Qué sociedad, qué sacerdotes: Nuevas normas de la Santa Sede para la formación de seminaristas y presbíteros - Alfa y Omega

Qué sociedad, qué sacerdotes: Nuevas normas de la Santa Sede para la formación de seminaristas y presbíteros

Dos seminaristas, el rector y uno de los directores espirituales del Seminario de Madrid analizan las nuevas normas de la Santa Sede para la formación de candidatos al sacerdocio y presbíteros, de modo que se conviertan en pastores con olor a oveja, que vivan en medio del rebaño. Las claves que apuntan son fidelidad, misericordia, cercanía y entrega

Fran Otero
Jesús Vidal, Eugenio Pérez, Alberto de Mingo y José Antonio Álvarez, en el Seminario Conciliar de Madrid el pasado lunes. Foto: Cristina Sánchez Aguilar

Son las 14:15 horas y en el comedor del Seminario Conciliar de Madrid suena una pequeña campana. José Antonio Álvarez, uno de los directores espirituales, toma la palabra y bendice la mesa. Pide pan para el que no lo tiene y hambre de Dios para todos. Amén. La comida es uno de los momentos para hacer vida comunitaria, una de las dimensiones más importantes para los seminaristas de hoy, tal y como ha mostrado la Santa Sede a través de la Ratio fundamentalis Institutionis sacerdotalis, que es, en lenguaje de la calle, el plan de formación que la Iglesia ha establecido para los candidatos y para los ya sacerdotes. En la mesa, junto a Álvarez y el que escribe estas líneas se sientan varios seminaristas, unos más lejos y otros más cerca del sacerdocio. Eugenio y Alberto están en sexto, este año serán ordenados diáconos en junio; los hay de cuarto curso como Martín y también de tercero. En total en el seminario madrileño viven en torno al centenar de jóvenes, cuenta José Antonio, aunque si sumamos los diáconos que están destinados en parroquias la cifra aumentaría. De repente, suena un Cumpleaños feliz, a veces polifónico a veces monódico; perfecto. No les falta práctica: suena tres veces al día –desayuno, comida y cena– cuando alguien está de aniversario. Y si hay tres personas que cumplen años, tres veces durante cada comida, explica Alberto, un poco cansado.

Poco antes del final del almuerzo se piden voluntarios para pintar las líneas del campo de fútbol, pues hay un pequeño torneo. Alberto vuelve a tomar la palabra; no le gusta el deporte. Dice, bromeando, que es más de la escuela de Ratzinger, que no entendía la presencia del ejercicio físico en los planes de formación. Suena la campana. Se da gracias a Dios y todos colocan los platos y cubiertos para la cena antes de salir. Es lunes.

Alberto, de Mingo es su apellido, y Eugenio Pérez están dedicados al estudio, terminando la licenciatura de Teología. Entraron en el seminario hace seis años; ambos procedentes de familias cristianas y con sus tira y afloja —estudios universitarios de por medio— hasta dar el sí definitivo a Dios. Estudian hasta el jueves, pues el viernes y el fin de semana su vida está al servicio de una parroquia. Es la etapa pastoral o de síntesis vocacional, dentro de la formación inicial, tal y como expone la citada ratio fundamentalis. José Antonio Álvarez explica que la pastoral está presente desde la entrada en el seminario aunque de manera puntual —en uno de los cursos, en actividades caritativas: en hospitales o con ancianos, por ejemplo—, pero es en esta última etapa «cuando se produce una inserción que no solo tiene que ver con actividades concretas, sino con conocer la vida de una parroquia en todas sus dimensiones y aspectos». «Estamos disponibles para lo que el párroco quiera y es ahí donde nos encontramos situaciones pastorales concretas acompañados desde la parroquia y el seminario», explica Eugenio. Alberto, por su parte, que sigue en la parroquia donde venía sirviendo, este periodo le ha ayudado a situarse de una manera distinta: «Vas viendo cuáles son las necesidades, que toman rostro concreto en las personas a las que has sido enviado. Conoces cómo se encuentra cada uno, qué situación personal tiene… y te puedes implicar más».

Dificultades

Hay dificultades y, por eso, es importante elegir bien los destinos de los seminaristas y acompañarlos adecuadamente. Para Eugenio, la primera dificultad es uno mismo y también que «el Seminario te ha preparado de una forma y la sociedad va por otro camino». «Al salir a las parroquias nos encontramos con la situaciones difíciles, es entonces cuando las tenemos que afrontar con responsabilidad, también equivocarnos y pedir perdón», explica, al tiempo que reconoce que la relación con los sacerdotes también tiene sus complicaciones por la convivencia o los modos de hacer. «Es verdad que hay dificultades, pero contamos con ellas», apunta. Alberto añade: «Los problemas te forman, te hacen aprender, adquirir virtudes como la prudencia». Y José Antonio: «Las dificultades son una oportunidad para seguir creciendo en santidad y generosidad».

