El cardenal de las JMJ
El cardenal Rouco Varela es el único obispo del mundo que ha organizado dos JMJ. En Santiago de Compostela, las Jornadas adquirieron su estructura básica, demostraron su enorme potencial y dieron un gran impulso a la pastoral juvenil. La Jornada de Madrid demostró que ya estaban consolidadas, y que son «una verdadera cascada de luz»
«Cómo no recordar la inolvidable JMJ de Santiago de Compostela del lejano 1989, cuando Juan Pablo II fue acogido por el entonces arzobispo de Santiago, monseñor Antonio María Rouco Varela! Fue en Santiago de Compostela donde la JMJ se estructuró tal y como es hoy. También en Santiago fue descubierta la dimensión de la peregrinación como elemento esencial en el camino de los jóvenes del mundo, tras las huellas del sucesor de Pedro». Estas palabras del cardenal Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, antes de la JMJ de 2011 en Madrid, dejan claro por qué el cardenal Rouco es el cardenal de las dos JMJ.
A finales de los 80, con el mundo en una encrucijada y una Iglesia que buscaba cómo aplicar el Concilio Vaticano II, las Jornadas Mundiales de la Juventud estaban naciendo, y aún pasaban desapercibidas. Pero «el cardenal Rouco intuía ya que, en esa idea del Papa Juan Pablo II, latía una nueva forma de pastoral juvenil, algo que luego fue una gran pasión suya -explica el padre Salvador Domato, Coordinador General de aquella Jornada-. Por otro lado, creo que pensaba además en la evangelización de Europa, y en el gran discurso europeísta del Papa en 1982», durante su primera visita a España.
En esa visita del 82, el cardenal Rouco había visto el éxito -inimaginable para muchos- del encuentro del Papa con los jóvenes en el Bernabéu. Ese mismo año, se encontró en Santiago a cientos de chicos de Comunión y Liberación, y los animó a dar una vuelta por la ciudad «para que se vea que vienen jóvenes». Todo esto le animó a ofrecer Santiago como sede de la siguiente JMJ.
Un esqueleto para las Jornadas
La invitación fue aceptada, y sólo quedaba ponerla en marcha. «El cardenal se implicó desde el principio -recuerda don Salvador-. Quería que la Jornada fuera un encuentro del Papa con los jóvenes para buscar una forma de evangelización» adecuada a ellos, «en una Europa que se alejaba de sus raíces cristianas». Sobre esta idea trabajó el pequeño grupo de organizadores, en el que los jóvenes tenían un gran protagonismo. Les guiaban las orientaciones de la Santa Sede -aunque «nos dieron mucha libertad»- y la experiencia de un grupo de jóvenes gallegos a los que el cardenal Rouco envió a la JMJ de 1987, en Buenos Aires, para que tomaran nota.
Por primera vez, se elaboró un programa oficial, con catequesis por las mañanas, actividades culturales por la tarde, y la Vigilia y la Misa con el Papa; un esqueleto que se ha mantenido, enriquecido con el vía crucis, los Días en las Diócesis… Otra aportación fundamental de Santiago a las Jornadas Mundiales de la Juventud fue plantearlas como una peregrinación. Algo que venía dado por el contexto compostelano, pero que se ha mantenido por su fuerza y valor catequético.
Llegó agosto. Los cálculos -optimistas para algunos- contaban con unos 160.000 jóvenes. La sorpresa llegó al presentarse medio millón, a los que los incansables voluntarios alojaron como pudieron. Desde entonces, las Jornadas siguen sorprendiendo a propios y extraños. Ese medio millón de jóvenes del 2000 -como cantaba su himno-, escucharon e hicieron suya esa llamada del Papa, que era un eco de su comienzo de pontificado: «¡No tengáis miedo a ser santos!».
Un impulso para toda la Iglesia
Ese mensaje de valentía se extendió a toda la Iglesia. Los obispos vieron a miles de jóvenes en el Monte del Gozo, celebrando la fe y siendo Iglesia, y los trataron más de cerca en las catequesis. Se descubrió el potencial de las nuevas realidades eclesiales, que habían movilizado a bastantes de esos jóvenes. Muchas diócesis no habían participado en la Jornada, pero empezaron a crear Delegaciones de juventud. Tres años después, la Conferencia Episcopal aprobó un Proyecto Marco de Pastoral Juvenil, que los mismos sacerdotes y jóvenes que habían vivido Santiago se han encargado, en muchos casos, de desarrollar.
El éxito de la JMJ de Santiago se notó también en el impulso que dio al Camino de Santiago. Cuatro años después, comenzó un ciclo de Años Jubilares (1993, 1999, 2004 y 2010), en los que el número de peregrinos no ha parado de crecer. El cardenal Rouco sólo vivió en Santiago el primero de ellos. Ya en Madrid, supo aprovechar el potencial evangelizador de los Jubileos, acompañando a sus jóvenes en todas las peregrinaciones a su antigua diócesis, al igual que a todas las JMJ. El último de estos Años Santos jacobeos fue sólo un año antes de la segunda JMJ española: Madrid 2011.
