Luz Casanova: mujer apóstol, mujer de periferias
El Papa ha reconocido como venerable a Luz Casanova. El 8 de enero se celebraron los 68 años de su muerte en Madrid en la casa fundacional de la congregación de Apostólicas del Corazón de Jesús
Nace en Avilés el 28 de agosto de 1873 en el seno de una familia aristocrática, aunque la mayor parte de su vida trascurrirá en las periferias de Madrid. El derecho a la educación y a la salud de los últimos de la ciudad la llevará a crear una amplia red de escuelas populares dirigidas por mujeres, con el apoyo del cardenal Merry del Vall y el patronato de enfermos, como una red integral de atención sociosanitaria, apoyándose en el voluntariado social. En 1924, en unos ejercicios espirituales acompañados por el jesuita san José María Rubio, junto a otras compañeras decide fundar la congregación de la Apostólicas del Corazón de Jesús para dar estabilidad a los proyectos generados. Una congregación cuyo fin es la evangelización en el mundo de la marginación. «El amor más ardiente al Salvador y la máxima estima de la dignidad de la persona»; «tener un oído atento al murmullo de los pobres»; «la flexibilidad a circunstancias tiempos y lugares»… son algunos de los rasgos de la congregación desde su origen.
La vida incansable de Luz Casanova entre los pobres no estuvo nunca reñida con su preocupación por la formación y su gusto por escribir y abrir nuevos horizontes para las mujeres en la Iglesia. Lo cual la llevó a tener una intensa actividad en el Apostolado de la Prensa, viajar a Alemania para conocer la Pastoral Social y escribir unos ejercicios espirituales que durante años dio en secreto a otras mujeres. Murió en 1949 en Madrid.
Luz Casanova hoy
Luz Casanova encarna un tipo de Iglesia, la Iglesia en salida a las periferias que necesita de mujeres y hombres con «oído atento al murmullo de los empobrecidos y empobrecidas» que se dejan afectar por el Espíritu de Jesús para conducir su vida sin otra ley que «la ley interior de la caridad», porque el prójimo y el valor de la dignidad de la persona son la norma suprema en el Evangelio. En definitiva: la libertad, la agilidad y la creatividad del Evangelio al servicio de los últimos de la ciudad, pues ellos son los vicarios, los representantes de Cristo. Así fue la vida de Luz. Su historia es un icono del seguimiento a Jesús en las periferias, desde sus primeros encuentros con los pobres a los que empieza a convocar en el salón familiar de su casa, pasando por la creación de escuelas. También están los años duros de la guerra, cuando se resiste a cerrar y abandonar las obras sociales y educativas porque «la gente está preocupada por la quema de conventos; pero a mí lo que me quita el sueño es no poder dar de comer a la gente». En los últimos años de su vida creó albergues y puso en marcha proyectos socioeducativos dirigidos a la promoción y la evangelización de las de las personas más excluidas.
Una fe de camino
Toda su vida estuvo movida por «el más ardiente amor al Salvador y la máxima estima de la dignidad de la persona». Su fe, como nos insta el Papa Francisco, «no fue una fe de laboratorio, sino una fe histórica, una fe de camino», que hizo de su vida un permanente éxodo del centro a los márgenes para hacer comunidad de destino con quienes habitaban en ellos. Una fe que la llevó a romper con el círculo de confort y seguridad para el que había sido educada y a descubrir que lo que ella había recibido como un privilegio –techo, educación, salud, conocimiento del Evangelio, etcétera–, tenía que ser devuelto a los pobres como un derecho universalizable.
Reconocer a Luz Casanova como venerable significa también descubrirla como maestra de espiritualidad apostólica, de una espiritualidad contemplativa en la acción, en la que la complejidad de lo real y los compromisos por otro mundo posible no son un inconveniente para el encuentro con Dios, sino justo su condición. Una espiritualidad que conlleva una forma de vida atenta la realidad, buscando el querer de Dios en los acontecimientos desde la actitud y la práctica de discernimiento, con la confianza, la libertad y el riesgo que ello conlleva. En definitiva, una espiritualidad que no separa la fe de la justicia, la oración de la actuación, la pasión de la razón, las necesidades espirituales de las materiales. Una espiritualidad eucarística, de banquete y acción de gracias. Una espiritualidad de mesa compartida, donde sentarnos juntas y juntos con los excluidos del reparto de los bienes de la tierra para que dejen de serlo, para que no haya primeros ni últimos, donde nadie ocupe el centro, porque el centro es el Corazón de Cristo.
Por último, reconocer a Luz Casanova como venerable significa la apuesta por una Iglesia más laical y femenina, donde la autoridad de las mujeres no sea vista con sospecha o amenaza frente al clericalismo dominante, sino como un don del Espíritu. Luz Casanova se tomó en serio su participación en el espacio público: primero como laica, desde el apostolado femenino, creando escuelas, obras sociales dirigidas por mujeres y promoviendo la colaboración del laicado masculino y de otros religiosos y sacerdotes. Y, a partir de 1929, como fundadora de la congregación Apostólicas del Corazón de Jesús, cuyo fin es la evangelización en el mundo de los pobres. Una fundación «con el espíritu de san Ignacio pero en femenino», buscando la inculturación en las periferias y lugares de vida de los empobrecidos; cuidando el trato, la acogida y la amistad con ellos, de modo que «se sientan con derecho a contar con nosotras».