«A veces uno es egoísta y esto te abre»
Jóvenes de distintos puntos de España participan en la cuarta edición del campo de voluntariado de la Delegación de Jóvenes de la archidiócesis de Madrid y Cáritas Diocesana de Madrid
Clara (20 años) buscaba algo «muy tocho» de voluntariado para hacer este verano, «ir a África» o así, pero donde ha terminado poniendo en juego su corazón ha sido en Madrid, con sus «abuelos» de la residencia Fundación Santa Lucía. Igual les ha pasado a Hugo y Mer (19 años) con los niños de Cañada Real, o a Shuang y Dani (20 y 23 años) con las personas sin hogar de CEDIA 24 horas. Junto a otros siete jóvenes (doce en total de Barcelona, Bilbao, Guadalajara y Madrid) han participado durante la primera quincena de julio en el campo de voluntariado de la Delegación de Jóvenes de la archidiócesis de Madrid y Cáritas Diocesana de Madrid, acercándose a las realidades sociales con las que trabaja la entidad.
Es una oportunidad, explica la delegada de Jóvenes, Laura Moreno, de «brindarse al servicio de los demás, sobre todo en situaciones de contraste social». Asimismo, aprenden a convivir y pueden madurar a través de «experiencias formativas, todas con una dimensión de apertura al otro, de mirar las injusticias para poner el granito de arena que tiene cada uno» desde una opción trascendente.
«A veces uno es egoísta, y esto te abre», reconoce Dani mientras él y Shuang se preparan para salir a su penúltimo día de voluntariado. «Es una lección de humildad», agrega la joven, que, al lado de las personas sin hogar, se ha dado cuenta de que «tienes muchos prejuicios cuando las ves en la calle, pero las conoces y son un encanto». Y continúa: «Valoras mucho más lo que tienes. A veces me quejo por tonterías, pero esta gente, en su situación, siempre intenta sacar la parte positiva con una sonrisa». En CEDIA, los voluntarios han aportado «frescura» a los residentes, apunta Rebeca Martínez, la directora, «felices de que chavales jóvenes estén con ellos». Además de charlar, acompañarlos en el almuerzo y la comida o jugar a juegos de mesa, los han llevado a la piscina, al Teleférico, al Parque de Atracciones… «Me da mucha pena que se acabe» y, por eso, Shuang ya está haciendo campaña para que sus amigos se apunten el año que viene a una experiencia que este 2022 celebraba su cuarta edición.
Shuang y Dani han hecho amistad con personas como Gustavo, que llegó de Colombia en diciembre pasado. Se quedó sin ahorros, sin trabajo, sin red familiar de apoyo y llevaba dos meses en la calle hasta que aterrizó en CEDIA. «La mayoría de la gente viene por iniciativa propia o por el boca a boca», cuenta Rebeca. Desde que está en el centro, a Gustavo «la vida me ha cambiado; aquí todo es especial». Le gustan las normas, los voluntarios «son una excelencia», tiene «mucha fe y mucha esperanza» en el futuro porque sabe que «no me puedo acomodar» y expresa de manera gráfica que hay problemas, «pero no nos podemos montar en ellos». A él lo que le impulsa es una «hija hermosa que tengo en Colombia» que acaba de celebrar su fiesta de los 15 años. Este es el gran y único dolor de Gustavo: no haberla podido acompañar.
Como todos los residentes de CEDIA, Gustavo tiene su vida en la lavandería. Allí, en unas bolsas grandes de color azul, depositan todos sus enseres cuando ingresan en este recurso de acogida de emergencia temporal; lo de diario lo guardan en las taquillas de los dormitorios. Pueden ducharse, lavar la ropa, utilizar la sala de ordenadores para buscar trabajo, hablar con un psicólogo… Pero lo más importante es que «aquí los llamamos por su nombre», concluye la directora. Muchas de sus historias habrán salido en el rato de oración que cada noche han tenido los voluntarios en su campamento base, el Centro Juvenil Santa María de la Cabeza. Como resume Dani, «nunca había vivido nada tan intenso».