18 de septiembre: san José de Cupertino, el santo volador que levitaba cuando rezaba
Nació en un establo, pasó enfermo cinco años de su infancia y le echaron de tres conventos, pero Dios lo exaltó —literalmente— de tal manera que, al final de su vida, todo el mundo quería ver y escuchar al fraile italiano que volaba ante el altar
De vez en cuando Dios hace guiños a los hombres, y a veces, como ocurre con san José de Cupertino, lo hace de manera descarada. En este mundo vertiginoso dominado por el afán de rendimiento y la obtención de resultados, este italiano contrasta porque fue rechazado por todos y considerado incapaz para hacer nada útil con su vida. Sin embargo, Dios tuvo a bien elevarlo a la vista de todos… literalmente.
Para empezar, José nació en un establo. Su padre, Felice, custodio del castillo de los marqueses de Cupertino, se había excedido extendiendo pagarés sin fondos a clientes a los que nunca pagaba, por lo que en determinado momento tuvo que huir con su familia y esconderse donde pudo.
Este fue el accidentado comienzo de una infancia marcada por la fe de una madre, Franceschina, que inculcó a sus hijos las verdades de la oración y de la vida, hasta el punto de que años después José diría de ella que «fue para mí mi primer noviciado».
A los 7 años, el pequeño cayó enfermo con llagas y estuvo en cama durante un largo lustro. Solo se repuso cuando fue con su madre en peregrinación al santuario de Santa María de las Gracias, en la localidad de Lecce, al sur de Italia, donde untaron su cuerpo con el aceite de las lámparas votivas. Ese episodio de su vida debió de marcar su carácter, pues desarrolló una forma de ser tan contemplativa que los niños de su pueblo no dudaban en burlarse de él.
Como durante su convalecencia su madre le había contado muchas historias de san Francisco de Asís, al crecer el joven José pidió su ingreso en varios conventos de espiritualidad franciscana de su región. Le echaron de tres de ellos, tanto por su delicado estado de salud como por su carácter más bien distraído y ausente. Solo le admitieron en el convento de Grottella, donde ya vivía un tío suyo. Allí le encargaron prepararse para ser sacerdote, lo cual era para él todo un reto.
Dicen sus estudiosos que lo realmente milagroso en este santo no fue el despliegue de prodigios del que fue protagonista años después, sino simplemente que hubiese llegado a ser ordenado, dada su incapacidad para los estudios. Dios le ayudó también en este fin, pues un día el obispo fue a supervisar la formación de los candidatos al sacerdocio y les hizo varias preguntas. Cuando le iba a llegar el turno a José, el obispo decidió ordenar a todo el grupo solo porque los compañeros anteriores habían acertado con las respuestas.
Recibió el orden sagrado en 1628 y pronto empezó a experimentar éxtasis que le hacían levantarse hasta tres metros del suelo. Durante la Eucaristía, o simplemente en el rato de oración en el coro, el fraile perdía el sentido y comenzaba a levantarse en el aire. Al volver en sí y bajar de nuevo al suelo se avergonzaba y pedía perdón a sus hermanos por «mis ataques de mareo».
El de Cupertino forma así parte de ese grupo de santos conocidos por su capacidad de levitar pero, si nos fiamos de las crónicas, él voló más que todos ellos. Pronto fueron de todas partes de Italia muchedumbres a ver ese prodigio. Al principio era solo curiosidad, pero la dulzura con la que hablaba de Dios arrancó muchas conversiones.
Llegó a ser investigado por la Inquisición en dos ocasiones, acusado de aprovecharse de la credulidad del pueblo; solo tras comprobar su humildad le dejaron marchar sin cargos. Sus superiores le ocultaron varias veces en distintos conventos, pero cuando la gente de los pueblos se enteraba iban en tropel para intentar verlo. Y no solo mostraba interés el pueblo: su caso era tan llamativo que hasta el Papa Urbano VIII tuvo curiosidad por él y lo mandó llamar. El fraile acudió ante el Pontífice y allí mismo levitó ante sus ojos mientras oraba.
En la ciudad de Ósimo pasó José los últimos años de su vida, en un aislamiento completo. En 1663 enfermó y dejó este mundo con el rostro iluminado y una sonrisa en la cara. Así murió el que es hoy, por méritos propios, el patrono de aviadores, astronautas, pasajeros aéreos y estudiantes que se enfrentan a sus exámenes.
- 1603: Nace en Cupertino, en la provincia italiana de Lecce.
- 1628: Es ordenado sacerdote tras haber sido expulsado de tres conventos.
- 1630: Durante la fiesta de san Francisco experimenta su primera levitación.
- 1653: La Inquisición le juzga por primera vez.
- 1663: Muere en el convento de Ósimo tras pasar sus últimos años oculto al mundo.
- 1767: Es canonizado en Roma por el Papa Clemente XIII.