¡Tenía que ser Francisco!
Las piezas encajan. Tras el huracán Wojtyla y el luminoso pontificado de Joseph Ratzinger, el Espíritu Santo ha dado a la Iglesia el preciso Pontífice que en este momento necesita: un Francisco de Asís. Así lo habían intuido muchos romanos, que mayoritariamente esperaban un Papa con este nombre, aunque le habían imaginado con otra cara muy distinta
A su modo, los romanos sí acertaron en las predicciones… Cierto: muy pocos, casi nadie tenía la más remota idea de quién era aquel Georgium Marium Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio. El arzobispo de Buenos Aires ni siquiera había estado en octubre, entre las varias decenas de participantes en el Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización. Tampoco, claro, participó en el Concilio Vaticano II. Esa generación ha pasado. La era Wojtyla-Ratzinger ha terminado.
Cuando el protodiácono anunció el nombre del nuevo Papa, hubo un breve momento de júbilo, enseguida ahogado en el silencio de la confusión: ¡Bergoglio! ¡Italiano! Va corriendo la voz de que es brasileño. ¡No, argentino! Un niño, de unos 6 ó 7 años, refunfuña, disgustado, cuando su madre le saca del error. Pero un nuevo clamor se va extendiendo por la Plaza de San Pedro. Y va in crescendo: ¡Francesco! ¡Papa Francesco!
Al cardenal Tauran se le ve muy alegre, pero también lo pasa mal, al haberle correspondido anunciar que hay nuevo Papa. El Parkinson ha avanzado mucho en él, y le cuesta hablar y controlar el temblor del brazo. ¿El primer signo de la noche? Los pobres y los enfermos son los predilectos del Padre, que se expresa a través de las debilidades humanas, tan sólo con que Le dejemos actuar.
Las expectativas y deseos se han cumplido, a su manera, a la manera de hacer las cosas que tiene el Espíritu. ¡Roma esperaba a Francisco! O, para ser justos, muchos romanos lo esperaban. Lo que ocurre es que, hasta ahora, le ponían una cara distinta: ¿O’Malley? ¿Scola? Muy pocos eran capaces de nombrar a más de cuatro o cinco de los 115 cardenales electores, y el arzobispo de Buenos Aires no aparecía en ninguna lista periodística de papables. Pero Francisco era la predicción mayoritaria del pueblo. Este enviado especial apostó por Pablo VII (la otra quiniela, la de los cardenales, quedará silenciada por decoro profesional…) No, será «Francesco», patrón de los italianos. Ya lo verá, respondió un bedel.
Los argumentos a favor de Francisco eran muy dispares, a veces disparatados. Algunos romanos pensaron en Il poverello de Asís como remedio para una Iglesia gangrenada por los Vatileaks y otros escándalos, sugestionados por la imagen que han transmitido de la Iglesia determinados medios de comunicación. En los días previos al Cónclave, junto a la Plaza de San Pedro, se podía ver a dos o tres hombres, de aspecto más bien lunático, sosteniendo, durante horas, pancartas con el lema Francesco Papa. ¡Quién lo iba a decir!
¿Un Papa para hacer limpieza en la Iglesia? Sí, pero en otro sentido, más profundo y espiritual. Es lo que habían imaginado otros muchos: un nuevo rostro de la Iglesia, para presentarla de un modo más auténtico y creíble a un mundo que ha dado la espalda a Dios, y obliga a los creyentes a elegir entre esconderse, agazapados, o dar un testimonio heroico de su fe. La sabiduría popular romana esperaba a Francisco, porque percibía la necesidad de una mayor radicalidad evangélica en estos tiempos, quizá sin comprender las implicaciones de ese deseo… El anhelado viento de la purificación y de la conversión llamará, el día menos pensado, a cada una de nuestras puertas; y si algo es seguro es que, en esta hora, las cosas no les resultarán sencillas a los creyentes. «Cuando caminamos sin la Cruz, cuando construimos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin la Cruz —dijo el Papa en su primera Misa con los cardenales—, no somos discípulos del Señor: somos mundanos. Podemos ser obispos, sacerdotes, cardenales, el Papa, pero no discípulos del Señor».
