Al hablar de misioneros en este mes de octubre dedicado a ellos, pensamos en los que anunciaron a Jesús en América, África y Asia. Pero, ¿cómo se evangelizó Europa? En las regiones que formaban parte del Imperio romano, el cristianismo se expandió desde la época de los apóstoles. Sin embargo, en otros lugares no hubo cristianismo hasta casi 1.000 años después. Es el caso de Suecia, un país que el Papa visitará dentro de unas semanas.
Margarita Cantera, profesora de Historia Medieval en la Universidad Complutense de Madrid, cuenta que muchas veces los evangelizadores de estas regiones fueron monjes. Cuando se lo pedía el Papa o su obispo, «se adaptaban a las necesidades de la Iglesia» y renunciaban a la vida en su monasterio para ser misioneros. «Como estaban acostumbrados a vivir en comunidad, sabían organizar las nuevas diócesis» en los lugares donde llegaban.
A Dinamarca
Un buen ejemplo es san Anscario (Óscar), un benedictino del siglo IX. Nació en lo que hoy es el norte de Francia. Cuando tenía 25 años, otro compañero y él fueron los únicos en aceptar el encargo de Luis el Piadoso, hijo del emperador Carlomagno, de ir a Dinamarca. Tenían que acompañar a Haraldo, que quería ser rey de los daneses y se había convertido al cristianismo para que los reyes cristianos le ayudaran.
Margarita cuenta que los vikingos, los pueblos de Escandinavia, «vivían sobre todo de saquear ciudades costeras». Eran violentos. Por eso «entre los misioneros de estas tierras hay muchos mártires».
Anscario no fue mártir pero lo pasó mal. Haraldo fue rey solo un año. Después, un enemigo le arrebató el trono y expulsó a los misioneros.
Apóstol de Suecia
Pero a Anscario ya le había picado el gusanillo de anunciar a Jesús a los vikingos. Por eso volvió a ofrecerse cuando el rey Björn de Suecia, que era pagano, pidió misioneros para predicar entre su gente. Esta misión comenzó mal: su barco fue atacado por piratas. Pero luego Anscario tuvo un poco más de éxito, e incluso un consejero del rey se hizo cristiano.
A los 30 años fue nombrado obispo de la nueva diócesis de Hamburgo, en el norte de Alemania. Allí se volvió a ver las caras con los vikingos, que en el año 845 atacaron la ciudad. Anscario huyó llevándose solo las reliquias de santos que tenía. Los últimos años de su vida los dedicó a reconstruir esta diócesis, a fortalecer el cristianismo de sus habitantes y a intentar ganarse a los reyes daneses y suecos para que le dejaran evangelizar en sus reinos y no expulsaran a los misioneros cada vez que cambiara el rey. Esta pequeña semilla tardó un par de siglos en crecer, pero todavía hoy en estos lugares se recuerda a san Anscario como su gran apóstol.
Además de predicar, los monjes misioneros fundaban monasterios. Eran su base de operaciones. «Como los monasterios tenían tierras», la gente (que hasta entonces era seminómada) acudía a ellos buscando trabajo y a su alrededor «surgían pueblos y ciudades» explica Margarita, profesora de Historia. Esto permitía a los monjes seguir evangelizando. «Después de que la gente se bautizara, hacía falta un siglo o dos de cristianización para ir quitando costumbres paganas, como los sacrificios humanos, el tener varias mujeres o seguir adorando a sus dioses». No evangelizaban solo enseñando, sino siendo un ejemplo de comunidad, en la que la gente reza, se respeta, cuida y cultiva la naturaleza, transmite la cultura… Pronto, empezaron a hacerse monjes jóvenes de esos pueblos, que conocían la lengua y la mentalidad de la gente, y así podían evangelizar otros lugares cercanos.