Pau Vidal trabaja en un campo de refugiados en Sudán del Sur: «La sombra del genocidio está muy presente»
Estar en un campo de refugiados es «tocar el fracaso de la humanidad en toda su crudeza». El jesuita Pau Vidal nació hace 40 años en Barcelona y hace cinco se ordenó sacerdote. Lleva desde 2014 en el país más joven del mundo, en el que miles de personas han muerto y millones han abandonado su casa debido a la guerra civil surgida tras la independencia. El conflicto, que empezó como una lucha de poder entre el presidente Kiir y el exvicepresidente Machar, se tornó rápidamente en una pugna entre las dos etnias que representan: los dinkas y los nuers. «La sombra de un genocidio está muy presente», advierte. Aunque no hay que olvidar los intereses movidos por el petróleo, abundante en el país. Hace un mes el Gobierno reconoció una situación de hambruna sin precedentes
Llevaban 50 años de guerra con Sudán y cuando consiguen la independencia vuelven a las armas, esta vez entre los propios sursudaneses. ¿Qué pasa aquí?
El problema procede de las élites corruptas, sedientas de poder y riquezas, que han llevado a este bello país de nuevo a la guerra, esta vez entre facciones y etnias.
Hasta la seguridad que representa el Ejército ha desaparecido. Según un informe estadounidense los soldados están cobrándose por la fuerza lo que el Gobierno no paga.
El Gobierno no ofrece los servicios básicos, ni tampoco paga a sus funcionarios. En este contexto, sin duda una persona con un arma (aunque sea un soldado o un policía) es más una amenaza que una protección para la población civil. A menudo es el mismo Gobierno el agresor.
¿Quiénes son los refugiados en Sudán del Sur?
Trabajamos con 135.000 refugiados de Sudán (norte) que se marcharon de su país por los bombardeos de su Gobierno. También trabajamos con la comunidad local, muy afectada por la guerra civil.
¿Cómo es la vida en un campo de refugiados?
Dura. Lo más difícil del tiempo de exilio es el recuerdo de las brutalidades sufridas, la pérdida de seres queridos y, sobre todo, la incertidumbre. Vivir aquí es tocar el fracaso de un mundo injusto y unas dinámicas de poder y progreso inhumanas que generan millones de refugiados.
Pero usted también dice que entre tanto fracaso hay luz y esperanza…
Las vidas de los refugiados no son solo dolor, abandono, violencia, sino también, extrañamente, vidas marcadas por la alegría, la sanación, la celebración y la belleza.
¿Cuál es el objetivo del Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) en el proyecto?
Aquí en Maban, el SJR, con el apoyo de Entreculturas y otras organizaciones hermanas, ayudamos a los más vulnerables con apoyo psicosocial y a los jóvenes con actividades recreativas. También apostamos por la educación y la actividad pastoral.
¿Cómo se acompaña pastoralmente en una situación de guerra?
Yo ando cada día de la mano de mi Diosito refugiado. La experiencia de desplazamiento es fundamental en la Biblia; no se puede entender el núcleo de la fe cristiana sin entender y vivir de alguna manera la apuesta que Dios hace por los pobres, migrantes y desplazados. Desde esta certeza intento acompañar al pueblo refugiado.
A finales de febrero el Gobierno declaró la hambruna en varias zonas del norte. ¿Qué factores se han dado para llegar a tal punto?
Esta situación alarmante de hambruna, con más de cinco millones de personas en riesgo, ha sido sin duda provocada por la guerra. El desplazamiento de más de tres millones de personas les ha arrebatado la posibilidad de cultivar sus tierras y alimentar a sus familias. Además, hay una economía colapsada, con una inflación disparada, la moneda local depreciada salvajemente y, por consiguiente, los precios de productos básicos desorbitados. Esto, junto con la sequía, da como resultado una crisis humanitaria descomunal (la peor de todo el continente). Hay zonas en las que la situación es irreversible, sobre todo si las armas no callan y no se permite el acceso de la ayuda humanitaria.
Hambre, violencia y guerra. ¿Cómo sobrevive usted?
Yo me siento un privilegiado por poder estar cerca de los pobres y descubrir el rostro de Cristo en ellos. Los obispos de Sudán del Sur informaron hace poco en una nota de una posible visita del Papa, y eso nos llena de esperanza. Ojalá que los corazones de piedra se tornen en corazones de amor, perdón y reconciliación. El pueblo inocente sursudanés está harto de tanta guerra y desea la paz.
Cristina Sánchez Aguilar
en colaboración con Entreculturas