¿A quién sirves? - Alfa y Omega

¿A quién sirves?

25º Domingo del tiempo ordinario / Lucas 16, 1-13

Sara de la Torre
'El dinero del tributo' (detalle), de Tiziano. Galería de Pinturas de los Maestros Antiguos, Dresde (Alemania)
El dinero del tributo (detalle), de Tiziano. Galería de Pinturas de los Maestros Antiguos, Dresde (Alemania). Foto: Sailko.

Evangelio: Lucas 16, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:

“¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él contestó: “Cien fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta”. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Comentario

El Evangelio de este domingo presenta un pasaje que no suele resultar cómodo: el de un administrador acusado de malgastar los bienes de su amo, que al verse en apuros reacciona con rapidez y astucia para asegurarse el futuro. Lo desconcertante es que Jesús parece alabar su conducta. Pero, ¿es así? Quizá lo que resalta no es su injusticia, sino su sagacidad para actuar con decisión en una situación difícil.

El pasaje nos invita a mirarnos en un espejo incómodo. Jesús constata que los hijos de este mundo suelen ser más hábiles en sus negocios que los hijos de la luz en las cosas del Reino. Y nos interpela con fuerza: ¿con qué pasión vivimos nuestra fe? ¿Ponemos la misma inteligencia y creatividad en hacer el bien que otros ponen en defender sus intereses? El Señor no quiere que seamos injustos, sino sagaces; no corruptos, sino lúcidos y valientes a la hora de tomar decisiones que construyan vida y esperanza.

El dinero aparece como un elemento central. Jesús dice que con el «dinero injusto» debemos ganar amigos. No se trata de comprar voluntades, sino de usar los bienes para sembrar fraternidad y ayuda. El dinero no es malo en sí; lo malo es absolutizarlo, dejar que nos domine, convertirlo en ídolo. Dios nos confía lo que tenemos como administradores, no como dueños. Y nos pedirá cuentas del uso que hemos hecho.

El administrador fue infiel a su amo, pero supo aliviar la carga de quienes estaban endeudados. En aquel contexto, los intereses abusivos eran un peso insoportable para los campesinos. Al reducir esas deudas, aunque por interés, actuó de un modo que sus contemporáneos percibieron como un gesto de justicia. Jesús no aplaude su engaño, pero sí su habilidad para abrirse camino. Y a nosotros nos enseña que en un mundo marcado muchas veces por la corrupción, también los discípulos necesitamos audacia, imaginación y coherencia para vivir nuestra fe con autenticidad.

El mensaje se va volviendo más exigente en los últimos versículos. Jesús afirma que si no somos fieles en lo pequeño —los bienes materiales—, ¿cómo podremos recibir lo grande, lo eterno? Y concluye tajante: «Nadie puede servir a dos señores […]. No podéis servir a Dios y al dinero». Aquí está el corazón de la enseñanza. No se trata de un consejo, sino de una decisión radical. O servimos a Dios, o terminamos sirviendo al dinero. Y este, cuando ocupa el centro, se convierte en dios falso que esclaviza.

Estas palabras son especialmente actuales. En nuestro mundo la economía parece regirlo todo y tantos sufren por carecer de lo básico mientras otros acumulan en exceso. Hablar del dinero exige cuidado y respeto, sin herir a quienes luchan por una vida digna. Pero al mismo tiempo, el Evangelio pide valentía para denunciar la idolatría y recordar que los bienes son medio, nunca fin. El Papa Francisco lo resumía con claridad: Jesús nos invita a elegir entre dos estilos de vida. El de la mundanidad, hecho de trampas, abusos y egoísmo; y el del Evangelio, que se caracteriza por la honestidad, la justicia, la alegría sencilla y el servicio. Esa es la verdadera astucia cristiana: usar con inteligencia lo que tenemos para amar, compartir, construir. Es un mensaje que nos ayuda a revisar dónde ponemos el corazón. ¿En el dinero, que ofrece seguridad pasajera, o en Dios, que nos abre a una vida plena y eterna? Ojalá elijamos al único Señor que merece ser servido.