Sólo el perdón nos hace libres
El que la hace, la paga: así funciona la justicia habitualmente. Sin embargo, se abre paso una nueva forma de juzgar el delito: la justicia restaurativa, que mira el dolor de las víctimas y también el de los agresores, una justicia que llega al corazón y busca perdonar, liberar y sanar las heridas de todos
Circula por Internet un vídeo en el que se muestra al asesino de 48 mujeres escuchando, tras el juicio que le condenó a cadena perpetua, las palabras de los familiares de las víctimas: mucha rabia, mucho odio y resentimiento…, hasta que el padre de una de aquellas mujeres, mirándolo a la cara, le dijo: «Señor, hay personas aquí que le odian. Yo no. Usted ha hecho que sea difícil cumplir con mis creencias. Dios dice que debemos perdonar. Estás perdonado». Y el asesino se echó a llorar conmovido… Lo que no habían conseguido los reproches y las condenas, lo consiguió el perdón.
¿Es posible perdonar? ¿Hasta dónde ha de llegar el perdón? ¿Se pueden curar las heridas de las víctimas? ¿Y se pueden curar, también, las heridas de los agresores? Justicia reparativa o restaurativa, sanación interior, redención del corazón, reinserción íntegra…: es una forma de juzgar los delitos que va más allá de pagar por el mal cometido y cumplir una pena. Se trata de llegar al corazón de víctimas y agresores. Consiste en organizar encuentros indirectos a través de Confraternidad carcelaria, en los que una víctima se reúne con un preso condenado por ese mismo delito, para que ambos puedan conocer de cerca el daño causado, así como la historia que ha llevado al preso a delinquir. Se trata de ofrecer sanación de las heridas a través del diálogo, y que, al final, víctima y agresor puedan reconocer: Ya no tengo odio dentro de mí.
«En todo el mundo funciona la justicia retributiva: yo hago algo mal, violo una norma, y debo cumplir una pena. Robo una bicicleta: un mes en la cárcel; mato a un hombre: varios años…», explica Marcella Reni, Presidenta de Confraternidad carcelaria en Italia, que lleva adelante el Proyecto Árbol sicómoro de justicia retributiva en su país. «La justicia restaurativa, en cambio, no se centra en la violación de una norma –afirma–, sino en la persona y en la reparación del daño. Por ejemplo, si robo una bicicleta, no voy a la cárcel, sino que llevo a la persona a la que he robado a la escuela durante un año, buscando reparar el daño. Esto acerca a las personas, en lugar de alejarlas; además, evita el conflicto, sana las relaciones e integra al agresor en la comunidad».
La justicia restaurativa nació en Canadá en 1974, se ha extendido por Iberoamérica y empieza a introducirse en Europa a través de Italia. En la actualidad, la Unión Europa ha financiado, en siete países, estos encuentros entre víctimas y victimarios, en un proyecto que se llama Building Bridges. Diálogos restaurativos entre víctimas y delincuentes. En España, este proyecto está a punto de comenzar en las cárceles de Estremera y Navalcarnero.
Ahora me siento libre
«La justicia reparativa funciona sobre el hombre. Y funciona porque cura las heridas. En cambio, la justicia a la que estamos acostumbrados –justicia retributiva: el mal se castiga con una pena– ni repara ni cura las heridas. Lo que nosotros buscamos es que la persona que ha hecho un mal sea restaurada, y vuelva a integrarse en la comunidad», señala Marcella Reni.
Es camino exigente y doloroso para quien ha cometido un delito, «porque, cuando se dan cuenta del daño que han hecho, es algo muy doloroso. En Italia, por ejemplo, muchos jóvenes vinculados a la mafia asesinan sin saber en realidad lo que están haciendo, porque viven en una espiral de mal. Cuando se dan cuenta de lo que han hecho, muchas veces se desmoronan, y hace falta ayudarlos a levantarse. Y cuando perciben que pueden salir de esa espiral, estos hombres renacen, y renacen también sus familias». Y pone como ejemplo a dos familias sicilianas enemigas que llevaban años asesinándose entre ellas, y que, después de que dos de sus miembros entraran en el programa, acabaron haciendo las paces.