Tanto Alberto como Eugenio están en esa etapa porque han hecho un recorrido en el seminario donde el discernimiento –otra de las claves del documento vaticano– es fundamental. José Antonio lo atestigua diciendo que la principal tarea del seminario es ayudar a discernir la vocación, «a verificar esa llamada en la vida a través del discernimiento, ese arte que la Iglesia ha desarrollado para buscar la voluntad de Dios y vivir conforme a ella». En este sentido, apunta que el seminario, más que un lugar, «es un proceso, un tiempo para confirmar la llamada, y para ver que el joven está capacitado para servir a Dios y a los hombres». Un proceso que nutre al candidato de manera integral.

En la conversación también participa el rector del seminario, Jesús Vidal, al que preguntamos sobre cómo le afecta la nueva Ratio al seminario. «Nos sentimos reconocidos en todo lo que propone. Muchas de las cosas están en Pastores dabo vobis de Juan Pablo II, se viven y está integradas. Sí es cierto que abre caminos que, a lo mejor, no hemos desarrollado, como el propedéutico –un curso introductorio antes de iniciar la formación filosófica–, pero las demás sí que las vivimos. También nos vemos reconocidos en la dimensión comunitaria de la formación».

Pero no se queda ahí, pues recalca otra de las perspectivas de la Ratio, la que pone a la vida sacerdotal en continua formación: «El sacerdote es un discípulo que se va formando a lo largo de su vida. El seminario solo es la etapa inicial de esa formación y, por ende, la ordenación sacerdotal no es el final, sino el principio. El seminario no agota la formación ni debe formar sobre todo. Soy partidario de que los seminaristas sepan hacer pocas cosas: poner a Jesucristo en el centro, tener una vida espiritual fuerte, una formación teológica profunda y una experiencia de vida comunitaria».

Trabajo sobre la Ratio

Tanto Vidal como José Antonio Álvarez, así como todo el equipo del seminario, llevan trabajando y leyendo la Ratio desde su publicación en diciembre. Han realizado una lectura personal y han tenido tres sesiones de trabajo con lo más significativo; la última, con la intervención del cardenal Carlos Osoro, que puso los acentos del documento para el seminario madrileño: la necesidad de discernir y plantear el propedéutico, la dimensión comunitaria de la formación sacerdotal, y la formación inicial y permanente en continuidad.

La implicación del obispo en el seminario es, de hecho, muy importante en el documento; le hace responsable de la admisión de los candidatos y de la ordenación. Ese mismo día, el de la entrevista, Alberto y Eugenio, junto al resto de su curso, cenaron con don Carlos. Alberto le reconoce su interés por conocer la realidad del seminario y a los que allí viven, y Eugenio valora su «cercanía y solicitud». Dice la citada Ratio, que lleva como título El don de la vocación presbiteral, que de lo que se trata es de que «los seminarios puedan formar discípulos y misioneros enamorados del Maestro, pastores con olor a oveja, que vivan en medio del rebaño para servirlo y llevarle la misericordia de Dios».

Misericordia es, precisamente, la palabra que Eugenio y Alberto tienen en la boca para responder a la pregunta de cómo debe ser el sacerdote de nuestro tiempo. «Ser el sacerdote perfecto es una ilusión. Jesús era perfecto y cayó mal a la gente. Pensarse como un sacerdote ideal, que haga todo bien, es una pérdida de tiempo. Lo importante es la misericordia y la fidelidad en el día a día, en lo cotidiano, en la entrega a los demás, en la oración… Y eso sí se nos puede pedir», subraya el primero. Para Alberto, «la misericordia es clave, como dice el Papa Francisco; misericordia, acogida, cercanía…».

Contracorriente

Ambos saben a lo que se enfrentan, no son ingenuos. Dice Eugenio: «Es evidente la mala cara que la sociedad pone hoy a la Iglesia, como si solo quisieran ver las cosas malas. De todas formas, yo diría que a los jóvenes de hoy les gusta que haya gente que les reta, que les interpela… Si viese a una persona capaz de entregarlo todo, esta me suscitaría una reflexión. Por mucho que cueste, la gente necesita personas entregadas». Alberto ve un desafío mayor, pues la sociedad actual «adolece de esperanza y, por tanto, ha dejado de buscar; no se deja retar». «Pero no podemos dejarnos hundir por esto, pues los cristianos somos del mundo sin serlo y, por tanto, no podemos desentendernos de él, ni dejar de presentar la fe», concluye.

José Antonio Álvarez cierra el encuentro: «La vida de los seminaristas y de los sacerdotes es un testimonio que pone de manifiesto que el corazón del hombre está hecho para algo grande. Ellos ayudan a la gente a comprender que su vida es apasionante y que no se pueden conformar con ir tirando…».