«A Alepo vuelven familias, pero otras se siguen yendo»
Ayuda a la Iglesia Necesitada lanza una campaña para que las iglesias sirias puedan seguir ofreciendo recursos básicos, como alimentación y alojamiento, a muchas familias cristianas. Está en juego la supervivencia del cristianismo en el país
El miércoles se han cumplido dos años de la salida de la zona oriental de Alepo de los últimos rebeldes atrincherados. «Entonces llegó la alegría. Estábamos viviendo en la oscuridad». Existencial y física, porque no había «luz, agua ni comunicaciones. Cuando se marcharon los terroristas la gente empezó a respirar. Celebramos una Navidad muy buena», recuerda a Alfa y Omega monseñor Antoine Chahda, obispo sirocatólico de la ciudad, de visita esta semana en España.
Ahora la ciudad vive una tranquilidad relativa. Dentro de unos días, los fieles sirocatólicos festejarán la Navidad en una catedral recién restaurada. Un misil la dejó gravemente dañada, con un muro casi totalmente derruido, en septiembre de 2012. «Antes de arreglar las iglesias, nos apresuramos a garantizar que funcionaran los centros pastorales para reanimar nuestros grupos (juveniles, scouts, de oración, de mujeres…). Asegurar la formación religiosa de los niños y jóvenes» y ofrecerles un entorno seguro donde pasar el tiempo libre era la prioridad.
Con todo, y a pesar de que la ciudad –también los hogares musulmanes– ya está llena de adornos, esta Navidad la alegría seguirá sin ser plena. «Cristo quiere venir a una casa llena de paz», apunta el obispo. Y Siria no lo es. A punto de cumplirse ocho años de un conflicto que ha causado medio millón de muertes, este año todavía deja un balance de 5.000. Ni siquiera Alepo está totalmente libre de violencia. «Al norte quedan algunos terroristas –dice monseñor Chahda–. El Ejército les hace frente pero siguen atacando, aunque sea mínimamente, con misiles. Pero en la zona cristiana no ha caído ninguno. Llegan desde Idlib», el bastión yihadista que es el último gran foco de la guerra, a solo 60 kilómetros de Alepo.
Monseñor Chahda se describe como una persona optimista: cree que la guerra acabará. «Pero no puedo decir si pronto». Hace unos días, participó en una reunión de 25 embajadores en la Embajada de Polonia en Roma. «Me dieron la palabra, y dije: “Acuso a Turquía, Estados Unidos, Rusia, Irán… Ustedes tienen la solución en sus manos. Por favor, transmitan a sus dirigentes que ya basta de derramar sangre y de fabricar armas para matar a nuestra gente”». Después, en un vis a vis con el embajador turco –país que apoya a los grupos rebeldes–, le rogó que dijera al presidente Erdogan que «el obispo de Alepo le pide que llegue a un acuerdo con Rusia [principal valedor del Gobierno de Al Assad] para solucionar la situación de Idlib y parar la guerra».
Del 10 % al 4 %
Con cinco millones y medio de refugiados –sobre todo en los países limítrofes– y seis millones de desplazados internos, en los últimos meses se ha constatado el regreso a sus hogares de varias decenas de miles de refugiados y desplazados. Pero al mismo tiempo –advierte el obispo– todavía sigue habiendo familias que dejan las ciudades ante la falta de medios de subsistencia. No perciben en sus ciudades de origen una normalidad suficiente, si por ella se entiende que «la gente pueda volver a una casa restaurada, reabrir su negocio y ganar dinero para alimentar a sus hijos». Entre los escombros de Alepo o de Homs empiezan a surgir pequeñas tiendas. Pero tres cuartas partes de la población siria viven por debajo del umbral de la pobreza. La mayoría de familias cristianas depende de la ayuda de las iglesias locales.
Sostener su esfuerzo es la razón de que la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN, por sus siglas en inglés) dedique a Siria su campaña de Navidad, en colaboración con la cadena COPE. Como ocurrió cuando el Daesh arrasó la llanura de Nínive, en Irak, y desplazó a toda la población cristiana, se trata de una campaña dirigida a paliar la emergencia humanitaria, mayor en este caso por la extensión y duración del conflicto. Es algo vital para «que las familias puedan permanecer en el país y, por tanto, para la supervivencia del cristianismo en la región», subraya Raquel Martín, responsable de comunicación de ACN España. Desde 2011, los cristianos han pasado de ser el 10 % al 4 % de la población: menos de 700.000 personas.
Con el lema Indestructibles en la fe, la campaña recaudará fondos para financiar 130 proyectos, principalmente de alojamiento –ayudas al alquiler–, alimentación –por ejemplo, leche para 750 familias–, educación para 7.340 niños y jóvenes, y asistencia médica. Esta ayuda no se centra solo en las grandes ciudades. También es fundamental en Marmarita, la principal población de Wadi al Nasara, el Valle de los Cristianos; una zona de veraneo donde muchos buscaron refugio. Allí, la parroquia de San Pedro sostiene diariamente a 2.000 personas como Rasha y sus hijos. «Llegaron en 2012, junto a su marido, huyendo de Damasco –narra Martín–. Pero el marido murió en un bombardeo y ella se quedó sola con los niños. Afirma que sin su fe habría muerto, y como agradecimiento al apoyo que recibe de la Iglesia va cada mañana a coordinar las ayudas a otros desplazados como ella». A estos proyectos se suman los habituales de sostenimiento y formación de agentes de pastoral, y una incipiente apuesta por la reconstrucción de casas y templos, incluida la catedral sirocatólica de Alepo.
