«Abril es el mes más cruel...»
Así empieza el poema más revolucionario del siglo XX, La tierra baldía, de T. S. Eliot. Este año celebramos el 50 aniversario de la muerte del poeta norteamericano, que se nacionalizó inglés en 1927, el mismo año de su conversión al anglocatolicismo. Virginia Woolf, su amiga del grupo de Bloomsbury, falló en su vaticinio: predijo que su cristianismo sería de corto recorrido. Sin embargo, hasta el año de su muerte, la fe de Eliot siguió madurando. Su vida fue un largo tiro de flecha que no menguó en velocidad a medida que se aproximaba el final de sus días. Recojo aquí un pequeño tributo a La tierra baldía, porque, si es cierto que son 434 versos difíciles, necesitados del auxilio de las notas que el mismo autor escribiera, en ellos se percibe un estado de alerta frente a la desaparición de una civilización que abandona sus raíces espirituales.
Estos días nos hemos visto sacudidos por las declaraciones del arzobispo de Ferrara, Luigi Negri, dirigiéndose a un Occidente que lee pasivamente las noticias de masacres contra los cristianos y se calla, una sociedad anestesiada, «una sociedad moribunda que no tiene ni siquiera la capacidad de una auténtica revisión crítica de la propia vida». Justamente, el término moribundo es el adecuado para entender el poema de Eliot. La obra nació tras la devastadora experiencia de la Gran Guerra: ¿iba a ser un conflicto mundial la expresión última de lo que podía ofrecer el hombre del siglo XX?
La sociedad se encontraba sin nutrientes, «engendrando lilas de la tierra muerta…, nutriendo escasa vida con tubérculos secos». Según la profesora Viorica Patea, el inicio del poema –«Abril es el mes más cruel»– alude a otro famoso comienzo, el de los Cuentos de Canterbury, de Chaucer, en el que asocia la llegada de la primavera y el renacimiento de la naturaleza con la celebración del amor, el estallido de las energías vitales y el ansia de renovación espiritual a través de las peregrinaciones. Sin embrago, la primavera de Eliot no da fruto, es cruel. La Humanidad se parece a semillas dormidas que son inconscientes de su identidad espiritual. Para Eliot, el pecado del hombre moderno está en un vacío que necesita ser llenado de una profunda verdad, no rellenado de cualquier cosa.