Había, además, otra importante razón para intuir que el Espíritu traería a un Francisco. La renuncia de Benedicto XVI abrió un tiempo muy fuerte en la vida de la Iglesia, que no podía quedar zanjado sin algún tipo de revulsivo, sin algún hecho inesperado y sorprendente, una cierta sacudida que acelerara el proceso de vuelta a la radicalidad evangélica impulsado especialmente en los últimos pontificados. «No queremos un manager. Deben elegir a un pastor que sea auténtico», coinciden, pocas horas antes de la fumata blanca, una camarera de un restaurante de comida rápida y dos de sus clientes. ¿Pero quién? No habrá nunca otro Wojtyla, y Ratzinger ha sido un maestro irrepetible, además de un padre entrañable. Francisco. Tenía que ser Francisco. Las piezas comienzan a encajar. Nadie sabe en qué dirección sopla el viento del Espíritu, pero cuando ya ha soplado, a veces, la realidad empieza a abrirse como un libro, y deja una lógica aplastante al descubierto.
Buenas tardes…
Francisco se asoma por fin a la logia. Su imagen es la de un sencillo pastor. Parece tímido. «Hermanos y hermanas…, buenas tardes», dice, en un italiano todavía falto de engrasar, pero con una sonrisa desarmante en la cara. El nuevo obispo se presenta ante su comunidad diocesana. Lo primero que hace es rezar con su pueblo por el obispo emérito de Roma, Benedicto XVI. Es un gesto inédito. «Y, ahora, comenzamos este camino: obispo y pueblo, este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros», dice, mientras gesticula de un modo muy divertido con los brazos, como preocupado de que no se le entienda bien lo que quiere decir a la asamblea. «Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad», pide el Papa.Antes de dar la bendición, pide a sus diocesanos que recen por él para que el Señor le bendiga. Es otra llamativa innovación en las formas. Se inclina ante Dios, y la plaza reza con su obispo, primero en silencio, luego en voz alta el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria. Todavía tiene que practicar su italiano, pero su sencillez y frescura se han ganado ya a la gente. «Nos veremos pronto. Mañana quisiera ir a rezar a la Virgen, para que proteja a toda Roma», anuncia. «Buenas noches y que descanséis», se despide.
Lo miró con misericordia y lo eligió
Será un gran Papa, será un gran Papa, vaticina un hombre, mientras abandona la plaza. Todo el mundo busca semejanzas con predecesores, ya sean de tipo físico o de personalidad. Es inevitable y humano. Suena mucho a Juan XXIII, aunque Francisco es más delgado. Pero hay un dato curioso: él no ha utilizado una sola vez la palabra Papa o Pontífice en su improvisado discurso. Habla del obispo de Roma, la diócesis «que preside en la caridad a todas las Iglesias». Se presenta como obispo el que, en Argentina, se hacía llamar padre, en lugar de monseñor. Definitivamente, le va bien el nombre de Francisco.
En Buenos Aires, en su vieja vida, esa que ya nunca recuperará, vivía austeramente en un apartamento, se movía por la ciudad en transporte público y se preparaba él mismo la comida. Lo cuenta en la sala de prensa una amiga suya, la periodista Alicia Barros, del Canal 21. Aún le tiemblan el pulso y la voz. «No me lo puedo creer. ¡Me va a costar acostumbrarme a llamarlo Papa! Lo van a descubrir ustedes. Ese hombre es un santo», explica.
Se conocieron hace varios años. Una Nochebuena, mientras atravesaba un mal momento personal, Barros decidió que no iba a celebrar la Navidad de un modo materialista, y desde su programa de radio, lanzó a sus oyentes la propuesta de acercarse a repartir rosarios a la catedral. Allí estaba él, que se los bendijo. Mantuvieron después el contacto. Se hicieron amigos. Él le regaló una medalla de la Virgen, muy especial, porque sólo hay otras 6 tallas iguales; una la tiene la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Nunca fueron fáciles las relaciones del obispo con los Kirchner, pero cuando murió Néstor, el cardenal se ofreció para celebrar el funeral, y dijo una homilía llena de ternura. «Él es así con todos», cuenta Barros.