Esta sanación se extiende también a las propias víctimas, que tienen asimismo necesidad de un proceso de liberación del rencor que muchas veces sufren. «Hemos experimentado que si un homicida entiende el daño que ha causado, y lo entiende gracias a conocer de cerca el dolor de los familiares de la víctima, entonces los familiares adquieren una serenidad que no tenían antes», argumenta Marcella, que recuerda especialmente el caso de un hombre a quien la Mafia asesinó a su hijo; él quería venganza, y pedía la cadena perpetua para los asesinos de su hijo. Gracias al Programa Árbol sicómoro, fue a la cárcel y se encontró varios hombres presos por el mismo delito; cuando conoció la historia de aquellos hombres, todas las desgracias familiares y toda la violencia que habían vivido, se dio cuenta de su error. «Este padre comprendió que aquellos chicos también tenían una dignidad que se les había arrebatado. Salió de la cárcel diciendo: No me interesa ya que los asesinos de mi hijo estén en la cárcel toda la vida. Ahora me siento libre, vosotros me habéis liberado, porque ya no tengo odio dentro de mí. Me siento como si me hubieran devuelto a mi hijo», recuerda Marcella Reni.
Cuando el corazón está inundado por el odio, el mal y el deseo de venganza, se convierte en la cárcel más oscura del mundo. ¿Cómo liberarlo? Perdonando, dando más vida y haciendo el bien. Como ese padre, que cada año, en el aniversario de la muerte de su hijo, adopta un niño de una mujer en riesgo de aborto y corre con sus gastos durante tres años.
En diciembre pasado murió en Madrid Sor Mari Luz, Hija de la Caridad, que dedicó muchos años de su vida a visitar a los presos de las cárceles españolas con un solo mensaje: Dios te quiere, y te quiere mucho. Fueron los propios presos los que le asignaron el mote de Sor Tripi, porque decían que sus visitas a la cárcel les transmitían más energía que consumir drogas. ¿Por qué lo hacía? Ella misma nos lo contaba, hace no mucho tiempo, en las páginas de Alfa y Omega:
«Lo importante es que se sientan amados por Él. Yo voy a hablarles de Dios, voy a las cárceles y hablo con los presos; leo con ellos la Biblia: No temas, eres precioso para mí, yo te amo. Y ellos me dicen: Pero si soy un miserable… Y les contesto: Nada de eso, para Dios tú eres su hijo amado. Dios quiere que tú seas feliz, con Él. Decirles que Dios los ama es la mejor evangelización.
Me levanto a las cuatro de la mañana para hacer oración y luego ir a las cárceles. San Pablo dice: ¿Cómo van a creer, si nadie se lo anuncia? Por eso, si uno ama a Dios, habla de Él a los demás. Si tienes un encuentro con Jesucristo, tienes que darlo a los demás. ¡Muchos mueren tristes y amargados por no conocer a Dios!».
Yo quiero un Jesús que perdona
El perdón cura, hace caer las torres que levanta el orgullo, y levanta al hijo más pródigo. Como el más grande traficante de drogas del mundo, al que llaman el príncipe, preso en Roma, que también ha participado en este proyecto, «y ha entendido cuánto dolor ha sembrado en muchas familias, sólo por su deseo de tener dinero –cuenta Marcella–. Tras encontrarse con una madre que le había manifestado todo su dolor por la muerte de su hijo y la adicción de su hija, ambos por la droga, se arrepintió de todo el mal que había hecho».
