¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna - Alfa y Omega

¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna

Sábado de la 3ª Semana de Pascua / Juan 6, 60‐69

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Juan 6, 60‐69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:

«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:

«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.

Y dijo:

«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce:

«¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó:

«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».

Comentario

«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Algunos discípulos responden así ante todo el discurso sobre el pan de vida. ¿Por qué es duro el discurso sobre la eucaristía?

En parte porque comer su cuerpo y beber su sangre comprendido en un sentido literal, de su cuerpo físico mortal, es intolerable desde un punto de vista moral. Es posible que muchos discípulos simplones se escandalizasen por lo que parecía la promoción del canibalismo. Pero no creo que Juan quisiera recoger esa resistencia ingenua. Cuando Juan escribe su evangelio hace muchas décadas que Cristo ha muerto, y la comunidad cristiana que escucha ese evangelio lo hace en las eucaristías. En ese momento todos identifican el cuerpo y la sangre de Cristo en el pan y vino eucarísticos.

Sin embargo, es posible que la dureza que experimentasen esas primeras comunidades fuera precisamente la contraria: si los discípulos de Jesús se escandalizaban con la idea de comer la carne y beber la sangre, es muy posible que las comunidades de los primeros siglos se escandalizasen al ver sólo el pan y el vino. De ese escándalo no andamos nosotros lejos. De todas las formas que Cristo habría podido tener de permanecer en nuestra vida la eucaristía es la forma menos notoria de hacerlo. El cuerpo y la sangre de Cristo —la vida de la persona que anisamos encontrar— aparece para nosotros en simples formas de pan y vino. Ante todas las situaciones de nuestra vida —el sufrimiento y la alegría, el dolor y la celebración— los cristianos solo tenemos el pan y el vino. ¡Qué duro resulta ofrecer a un moribundo tan solo un trozo de pan para darle la esperanza en la vida eterna! ¡Qué duro es tratar de apoyar la unión eterna de dos esposos en un poco de pan y un poco de vino! Y, con todo, sólo nos queda responder con Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».