Se le describe como una persona tímida, pero le encanta el contacto con la gente. «De repente se presenta en una parroquia, sin avisar», y habla con cualquiera, sobre todo con los más pobres, en el sentido amplio, evangélico de la palabra, explica esta periodista argentina. Su lema episcopal es Miserando atque eligendo: Lo miró con misericordia y lo eligió, que describe la llamada de Jesús al publicano Mateo, convertido ahora en apóstol. Muy comentados son los lavatorios de pies del nuevo Papa cada Jueves Santo, a sacerdotes, personas sin techo, mujeres embarazadas… Es una persona sencilla, y también muy afable. Es raro verle enfadado. Una de las últimas veces fue en septiembre, porque algunos de sus sacerdotes habían rechazado bautizar a hijos de madres solteras.
Un pontificado movido para los servicios de seguridad
La mañana siguiente, su primera mañana como Papa, estuvo también llena de gestos simbólicos. Poco después de las 8 de la mañana, hizo su primera salida del Vaticano, a la basílica de Santa María la Mayor, para llevar flores a la muy venerada Nuestra Señora Salus Populi Romani (Protectora del Pueblo Romano). Empieza otro pontificado mariano. Francisco prefiere entrar en el templo por una puerta lateral.
Después, se detiene un largo rato delante del altar mayor, sin prisa, donde hay una reliquia del pesebre del portal de Belén. También visita la llamada capilla sixtina de la basílica, un lugar muy querido para los jesuitas. No tiene, ni mucho menos, la majestuosidad de la homónima capilla vaticana, pero ahí está el altar en el que san Ignacio de Loyola celebró su primera misa en Roma, en la noche de Navidad de 1538. Después se acerca a rezar ante la tumba del Papa san Pío V… Será interesante escuchar qué dice el nuevo sucesor de Pedro sobre la tradición, después de que Benedicto XVI —el Papa que había estudiado a san Buenaventura y que beatificó a John Henry Newman— la explicara como una realidad viva, que encierra verdades permanentes e inmutables, pero también elementos superfluos, que a veces son útiles, pero con el tiempo envejecen y pueden incluso volverse contraproducentes.
Acompañan al Papa el cardenal español Santos Abril, arcipreste de la basílica, el Vicario para la diócesis de Roma, el cardenal Vallini, y monseñor Gänswein, prefecto de la Casa Pontificia. Francisco saluda al personal que trabaja en el templo y a los fieles y periodistas allí presentes. Entre toda esa gente, sin que apenas nadie repare en él, está el cardenal Law, arcipreste emérito de la basílica.
Se marcha el Papa como había llegado: en un coche de la gendarmería y con una escolta mínima. Saluda a un grupo de colegiales, y pide al conductor que se acerque a la Casa Internacional del Clero, donde se alojaba antes del cónclave. Recoge sus maletas y pide la cuenta, como un cliente más.
Parece que va a ser un pontificado muy movido para los servicios de seguridad del Vaticano, pero ése es parte de su trabajo. «La seguridad tiene que adaptarse al estilo pastoral del Papa, no a la inversa», explica el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el padre Lombardi.
Por cierto, una de las últimas veces que el cardenal Bergoglio caminó hasta esa residencia, se cruzó con un sacerdote colaborador de Lombardi: «Rece por mí», le pidió. «¿Está usted preocupado?» —«Un poco», respondió el Papa. El cardenal Bergoglio estaba preocupado, pero otros, seguramente, respiraron con alivio al escuchar su nombre desde la logia vaticana.