Es un recorrido muy difícil, y que a veces lleva a lugares insospechados, como un delincuente que, después de participar en el programa, reconocía: «Yo ya me había confesado con un sacerdote y lloré mucho, me arrepentí de todos los asesinatos que había cometido, pero en realidad no estaba seguro de que Dios me pudiera perdonar. Sólo al encontrarme con esta chica de 24 años, que había perdido a su hermano pequeño por un asesinato, cuando he visto que esta chica me ha perdonado, he pensado: Si un hombre me perdona, entonces seguro que Dios me perdona también». Este chico, que era testigo de Jehová, quiso después aprender el Catecismo y hacerse católico. ¿Por qué? Él lo explicaba así: «Los testigos de Jehová me han hecho ver un Dios que juzga y condena; vosotros me habéis hecho ver un Jesús que perdona, y yo quiero un Jesús que perdona».
El Papa Francisco lo ha contado a los más de 50.000 carismáticos reunidos en Roma en el último encuentro de la Renovación Carismática en Italia, en el pasado junio: «En los primeros años no me gustaban mucho los carismáticos. Decía de vosotros: Parecen una escuela de samba. No compartía sus formas de rezar…Después comencé a conoceros y comprendí que la Renovación es una gracia para la Iglesia». ¿Cuándo se produjo el cambio? Marcella Reni, organizadora de este encuentro, como miembro que es también del equipo directivo de la Renovación Carismática italiana, cuenta que el propio Papa Francisco les ha revelado que empezó a cambiar de opinión en las cárceles de Buenos Aires: «Cuando era arzobispo de Buenos Aires, él visitaba las cárceles, y se dio cuenta de que había algunos presos atados al catre, por su carácter violento. Un día, vio a unos chicos que estaban con estos presos, con la guitarra, y les cantaban y rezaban con ellos, les servían con una sonrisa en la cara. ¿Y éstos quiénes son? ¿Por qué lo hacen?, preguntó el Papa. ¡Ah, éstos son los carismáticos!, le respondieron. Y a partir de ahí empezó a acercarse a la Renovación». Los días 10 al 14 de junio, tendrá lugar el próximo encuentro de los carismáticos de Italia, y el Papa ya ha manifestado a sus organizadores su deseo de ir allí todos los días, no sólo para escuchar, sino para predicar también.
¿Está la sociedad preparada?
«La sociedad tiene miedo y una necesidad de seguridad que conduce a llevar a la cárcel a quien ha cometido un mal –observa Marcella–. Pero no hay motivo para tener miedo, y no hay necesidad de alejar a quien ha hecho el mal. Hace falta acercarlo y favorecer que cambie. Tenemos que tenerlos con nosotros y enseñarles a vivir mejor».
Esto es muy bonito, pero prefiero el sistema tradicional…, se podría pensar. Sólo hay que ir a los resultados: por ejemplo, en Canadá, veintiún chicos fueron condenados por drogas y asalto a varios domicilios; el juez llamó a las víctimas y les dijo: ¿Queréis que los meta en la cárcel y les arruinemos la vida, o hacemos otra cosa? A aquellos chicos se les ofreció poder reparar las casas y hoy son amigos de esas familias; además, son miembros de la Confraternidad carcelaria y ayudan a otros presos a salir adelante.
Sanar el corazón, amar y perdonar, siempre funciona. Como la madre de aquella chica canadiense violada y asesinada, que con el tiempo se reunió con el asesino, y pudo sentir su corazón lleno de alegría, y dispuesto a ayudar a quien llevó el mal a su casa. O la madre de un delincuente brasileño que fue quemado vivo en la cárcel, y que después llegó a adoptar y ayudar al asesino de su hijo.
Marcella da un consejo para llevar esta justicia del perdón a nuestra vida diaria: «Cuando entras en el corazón de una persona, recuerden que entran en un lugar santo y que deberán entran de rodillas, con mucha santidad y respeto». Porque, a fin de cuentas, la Verdad –el amor, el perdón– es lo que nos hace libres.