La JMJ llegó a Madrid más que consolidada. Tres generaciones de jóvenes han gritado: «¡Ésta es la juventud del Papa!».
La Iglesia no se entiende sin JMJ
«La Iglesia de inicios del siglo XXI no se comprende ya sin las Jornadas Mundiales de la Juventud», ha dicho el cardenal Rouco. Sí hubo alguna novedad, como ser la primera Jornada en la que se celebró la Misa de san Juan Pablo II, beatificado unos meses antes; el Papa que tuvo la genial intuición de iniciarlas; que presidió en 2003, en la base aérea de Cuatro Vientos, una mini-JMJ para los jóvenes españoles, y que sigue velando por los frutos de este proyecto.
En un proyecto ya maduro, mucho depende de los detalles. «El cardenal tenía muy claro que había que cuidar especialmente la acogida, y creo que es lo que más recordarán los jóvenes que vinieron», afirma el padre Gregorio Roldán, Secretario General de la Jornada. Se prestó también mucha atención a las catequesis, y a la coordinación de todas las parroquias, comunidades religiosas, colegios e instituciones públicas, desde los arciprestazgos, lo que supuso «una experiencia práctica de comunión».
Además, «el cardenal también estuvo muy pendiente de los actos con los jóvenes discapacitados y con los voluntarios. Fueron dos actos que Benedicto XVI, en su discurso a la Curia en diciembre de ese año, valoró mucho», junto con la impactante adoración al Santísimo, tras la tormenta en Cuatro Vientos, y la novedosa Fiesta del Perdón, en el Retiro. Rasgos que hicieron de la JMJ de Madrid «una medicina contra el cansancio de creer. Ha sido una nueva evangelización vivida. Cada vez con más claridad, se perfila en las JMJ un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano». O, como había dicho en el avión de regreso a Roma, «una verdadera cascada de luz».
Este pasado verano, hemos celebrando un verdadero acontecimiento: el 25 aniversario de la Jornada Mundial de la Juventud que, en 1989, se celebró en Santiago de Compostela. Sólo un obispo en el mundo, el cardenal Rouco, ha organizado en su diócesis dos JMJ. Eso demuestra que es un verdadero apasionado de los jóvenes y de la importancia radical de transmitirles el Evangelio. Las JMJ son un hermoso don del Espíritu Santo a la pastoral juvenil de los últimos 30 años. Cuando Juan Pablo II las inició, no eran muchos los que creían en su idoneidad para llevar a los jóvenes a Jesucristo y a la Iglesia. Sin embargo, su persistencia en el tiempo y su enorme desarrollo han mostrado justo lo contrario. Así lo entendió desde un principio don Antonio y, fiándose de la propuesta del Papa, se lanzó a organizar en Santiago la primera que se convocó en suelo europeo fuera de Roma.
Este aniversario no podía pasar desapercibido. Como conclusión de la Misión Madrid celebrada estos dos últimos años, don Antonio quiso invitar a los jóvenes madrileños a peregrinar a Santiago. Hemos podido compartir con los que, 25 años atrás, organizaron la Jornada, y nos quedamos asombrados por la audacia y confianza que los hizo ponerse en marcha. Durante la Vigilia, pudimos ver y escuchar las palabras del Papa que, pasados 25 años, aún nos conmocionan por su fuerza. Muchos tuvieron que contener las lágrimas; el primero, el cardenal Rouco, tal como nos confesó después, emocionado. Un sacerdote me comentaba que ver a Juan Pablo II le había conmovido profundamente, pues en sus encuentros juveniles con él estaba el origen de su amor a Jesucristo y de su vocación.
En esto podemos ver la importancia del acto conmemorativo de este verano. Las dos JMJ de Santiago (1989) y Madrid (2011) expresan lo que significa la transmisión de la fe a los jóvenes. En la Vigilia del pasado verano, escuchamos el testimonio de un sacerdote, una monja y una madre de familia. Ellos, siendo jóvenes, participaron en la JMJ de Santiago y ahora entregan su vida por amor a Cristo. Podemos estar seguros de que, entre los que participaron en la JMJ de Madrid o peregrinaron a Santiago este año, había futuros sacerdotes, consagradas, matrimonios que recordarán el encuentro que tuvieron con Jesucristo y lo anunciarán, a su vez, a otros. Así, su presencia se transmite de generación a generación. No nos corresponde a nosotros calcular el fruto de lo que hacemos en la pastoral juvenil, pero la experiencia de don Antonio en estos 25 años nos enseña a sembrar audazmente confiados en el Señor, que es quien riega y hace crecer la semilla. ¡Muchas gracias, don Antonio!
Jesús Vidal Chamorro
Delegado diocesano de Infancia y Juventud de Madrid