A quien se plantea el dilema - Alfa y Omega

El día 5 de abril de 1971 Le Nouvel Observateur publicó el Manifiesto de las 343. Nacido de la pluma de Simone de Beauvoir, certificaba que el aborto era la clave desde la que comprender el drama identitario de las mujeres. En pleno debate sobre la cuestión otra mujer, la periodista Oriana Fallaci, publicó su Carta a un niño que no llegó a nacer. La protagonista de esta carta es una mujer interpelada por la incertidumbre que aqueja sus decisiones morales. Se trata de una mujer enfrentada al dilema de dar la vida o negarla, que descubre su derecho a la maternidad por relación con la vida que late en su vientre. Su embarazo no es ni un accidente ni un castigo. La libertad sin sentido moral, sostenía Fallaci, no es libertad, sino libertinaje. En palabras del cardenal Ratzinger, la libertad desvinculada no es libertad, sino anarquía. Y en la medida en que nos acercamos a la anarquía, más rozamos la esclavitud. Algo así escribió ante la muerte de Beauvoir otra italiana, Antonieta Macciochi.

En la pluma de Oriana Fallaci la emancipación de la mujer no pasaba por liberarse de la vida arraigada en su útero. ¿Será que el aborto es concebido por algunos como un acto de reparación? ¿Será que la emancipación de la mujer pasa por su liberación de la maternidad? Tampoco parece que esa supuesta emancipación pase por diluir el vínculo entre padre y madre. Como bien dice Mulieris dignitatem, es «la mujer la que paga por este común engendrar que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y de su alma». Y si es así, por qué no exigir que «el hombre sea plenamente consciente de que en este ser padres en común, él contrae una deuda especial con la mujer». La concepción no es un acto individual, sino dual, que desde el primer momento genera una tríada. La gestación es una relación comunitaria que genera unos deberes de cuidado, desde el embarazo en adelante, como apunta Amoris laetitia. Quizás si consiguiéramos profundizar en esta dimensión, el aborto podría dejar de ser visto, como insistía Oriana Fallaci, como la única repuesta al castigo que algunos consideran que la naturaleza ha impuesto a la mujer por el mero hecho de serlo.