«En México la violencia es como un cáncer, está en todas partes»
Varias diócesis de México han puesto en marcha iniciativas de acompañamiento integral a las víctimas. El reto es «empezar la reconstrucción de la persona y de la sociedad», afirma el responsable de Justicia, Paz y Reconciliación del episcopado y arzobispo de Acapulco, la cuarta ciudad más violenta del mundo
En México la violencia «es como un cáncer, está en todas partes», lamenta el padre Ignacio Gil, responsable de Pastoral Social de la diócesis de Zamora (Michoacán). Según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal mexicano, en 2015, cinco de las 50 ciudades más peligrosas del mundo estaban en este país, que ronda los 20 homicidios intencionados por 100.000 habitantes (en España fueron 0,7).
Con algunas fluctuaciones, los homicidios han aumentado considerablemente desde los 14 por 100.000 habitantes del año 2000. Una de las causas es el fortalecimiento de las mafias del narcotráfico del país, que han aprovechado el desmantelamiento de buena parte de los cárteles de la droga de Colombia con el Plan Colombia, puesto en marcha en 1999. Pero no es, ni mucho menos, el único factor.
Narco y corrupción
Jimena Esquivel, secretaria de Justicia, Paz y Reconciliación de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) explica que «además del crimen organizado y el narcotráfico, están la desigualdad, la impunidad, la corrupción» –México es el país más corrupto de la OCDE, según Transparencia Internacional–, «y la violencia cultural». Es decir, los cárteles mexicanos encontraron un campo abonado por la connivencia policial y política y la debilidad del Estado. A Esquivel le «duele mucho» pensar que esto ocurra «en un país con tanta religiosidad. Los victimarios pasaron por nuestras parroquias. Ha fallado la evangelización».
En 2010, la Iglesia reaccionó y dio un importante impulso a la promoción de la paz con la exhortación pastoral Que en Cristo, nuestra paz, México tenga vida digna. Los obispos pedían que se abordara la violencia «desde un enfoque de salud pública», lo que implica un «esfuerzo multidimensional» que haga hincapié en la prevención. Entre los factores sobre los que actuar, subrayaban la crisis de legalidad, que «no considera» la ley «una norma para cumplirse sino para negociarse»; y el debilitamiento del tejido social.
Por otro lado, asumían 100 compromisos para promover la paz de forma transversal, en torno a tres líneas de trabajo: formar a las diócesis para que analicen y puedan hacer frente a su situación concreta; fomentar la colaboración tanto dentro de la Iglesia como con otras entidades, y tratar de incidir social y políticamente a todos los niveles para generar condiciones de vida digna que palien la desigualdad. A la hora de implementar estos puntos, el episcopado ha contado con el asesoramiento y la colaboración del Secretariado Nacional de Pastoral Social de Colombia, con amplia experiencia en este ámbito. «En septiembre, su gente dio un taller a todos los obispos» para fomentar su implicación.
Diez asesinatos diarios
Los avances son lentos. «Donde más hemos progresado es en la atención a las víctimas. Muchas son muy religiosas, pero no habían encontrado en la Iglesia espacios de acogida». En los últimos tiempos sí han surgido bastantes iniciativas. En Cuernavaca (Morelos), «la inquietud surgió entre los sacerdotes» al ver que en 2015 se pasó de dos o tres secuestros al día «a cinco o seis, y los asesinatos de tres a diez diarios», estima el padre Héctor Pérez, responsable de los Centros de Atención a las Víctimas. A todo esto se han sumado los secuestros de niñas y jóvenes «para la prostitución». Los Centros de Atención nacieron en junio de 2015. «Nos propusimos buscarlas y establecer un lugar adecuado para escucharlas, en un ambiente de confianza y amor», y ofrecerles un acompañamiento integral. Fue difícil por la falta de medios… y porque «teníamos miedo a las consecuencias». La primera parroquia en tener un centro, Nuestra Señora del Carmen en Cuautla, ya ha atendido a 100 personas, y la iniciativa se ha contagiado a otras seis.
Recuperar el espacio público
En Vista Hermosa (diócesis de Zamora, Michoacán) la iniciativa partió de un grupo parroquial. Con más de 10.000 habitantes, «tenemos al menos 100 familias» afectadas. Con apoyo de la diócesis, «entre otras cosas hicimos un retiro y la gente salió muy contenta. “Ya sabemos que no estamos solos”, nos decían», explica el padre Gil. El sacerdote espera que esta toma de conciencia sea solo el comienzo: «La violencia te encierra en el miedo, te aísla. Cuando lo vences, se genera vida y se recupera el espacio público».
Para contribuir a ello, la diócesis ha participado en la creación de la plataforma social Despertando Conciencias, que en enero celebrará un gran evento público. También se ha creado el centro Jóvenes por la Paz, para atender a jóvenes en riesgo de exclusión y de caer en la violencia.
Mejor vivir poco que ser pobre
En el norte del país, la diócesis de Cuauhtémoc Madera (estado de Chihuahua) es vecina de la Sierra Tarahumara, un punto neurálgico del cultivo de droga. «En cinco años, en Cuauhtémoc (110.000 habitantes) ha habido 350 desapariciones involuntarias», sobre todo de jóvenes reclutados a la fuerza para el narcotráfico –explica el padre Camilo Daniel Pérez, párroco de la catedral de la diócesis–. Otros toman esta vía por «falta de oportunidades. El narcotráfico se presenta como una manera de salir del hambre. Los jóvenes saben que en ese negocio son carne de cañón, pero algunos nos han dicho que prefieren vivir poco y bien a vivir siempre con hambre».
Por eso, una de las apuestas diocesanas han sido los talleres de educación para la paz, puestos en marcha en los grupos de Iglesia y en escuelas e institutos. Esta iniciativa formaba parte de un plan diocesano de tres años, que terminó hace unos meses. Otro proyecto fue el taller La parroquia como espacio y signo de reconciliación, punto de encuentro y reflexión de 200 sacerdotes. Una vez más, una de sus apuestas fue la escucha a las víctimas. «Nos ha ayudado una organización por los derechos de la mujer», que tiene experiencia en dar apoyo psicosocial, legal y económico. En algunos lugares se han celebrado «convivencias o vigilias de oración». En otros, se actuaba con gran discreción porque «en la misma parroquia puede estar el narcotraficante, el policía o alguna autoridad».
Arzobispo electo de Morelia: «Nuestra evangelización debe promover la paz»
En diez años, 43 sacerdotes han sido asesinados en México según la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM). Los tres últimos fueron Alejo Jiménez y Alfredo Juárez, de Puebla, y Alfredo López Guillén, de Morelia (Michoacán). Los tres casos se atribuyeron al robo. No así el secuestro el 11 de noviembre, en Veracruz, de José Luis Sánchez Ruiz, que apareció dos días después con signos de tortura. Sánchez lideraba las protestas contra las subidas abusivas en las facturas de la luz durante los últimos meses.
A pesar de los datos, Jimena Esquivel, secretaria de Justicia, Paz y Reconciliación de la CEM explica que «normalmente la Iglesia y sus miembros eran respetados y los incidentes eran sobre todo robos. Pero vemos que cada vez son más molestados, tanto por el crimen organizado como por las autoridades, que muchas veces son cómplices»; o también por empresas responsables de megaproyectos como presas o minas a cielo abierto. Estas construcciones también «son generadoras de violencia porque desplazan a las comunidades», y muchos sacerdotes han alzado la voz contra ellas.