Acogida familiar: ni capricho, ni caridad, sino vocación de paternidad. Cuando la cigüeña tiene otros apellidos
Todos sabemos que a los niños no los trae la cigüeña desde París, pero algunos sí llegan a casa de forma poco convencional, y no hablamos sólo de menores adoptados: son los hijos de las familias de acogida, menores que no pueden vivir junto a sus padres biológicos, pero que encuentran un hogar cuando una familia les abre las puertas de su casa y de su vida, en un camino no exento de dificultades. La próxima semana, cientos de familias de acogida de toda España compartirán sus experiencias y analizarán los pormenores del anteproyecto de Ley de la Infancia, en el Congreso El interés superior del niño, que organizan la Asociación Estatal de Acogimiento Familiar y la Asociación de Acogedores de Menores de Madrid, con el apoyo de la Universidad CEU San Pablo
«Me lo contaban unos padres de acogida. Ellos, con dos hijos biológicos, habían decidido acoger a otros dos niños, que provenían de un entorno complicado y arrastraban muchas heridas afectivas. Una noche, los hijos biológicos se plantaron delante de sus padres y les dijeron que estaban cansados de los otros dos y de los problemas que a veces generaban, y que querían que se fueran de casa. Los padres pidieron a sus hijos que les acompañaran a la habitación en la que dormían los dos hijos de acogida, y les dijeron: ¿Veis cómo están dormidos? Ahora se tumban en la cama, tranquilos y estirados. ¿Os acordáis de cómo dormían al principio? Pues mirad si les está cambiando la vida vuestro cariño. Porque, al principio de ser acogidos, los dos hermanos dormían hechos un ovillo, sin estirarse, acurrucados en una esquina y pegados a la pared, por miedo». Quien narra esta historia es doña Paloma Fernández, presidenta de ASEAF, la Asociación Estatal de Acogimiento Familiar, una de las entidades promotoras del Congreso El interés superior del niño, que se celebrará en Madrid los próximos 19 y 20 de noviembre, y que busca «analizar cómo podemos ayudar mejor a los niños de acogida, y dar a conocer qué es el acogimiento familiar, porque esta forma de paternidad es desconocida para muchos».
En efecto, como señala doña Paloma Fernández –que no sólo es presidenta de ASEAF, sino que también ha tenido dos hijos de acogida–, «hoy, todo el mundo sabe en qué consiste la adopción y, por eso, en España hay tantas adopciones (somos el segundo país del mundo en número de adopciones, después de Estados Unidos), mientras que, como casi nadie sabe qué es el acogimiento, hay más de 15.000 niños en centros de acogida, y hay quienes elevan mucho esta cifra, porque, como todo depende de las Comunidades, hay mucho descontrol».
Acoger no es igual que adoptar
La gran diferencia entre la adopción y la acogida familiar estriba en que, al adoptar, el niño pasa a estar íntegramente bajo la tutela y el cuidado de los padres adoptivos y, a todos los efectos, es como un hijo biológico: tiene sus apellidos, desaparecen los vínculos jurídicos, personales y familiares con la familia de origen, etc. Sin embargo, el acogimiento «es una medida de protección, por la que un menor en situación de riesgo o desamparo, que no puede o no debe vivir con su familia biológica, es tutelado por la Administración, pero pasa a integrarse con una familia de acogida, que produce la plena participación del menor en la vida de la familia», como explican desde ASEAF. Y todo, manteniendo el vínculo entre el menor y su familia biológica, a través de visitas supervisadas por la Administración.
Una llamada a la paternidad
De hecho, el horizonte del acogimiento es que el niño vuelva con sus padres biológicos o, al menos, siga en contacto con ellos cuando sea mayor de edad. Así, los hijos de acogida mantienen los vínculos con su familia natural, incluso su apellido, pero viven el día a día de su nuevo hogar, como un miembro más de esa familia.
Este contacto entre ambas familias, lejos de generar una esquizofrenia afectiva, puede ser muy positivo si se hace bien. Como explica doña Teresa Díaz Tártalo, vicepresidenta de la asociación Familias para la Acogida, antropóloga y directora del Centro de Estudios del Menor de la Universidad CEU San Pablo, «el que las dos familias tengan relación da al niño una estabilidad emocional y le permite una continuidad biográfica que contribuye mucho a su bienestar», y, además, «permite a los padres comprender mejor la auténtica naturaleza de cualquier tipo de paternidad, que no debe definirse por el anhelo de posesión, sino por el acompañamiento paciente y desinteresado al hijo que nos ha sido confiado». Por eso, «para que el menor no lo viva de modo esquizofrénico, ambas familias han de darse espacio, procurar no ocupar una el espacio de la otra, y valorarse mutuamente aunque no se conozcan, para que el menor no experimente conflictos de lealtad y pueda pertenecer a las dos familias. Los niños son capaces de hacerlo: lo malo es que no sientan que pertenecen a alguien, eso sí es un problema».
