A vueltas con el origen de Colón - Alfa y Omega

El pasado 12 de octubre, coincidiendo con la festividad de Nuestra Señora del Pilar y el día de la Hispanidad, RTVE emitió un documental titulado Colón ADN. Su verdadero origen. Sus promotores, dirigidos por el doctor José Antonio Lorente, catedrático de Medicina Legal y Forense de la Universidad de Granada, anunciaron que serían desvelados dos de los principales enigmas sobre la vida de Cristóbal Colón: su origen y el lugar de su enterramiento. Sin embargo, el tan anunciado programa ha dejado un desencanto generalizado entre investigadores y estudiosos por la falta absoluta de pruebas y datos contrastados, que necesariamente deben fundamentar cualquier conclusión científica.

¿Cómo podemos entonces reescribir la historia? No disponemos de ninguna prueba para aceptar que Colón fue un judío del Levante español. En los días siguientes a la emisión de Colón ADN un abultado número de expertos genetistas y forenses de diversas partes del mundo se ha manifestado en contra de tales hipótesis, que muy dificilmente pueden encontrarse en la información genética.

Además, las afirmaciones de Colón ADN obligarían a desechar la teoría más ampliamente aceptada del origen genovés de Colón, a pesar de que disponemos de datos históricos documentados que respaldan sólidamente la genovesidad del Almirante de las Indias. Junto con contemporáneos y cronistas que así lo dijeron, Colón manifestó en la institución de mayorazgo de 1498 «siendo yo nacido en Génova», documento en el que también dio instrucciones a su hijo Diego para que sostuviera «en la ciudad de Génova una persona de nuestro linaje». Por otra parte, en momentos de dificultades de gobernación en el Nuevo Mundo se describió como un «pobre extranjero envidiado». Más explícitamente nos lo indicó en su relato del cuarto viaje al escribir: «¿Quién creerá que un pobre extranjero se hubiese de alzar […] contra vuestras altezas sin causa, sin brazo de otro príncipe y estando solo entre sus vasallos y naturales y teniento todos mis hijos en su real Corte?».

A lo anterior hay que añadir el testimonio de su hijo segundo, Hernando Colón, inserto en sus últimas voluntades, donde explica ser «hijo de don Cristóbal Colón, genovés, primer almirante que descubrió las Indias», documento de absoluto carácter familiar que desecha cualquier intencionalidad distinta a la estrictamente privada.

Dado que las limitaciones de este breve texto no me permiten extenderme en otras referencias significativas, para concluir citaré un conjunto documental de extraordinaria importancia, los autos de los conocidos como «pleitos colombinos» que tuvieron lugar entre los descendientes inmediatos de Colón y la Corona durante más de 30 años (hasta 1541). Pues bien, a lo largo del proceso existe una constante argumental en la que machaconamente coincidieron los fiscales de la Corona y la familia Colón: la extranjería del primer Almirante de las Indias. Por un lado, los distintos fiscales que se sucedieron en el tiempo argumentaron que, dado que Colón era extranjero, no súbdito, ni vasallo ni vecino, ni morador de los reinos de los monarcas que con él contrataron, los cargos que le habían sido otorgados en las Capitulaciones de Santa Fe previas al viaje del descubrimiento, eran nulos por contravenir la legislación. En contra, la defensa colombina mantuvo la obligatoriedad de lo acordado con los Reyes Católicos precisamente por su calidad de extranjero. Y entre los numerosos escritos presentados destaca uno muy explícito, redactado por Hernando Colón —según yo misma he podido identificar por su letra— quien argumenta que de nada sirve decir que los extranjeros no pueden tener oficios en el Nuevo Mundo puesto que en el momento de firmarse las Capitulaciones, en las Indias tan extranjero era «un castellano como un genovés».

Por otra parte, no podemos dejar de comentar el supuesto origen judío de Colón. Hemos mencionado las importantes prevenciones que esta afirmación presenta. La riqueza genética de toda la cuenca mediterránea ha dejado sin duda una huella en nuestra herencia y con seguridad buena parte de nosotros tendrá por sus venas sangre de este antiguo pueblo. Una cuestión muy distinta y mucho más importante es lo que puede suponer esto sobre la religiosidad de Cristóbal Colón.

La lectura de los numerosos escritos suyos de que disponemos muestran que fue un convencido cristiano. Es significativo el comienzo del diario de su primera navegación de 1492: «In nomine Domini nostri Iesu Christi» y la justificación del propio descubrimiento gracias a la voluntad de «Nuestro Señor Todopoderoso».

Tanto en Portugal como en España, Colón se mantuvo cerca de centros religiosos: asistía a Misa —como «buen cristiano», explica fray Bartolomé de las Casas— en el monasterio de Todos los Santos de Lisboa, donde conoció a la que sería su mujer y madre de Diego, Felipa Moñiz de Perestrello. Como es sabido, fallecida su mujer, Colón y su hijo Diego, muy niño, pasaron a España en busca de apoyo para su proyecto de navegación. En el monasterio franciscano de La Rábida, Colón encontró acogida y, entre su comunidad, destacan dos importantes frailes en los que confió y de los que recibió transcendental ayuda: Antonio de Marchena y Juan Pérez. Otro religioso, el dominico fray Diego de Deza, prior del convento de San Esteban y catedrático de Teología en Salamanca, obispo de Palencia y luego arzobispo de Sevilla, se constituyó como uno de los principales protectores de Colón y defensor de su proyecto. El padre De las Casas, también dominico, nos describe la religiosidad del almirante en su Historia de las Indias: «En las cosas de la religión cristiana, sin duda era católico y de mucha devoción; casi en cada cosa que hacía y decía, anteponía “en el nombre de la Santa Trinidad haré esto”. En cualquier carta escribía […] “Iesu cum Maria sit nobis in via” [Jesús con María esté en nuestro camino, N. d. R.] […] ayunaba los ayunos de la Iglesia […] confesaba muchas veces y comulgaba, rezaba todas las horas canónicas como eclesiásticos y religiosos». Aquel que en 1493, de regreso a la península en peligro de muerte por la terrible tormenta que anegaba las frágiles naves, encomendó su alma y la de sus hombres a la Virgen, prometiendo asistir en romería a Nuestra Señora de Guadalupe, a Santa María de Loreto en Ancora (Italia) y a Santa Clara de Moguer, acabaría sus días bastantes años después, en 1506, en Valladolid, arropado según su deseo por el hábito franciscano, del que «fue siempre devoto».