tener buenos obispos que sean reconocidos por el Papa y por las legítimas autoridades civiles de su país. [El acuerdo] es un instrumento para ayudar en eso, con la colaboración de todos», subrayó Parolin, quien abundó que, a todos los católicos chinos, Francisco los llama a promover la reconciliación con gestos concretos, superando las contraposiciones, sobre todo las tensiones y las incomprensiones más recientes. «De esta manera –dijo– podrán anunciar y testimoniar el Evangelio, y al mismo tiempo contribuir a la construcción de una sociedad justa y armoniosa, manifestar el genuino amor a la patria y también ayudar para que se pueda construir un porvenir de paz y de concordia entre todos los pueblos».
Con esas palabras, el purpurado se refirió indirectamente a las duras críticas que, dentro y fuera de China, se lanzaron contra el acuerdo, incluso cuando este era solo una eventualidad. Uno de los más acérrimos detractores es el cardenal Joseph Zen Ze-kiun, arzobispo emérito de Hong Kong, quien llegó a acusar al propio Parolin de haber cometido «una increíble traición».
En una entrevista con la Agencia Central de Noticias de Taiwán (CNA por sus siglas en inglés), calificó de «ingenuo» al Papa, señaló que el acuerdo «no servirá para nada» al Vaticano y mostró preocupación porque, detrás del uso del término «provisional» en el texto, se puedan esconder «agendas ocultas».
Según reportan diversas fuentes, la firma del convenio ha sido recibida entre esperanza y tristeza por las comunidades católicas en la China continental, que piden la publicación del documento. Aunque los más críticos la califican directamente de «sumisión a la dictadura China». Mientras tanto, la diplomacia de Taiwán lleva semanas en la tarea de sensibilizar el entorno vaticano para evitar perder a su único aliado europeo.
En lo que respecta a Taiwán, los interlocutores vaticanos han hecho saber a la Embajada ante la Santa Sede de este país que una ruptura de los vínculos institucionales con la isla no está sobre la mesa del Papa. Pero los funcionarios de Taiwán no están del todo tranquilos. Ya se abrió una ventana. Tarde o temprano la Santa Sede y la República Popular China discutirán seriamente la posibilidad de oficializar su relación diplomática. El primer paso ya está dado. Es el inicio formal del deshielo chino.
Entre las voces contrarias al acuerdo entre la Santa Sede y China, destaca la de un obispo chino, implicado en esta cuestión durante el pontificado de Benedicto XVI. En declaraciones a Alfa y Omega, lamenta que el acuerdo «no afirma que el Papa tenga el derecho y la libertad de nombrar obispos en China. El Gobierno le ofrecerá nombres de candidatos para que dé su opinión. Si dice que no, la carga de la prueba recaerá en la Santa Sede y el Gobierno tiene derecho a juzgar si acepta o no sus razones». De esta cesión –pronostica– se derivarán consecuencias negativas: las comunidades católicas se abrirán al relativismo, y se fomentará que los seminaristas, sacerdotes y fieles traten de complacer a las autoridades chinas para conseguir beneficios. Además, ha «herido los sentimientos y limita aún más la libertad» de los católicos más comprometidos con la evangelización.
«Aún habrá sufrimiento –reconoce el italiano Antonio Sergianni, misionero con 24 años de experiencia en China–. Pero si persiste un clima de confianza, las dificultades se superarán». El sacerdote opina que «el acuerdo pone de manifiesto todo su sentido si nos referimos a la carta de Benedicto XVI en 2007», que hablaba «abiertamente de este diálogo». También cree que, con este acontecimiento, ha dado fruto el sufrimiento de muchos chinos. «Su dolor sigue siendo un tesoro precioso».