El Papa ha escrito una carta al prepósito general de los Padres Escolapios, Pedro Aguado, por el Año Jubilar que comienza este 27 de noviembre, al cumplirse los 400 años del nacimiento de las Escuelas Pías como congregación y los 250 de la canonización de san José de Calasanz.
Francisco anima a los escolapios a continuar esta obra «con entusiasmo, dedicación y esperanza», «con la seguridad de que, si bien las circunstancias en que nació la orden no son las de hoy en día, las necesidades a las que responde siguen siendo esencialmente las mismas: los niños y jóvenes necesitan que se les distribuya el pan de la piedad y de las letras, los pobres siguen llamándonos y convocándonos, la sociedad pide ser transformada de acuerdo con los valores del Evangelio, y la predicación de Jesús debe ser llevada a todos los pueblos y todas las naciones».
«Ser escolapio –a juicio del Papa– es elegir un camino de continuo y marcado abajamiento. Ser Escolapio es, por definición, ser una persona en un estado de abajamiento, un pequeño que se puede identificar con los pequeños, un pobre con los pobres». Por tanto, «de la misma manera que el Señor quiso poner la verdadera felicidad y dicha en la bajeza de la cruz, lo mismo ustedes, como consagrados, encuentren su plenitud y su alegría en el diario abajamiento entre los niños y los jóvenes, especialmente a los más pobres y necesitados. Ustedes no han sido fundados para otra grandeza que la de la pequeñez, ni para ninguna otra cima que la del abajamiento, que les reviste de los sentimientos de Cristo y les lleva a ser cooperadores de la Verdad divina y a hacerse niños con los niños y pobres con los pobres».
«Hoy más que nunca –añade el Pontífice– necesitamos una pedagogía evangelizadora que sea capaz de cambiar el corazón y la realidad en sintonía con el Reino de Dios, haciendo a las personas protagonistas y partícipes del proceso. La educación cristiana, especialmente entre los más pobres y allí donde la Buena Nueva tiene poco espacio o toca marginalmente la vida, es un medio privilegiado para lograr este objetivo».
Para ello Francisco pide a los escolapios que «permanezcan abiertos y atentos a las indicaciones que el Espíritu les sugiere. Por encima de todo, sigan las huellas que los niños y los jóvenes llevan escritas en sus ojos. Mírenles a la cara y déjense contagiar por su brillo para ser portadores de futuro y esperanza. Dios les conceda encontrarse proféticamente presentes en los rincones donde los niños sufren injustamente».