Por desgracia, si una familia de acogida no tiene claro el camino que emprende, o si su motivación es buscar un atajo para adoptar, hacer una acción caritativa, o «responder a unas carencias que ellos tienen o a unos esquemas preestablecidos, es fácil que las cosas acaben mal», pues «los problemas acabarán dando la cara antes o después». Y, en esos casos, el mayor perjudicado es el niño, que en ocasiones sufre el abandono de sus padres biológicos y, además, un segundo y más doloroso golpe cuando su familia de acogida reconoce tarde su equívoco, constata que no pueden convivir con él y terminan por devolverlo a la Administración, que es quien tiene la tutela del menor y vela por su bien.
Muchas heridas que sanar
Doña Teresa es madre de dos hijos biológicos y de un menor de acogida, de 4 años, y ya lo ha sido con anterioridad de otro niño que volvió con sus padres. Además, es impulsora de la Casa de la Almudena, en la que viven varias familias de acogida –entre ellas, la suya– para ayudar mejor a los acogidos. Por eso, sabe que «la acogida no es un capricho, ni un atajo para adoptar, sino una vocación de paternidad muy especial». Como reconoce, «el matrimonio vive a ese acogido como un hijo más, pero no de la misma forma que a un hijo natural, sino diferente. Los padres acogedores saben que existen unos padres biológicos, que siguen siendo padres del niño, y que existe la posibilidad de un retorno del menor a ellos. Eso no significa que el niño sea un hijo de segunda; y, de hecho, cuando un niño entra en una familia que lo acoge, aunque después tenga la suerte de volver con la suya de origen, sigue formando parte de la familia de acogida».
Díaz Tártalo explica que la vocación para ser familia de acogida no es para todos, y que exige saber cuáles son y cómo superar las dificultades: «En la mayoría de los casos, un acogimiento no tiene por qué conllevar dificultades serias si se tiene claro a qué barco se sube, y se hace acompañado de un buen equipo. Lo temerario es meterse en esta aventura sin una red de apoyo. Los niños pueden venir con heridas grandes (trastornos del vínculo, el dolor de no entender qué ha pasado para verse separados de su familia de origen, maltrato, abusos…) y, con frecuencia, al ignorar las complejas razones que hacen que un padre no pueda cuidar de su hijo (enfermedad, drogodependencia, maltrato, cárcel…), los niños tienden a culparse a sí mismos de no ser dignos del cuidado de sus padres». Por eso es tan importante, como recuerda doña Paloma Fernández, que «la Administración conozca en profundidad esta situación y destine suficientes recursos, porque hablamos de niños. En los centros de acogida hay buenos profesionales, pero los niños necesitan besos y cuidados y atención en exclusiva, y eso no se lo pueden dar en un centro».
A fin de cuentas, y como explica la Presidenta de ASEAF, la acogida familiar «se trata de un acto de justicia. Nosotros no somos los héroes y ellos las víctimas. Nosotros sólo damos a los niños lo que se merecen: un hogar, una familia, una estabilidad y mucho cariño y cuidados. La acogida busca generar dos sentimientos en los niños: el de pertenencia y el de permanencia, o sea, el saber y sentir que son parte de una familia y que lo son para siempre. Un hijo de acogida necesita y merece muchísimo cariño. Y aunque en el acogimiento hay complicaciones, estoy convencida, por mi experiencia y por la de tantas familias que forman ASEAF, que el cariño todo lo vence».
El Congreso El interés superior del niño está organizado por las asociaciones de familias de acogida de toda España, coordinadas por ASEAF y por la Asociación de Acogedores de Menores de la Comunidad de Madrid, en colaboración con el Ministerio de Sanidad y con el apoyo de la Universidad CEU San Pablo. Entre sus objetivos, destaca el análisis del anteproyecto de la Ley de Infancia, una de las propuestas más esperadas del Ejecutivo, que ahonda en la senda aprobada en 2006 para que ningún niño menor de 6 años pase por un centro de acogida. A través de ponencias de expertos y apoyados en las últimas investigaciones europeas, los organizadores quieren «evidenciar la importancia de las vivencias de la primera infancia en la formación del mapa cerebral», y señalar que, incluso desde el punto de vista económico, es mejor que los niños vivan en familia.