«Abrir las escuelas debe ser la prioridad absoluta»
El cierre de los colegios está lastrando a las futuras generaciones de muchos países. Analizamos a partir de dos informes del Vaticano los estragos de este paréntesis educativo sin precedentes que ha disparado los trastornos psicológicos
Los niños de Perú sumarán dos años sin pisar la escuela cuando regresen a las aulas en marzo. En Uganda han estado cerradas durante 306 días. En Ecuador solo uno de cada cuatro ha vuelto a las clases presenciales desde que se detectó el primer caso de coronavirus. Y en Nueva Delhi, la capital de la India, han decretado nuevamente el cierre de los colegios. Son solo algunos ejemplos de un panorama desolador que pone a los menores frente a una crisis sin precedentes. No han sufrido el zarpazo directo de la enfermedad, pero el hambre y la pérdida de acceso a la educación es una sombra que acecha a millones de niños en todo el mundo.
La Comisión vaticana COVID-19 ha publicado el estudio titulado Infancia y COVID-19. Las víctimas más vulnerables de la pandemia con datos que evidencian que, para muchos, el colegio no es solo el lugar al que acuden a estudiar sino su principal o única fuente de alimentación. «En 2020, los siete millones de nuevos casos de desnutrición aguda en niños menores de 5 años provocaron la muerte de unos 10.000 al mes, el 80 % de ellos en el África subsahariana y el sur de Asia», se lee en el documento. Para muchos padres el alimento que sus hijos recibían en el colegio era un aliciente para mandarlos allí. Con la crisis económica que azota a las familias, muchas los han puesto a trabajar para tener un ingreso extra. Son cifras que escuecen. Este paréntesis educativo ha disparado la violencia doméstica en un 40 % y los servicios de prevención y respuesta a estos episodios «se han interrumpido para 1.800 millones de niños», según el informe.
La Pontificia Academia para la Vida del Vaticano ha publicado de forma paralela otro estudio titulado Niños y adolescentes en el tiempo de COVID-19 que recaba algunos datos sobre el impacto de la pandemia en la educación. En los países del sur la tasa de abandono escolar «ha aumentado de forma alarmante» y se «calcula que al menos diez millones de niños en el mundo no volverán nunca a la escuela». «En el documento afirmamos una idea muy clara: las escuelas deben permanecer abiertas. Debe ser la prioridad absoluta de la política porque sin formación no hay futuro», asegura Vincenzo Paglia presidente del organismo que firma la autoría del informe.
• La Comisión vaticana COVID-19 cifra en más de cinco millones los niños que, hasta el 30 de septiembre de 2021, perdieron debido a la pandemia al menos a uno de sus padres, abuelos o cuidadores, y pide financiar la asistencia psicosocial para hacer frente a ese trauma.
• La Pontificia Academia para la Vida del Vaticano, por su parte, constata que se han multiplicado los «trastornos de ansiedad, depresión y estrés» a causa de la pandemia, y advierte del riesgo de que, al mantener cerradas las escuelas, los niños sean «reabsorbidos por problemas sociales que los conducen al trabajo de menores y a la explotación».
La prolongada clausura de los colegios y de las clases ordinarias empeorará una situación ya de por sí nefasta: en 2019, solo el 16 % de los alumnos de primero de Primaria en los colegios rurales de India sabía leer un texto de ese nivel, según datos de la OCDE. La didáctica a distancia solo aumenta la brecha social. Son pocos los países como Uruguay que implantaron la política Una tableta por niño. En la mayoría, las herramientas digitales están fuera del alcance de muchos menores y, quienes cuentan con los dispositivos digitales, a menudo tienen dificultades para seguir los vídeos que se les envían por teléfono. «Lo vemos en Italia, no todas las familias tienen un ordenador y en muchas zonas la conexión es inexistente. Conozco a algunos chicos que han tenido que seguir las lecciones telemáticas con el teléfono porque en casa no tenían ordenadores. Imagínese cómo es la situación de desastrosa en otros países donde la pobreza está más extendida», asegura el obispo italiano, que también incide en el riesgo de que se experimente una regresión importante en las habilidades escolares, sobre todo, en las familias sin posibilidad de apoyar a sus hijos en casa.
No se trata de eliminar completamente la tecnología de las aulas, sino de usarla fomentando la relación entre el alumno y el profesor y la de los alumnos entre ellos. «Educar no es solo trasmitir nociones. Los conceptos se aclaran casi siempre con el diálogo y la argumentación», asegura Paglia, quien también indica que la cultura y la educación son los mejores aliados para contrastar el pesimismo y la desconfianza y «para derrotar la mentalidad contra las vacunas, que se nutre de fanatismo, ignorancia y populismo».
El estudio vaticano también incide en las consecuencias que ha tenido la restricción del juego al aire libre que, entre otras cosas, ha provocado una sobreestimulación de las áreas que expresan tristeza y miedo, lo que provoca efectos negativos en el desarrollo del niño. «Cuando los niños van al colegio, también corren y juegan en el patio», asegura el obispo italiano. Además de disminuir la actividad física y las destrezas sociales, «aumenta el tiempo que pasan delante de las pantallas» con la consecuente adicción a internet, a los videojuegos o a la televisión. Además, cada vez más, las consultas psiquiátricas se llenan de casos de jóvenes con daños físicos autoinfligidos para regular el dolor emocional. «Veremos las secuelas psicológicas de la pandemia», asegura Paglia. Desgarros en el alma que no pueden ser infravalorados.