Catequistas… y psicólogos
Otra prioridad para la Iglesia local, y por ello para ACN, es la sanación psicológica y espiritual. «Tenemos el corazón herido –dice monseñor Chahda–. Hemos perdido a muchos mártires, a niños y jóvenes. En una sola noche dos misiles derribaron dos edificios enteros con familias católicas. Todos los que vivimos en Alepo nos hemos enfermado con tantos bombardeos, día y noche, durante cinco años. ¡Fue horroroso! Yo, en mi cuarto, me escondía detrás de la puerta. Cualquier trozo de metralla podía matarte. Ahora, me sobresalto ante el más mínimo ruido».
Según la ONG Save the Children, siete de cada diez niños sirios sufren estrés postraumático. Además de organizar salidas y campamentos para ellos, para jóvenes y para familias, la Iglesia se ha dado cuenta de que necesitaba ofrecer una atención especializada. Así nació en octubre el proyecto del Buen Samaritano, que durante 15 días forma en el Líbano, con expertos en sanación de traumas, a cristianos comprometidos de Alepo y Homs. Martín estuvo con ellos, y constató que hacía mucha falta: «Los catequistas comentaban que no podían dar catequesis ni hacer nada porque los niños estaban como paralizados. Hacía falta, primero, que fueran sacando todo lo que llevan dentro».
Una de las prioridades para la Iglesia en Siria durante estos años de guerra ha sido que el conflicto no hiciera saltar por los aires el rico «mosaico» que siempre ha supuesto la convivencia entre musulmanes y cristianos. «Los terroristas quisieron obligar a los mismos musulmanes a vivir el fanatismo. Los musulmanes liberales dicen que esa no es su religión. Nosotros vamos a creerlos. Y ojalá algún día todo el islam llegue a creer en el amor, el perdón, la alegría y la paz», anhela monseñor Antoine Chahda, obispo sirocatólico de Alepo.
El obispo cree que se están dando algunos pasos en esa dirección. «En Siria se ha escuchado al gran muftí, Ahmad Badr al-Din Hassoun, perdonar públicamente» e interceder por los asesinos de su hijo Saria, tiroteado cuando salía de la universidad en 2011. «¡Es un cambio! En el islam no hay perdón». El obispo relaciona este giro con el testimonio de las comunidades cristianas, que a pesar de su propia necesidad no han dudado en llevar camiones llenos de ayuda a los campos de desplazados que rodean Alepo. «Los niños venían corriendo y nos llamaban abouna, padre. Y una persona le dijo al vicario apostólico de Alepo, monseñor Abu Jázem: “Por primera vez estamos sintiendo lo que es el amor. Y nos está llegando de vosotros, los cristianos”».
Para el obispo, esta lección es la aportación más importante que puede hacer la Iglesia para la reconstrucción espiritual y social de Siria. «Es la evangelización que queremos hacer: enseñar que el amor no tiene fronteras y que nosotros somos amigos; para que poco a poco puedan cambiar su manera de pensar».
El arzobispo Cyril Vasil, secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales, advierte de que el regreso de los refugiados sirios está condicionado a la ayuda internacional para la reconstrucción del país
Para que los refugiados regresen a Siria es necesario «crear los presupuestos para una nueva vida». En el caso de los cristianos y miembros de otras minorías, deben «tener la seguridad de que no van a ser perseguidos». Pero además «un padre necesita una escuela a la que poder llevar a sus hijos, encontrar un trabajo para mantener a su familia, ayuda para reconstruir su casa…».
El jesuita esloveno Cyril Vasil es consciente de que existen muchos y buenos argumentos para incentivar el regreso de los cristianos sirios. «Las autoridades eclesiales les invitan a no abandonar su tierra, porque después recuperar esa presencia cristiana va a ser difícil». E incluso «los gobernantes musulmanes más ilustrados aprecian la presencia de los cristianos orientales, en quienes reconocen un factor de estabilidad y equilibrio para toda la sociedad», añade.
Y están los países vecinos, que desean antes que nadie que se produzca el retorno. «En Europa hablamos de las dificultades en la acogida de migrantes y refugiados, pero pensemos en el Líbano, que acoge a un millón de sirios con una población de solo cuatro millones», ilustra Vasil en conversación con este semanario, tras una reciente conferencia en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad San Dámaso de Madrid.
Conciliar todos esos intereses con las necesidades de una familia que debe en muchos casos rehacer su vida a partir de cero «solo es posible si la comunidad internacional se muestra solidaria y ayuda a la sociedad siria», añade el alto responsable vaticano. Se trata –advierte– de una reconstrucción económica, pero también «humana y social», que requerirá un tiempo antes de que pueda verse «el renacer de una país sobre la base de la paz y la tolerancia recíproca».