Francisco es el Papa 266, con quien, según la profecía atribuida a san Malaquías, debe llegar el fin del mundo. ¡Pues la cosa no iba desencaminada! «Sabéis que el deber del Cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo…», dijo. Definitivamente, el Espíritu Santo tiene un gran sentido del humor.
No se conoce la fecha, pero sí se sabe que uno de los primeros desplazamientos del Papa será a Castel Gandolfo, donde se aloja su predecesor, Benedicto XVI, mientras concluyen las obras en el monasterio Mater Ecclesiae, el lugar que le aguarda en el Vaticano para una vida de oración y reflexión. Había curiosidad sobre cómo sería la relación entre el nuevo Romano Pontífice y su predecesor, pero Francisco ha disipado todas las dudas, simplemente, al afrontar el asunto con toda naturalidad, signo que empieza a ser ya la impronta característica de este pontificado. Apenas fue elegido, llamó por teléfono a Benedicto XVI para comunicarle personalmente la noticia. Después, al asomarse a la Plaza de San Pedro, lo primero que hizo fue rezar un padrenuestro, Avemaría y Gloria por Benedicto XVI. El viernes, en su encuentro con los cardenales, su discurso estuvo lleno de palabras de gratitud y reconocimiento hacia su predecesor, a quien, por cierto, olvidó citar como emérito.
Pero no es sólo Francisco, sino toda Roma, la que recuerda con afecto a Joseph Ratzinger. La ciudad está llena de carteles de agradecimiento. El cariño de la gente se palpó en la Misa Pro eligendo Pontifice. Apenas el cardenal Sodano hizo una mención «al luminoso pontificado que nos ha concedido con la vida y las obras del amado y venerado Pontífice Benedicto XVI», la basílica de San Pedro rompió en un largo aplauso.
Estos días, además, se ha sabido que el Romano Pontífice emérito tuvo muy presente el calendario a la hora de elegir el día en que se hizo efectiva su renuncia. Quería dar al nuevo Papa la oportunidad de iniciar su ministerio petrino con la Semana Santa. «No se me ocurre mejor posible inicio de pontificado», dijo el padre Lombardi, tras dar la noticia.
Los romanos verán, este mediodía, al Papa Francisco asomarse por primera vez a rezar el ángelus. Se espera una asistencia masiva, sin los problemas logísticos que generará, el martes, en la Misa de inauguración de pontificado, la asistencia de delegaciones de todos los países que mantienen relaciones con la Santa Sede. Muchos argentinos querrían estar presentes, ese día, en Roma, pero, a través de la nunciatura, el Papa les ha pedido que le acompañen con la oración, y dediquen el dinero a algún gesto de caridad, lo mismo que invitó a hacer cuando algunos quisieron viajar a Roma cuando Juan Pablo II le creó cardenal.
El miércoles, no habrá audiencia general en el Aula Pablo VI. El Santo Padre recibirá a los delegados fraternos que le acompañarán en el inicio de pontificado. Es el primer gesto ecuménico de un Papa que, en Argentina, era Ordinario para los fieles de Rito Oriental, y a quien se considera una persona con gran sensibilidad respecto a la promoción de la unidad de los cristianos. Sobre si habrá gestos similares en el plano del diálogo interreligioso, el padre Lombardi no tenía aún, el jueves, la respuesta, aunque pocas horas después se hacía pública una carta del Papa a la comunidad hebrea de Roma. «Espero intensamente poder contribuir al progreso de las relaciones entre judíos y católicos, conocidas a partir del Concilio Vaticano II, en un espíritu de colaboración renovada», decía, y recordaba la contribución al acercamiento entre la Iglesia y el pueblo judío de Benedicto XVI, un verdadero amigo de Israel. El Papa Francisco sigue, con su gesto, las huellas de su predecesor, que comenzó su pontificado también con muestras de cercanía hacia la comunidad hebrea. Otro punto en el que hay paralelismos es en el encuentro con la prensa. Ayer hubo una audiencia del Papa con los periodistas, similar a la que celebró en abril de 2005 su predecesor, para agradecer el trabajo de los profesionales que cubrieron el Cónclave.