El encuentro imposible: terroristas y víctimas
Artículo publicado por Fernando de Haro en Páginas Digital sobre la mesa redonda titulada Así es como nuestras vidas han cambiado. Justicia más allá de la pena y que ha tenido lugar durante el Meeting de Rímini organizado por el movimiento Comunión y Liberación. En la misma, han participado Agnese Moro, la hija de Aldo Moro, el que fuera primer ministro de Italia hasta su asesinato en 1978, y Maria Grazia Grena, ex-terrorista que ha cumplió largos años de cárcel
«De pronto descubrí que el dolor no era algo exclusivo nuestro, de las víctimas. También hay un dolor de los verdugos. He conocido personas que se presentan, te dicen su nombre y a continuación añaden el nombre de las personas que han asesinado y viven siempre con eso encima», explica Agnese Moro, la hija de Aldo Moro, el que fuera primer ministro de Italia hasta su asesinato en 1978.
Agnese ha sido una de las protagonistas de la mesa redonda sobre la justicia que va más allá de la pena. La mesa ha reunido a los protagonistas de una serie de encuentros que se han producido en los últimos años entre terroristas y víctimas de una violencia que dejó entre los años 60 y los 80 casi 500 muertos en Italia. Eran los años de plomo, jóvenes universitarios, «en búsqueda de una vida mejor, de más vida, ofendimos la vida, la dañamos» como explica uno de ellos.
El encuentro era tan imposible, a juzgar por lo que han contado unos y otros, como necesario. Después de meses de conversaciones, de gritarse, de abrazarse, han constatado que necesitaban del otro -víctima de la violencia o responsable de la misma- para rehacer sus vidas. Nadie en su sano juicio hubiera afirmado, antes de escucharlos, que la víctima y el verdugo son un bien el uno para el otro. Lo han hecho ellos, los únicos autorizados. Junto a Agnese Moro ha relatado su experiencia Maria Grazia Grena, ex-terrorista que ha cumplió largos años de cárcel.
Agnese Moro es lucidísima en la descripción del dolor de la joven de 25 años que era cuando su padre fue asesinado. Su único delito fue querer formar un Gobierno con la democracia cristiana y los comunistas. Agnese recuerda el zarpazo de la ausencia y después «la soledad de no tener a nadie a quien preguntarle por qué ha sucedido lo que ha sucedido». «La violencia- añade la hija de Moro- nos cosifica. Cosifica a los que matan y cosifica a las víctimas.
Los culpables son juzgados, cumplen su condena. Y eso es necesario porque la sociedad tiene que distinguir lo que está bien de lo que está mal y castigarlo. Pero esa justicia no es suficiente. En realidad no sabemos definir qué es la justicia, pero lo que sí sabemos es qué es la injusticia. Sabemos qué es la justicia cuando nos falta». La hija de Moro relata que ha encontrado parte de esa justicia que le falta al superar el papel social asignado a la víctima. «Como víctima tienes un papel social, todo el mundo sabe quién eres, qué representas», señala. Pero esa etiqueta no le sirvió durante décadas para que aflorase su humanidad herida por el asesinato del padre. En la mayor de las paradojas, esa humanidad sí ha reaparecido en el encuentro con los verdugos. Lo que hasta el momento era un soliloquio atormentado se ha convertido en un diálogo. Un diálogo que no justifica al verdugo, que no puede ser buenismo porque tiene lugar en un terreno en el que el mal ha sido demasiado serio. Un diálogo que permite, misteriosamente, salir de lo que estaba definitivamente cerrado. «El cambio no es que el pasado desaparezca, el pasado sigue allí, pero ocupa su puesto», explica Agnese. No mina ni el presente ni el futuro.
Maria Gracia Grena no tenía ningún interés en encontrarse con las víctimas. Había cumplido con su pena, se dedicaba a la asistencia a los presos, «para devolverle a la sociedad parte de lo mucho que le había quitado», señala. «Creía haber rehecho mi vida. Al final me atrajo la curiosidad de estos grupos de encuentro y acabé participando en ellos». Entonces se dio cuenta de que había cerrado en falso su historia. Los años duros de cárcel no le habían servido para comprender qué le había sucedido. «La cárcel no te ayuda a comprender qué te ha pasado. Nosotros optamos por la lucha armada porque queríamos conseguir cosas justas, algunas de esas cosas por las que luchamos hacen mejor nuestro país». Pero la gran cuestión que según Grena necesitaba afrontar era cómo esa lucha llegó a justificar la violencia. «En los primeros encuentros con las víctimas tenía delante de mí a personas que me gritaban», señala Grena. El diálogo con las víctimas le ha dado mucho más que los años de prisión, le ha ayudado a comprenderse. Moro escucha con atención a Grena. Cuando termina le aplaude con cariño. Grena le lanza un beso. «No se por qué os interesa tanto nuestra historia», concluye Agnese. Ahora nos tocaría gritar a nosotros: porque esta es la historia imposible del bien del otro que ningún tratado de psicología se atrevería a formular, porque el otro que te ha hecho el mayor mal se ha convertido en un bien, porque también nosotros necesitamos una historia así. La historia de una justicia limitada superada por el ilimitado don de un tú.
Fernando de Haro / Páginas digital