«Fue la Navidad ideal»
En la Nochebuena y la Navidad de 1914, miles de tommies y bosches -soldados ingleses y alemanes- decidieron de forma espontánea dejar en suspenso la Primera Guerra Mundial, y celebrar juntos el nacimiento de Jesucristo. «Fue la Navidad ideal. Uno apreciaba con una luz nueva el significado del cristianismo, pues era maravilloso que un cambio así hubiera podido ocurrir por un acontecimiento que sucedió hace cerca de 2.000 años», escribía en su diario un soldado inglés
«Querida madre: te escribo desde las trincheras. Tengo al lado una hoguera de coque, enfrente un refugio. El suelo está resbaladizo en la trinchera, pero congelado fuera. Tengo en la boca una pipa, regalo de la Princesa Mary. Dentro, hay tabaco. Pero espera: hay tabaco alemán. Dirás: Ja, de un prisionero, o encontrado en una trinchera ocupada. ¡No, querida! De un soldado alemán vivo. Ayer, los británicos y los alemanes nos encontramos y nos dimos la mano entre las trincheras, e intercambiamos recuerdos. Sí, todo el día de Navidad, y aún mientras escribo [el día 26]. Maravilloso, ¿no?».
«Sucedió así: en Nochebuena, los dos ejércitos cantaron villancicos y se aplaudieron y hubo muy pocos disparos. Los alemanes (que en algunos sitios están sólo a 70 metros) invitaron a nuestros hombres a ir y coger un puro, y nuestros hombres les dijeron que vinieran ellos. Esto se repitió un rato, sin que ninguno terminara de confiar en el otro, hasta que, después de muchas promesas, un tommy [soldado inglés] audaz se arrastró fuera se puso de pie entre las trincheras, e inmediatamente un sajón le vino al encuentro. Se dieron la mano, se rieron y 16 alemanes salieron de la trinchera. Así se rompió el hielo».
En enero de 1915, muchas familias de los países combatientes recibieron cartas con relatos muy similares a éste, del naturalista Henry Williamson (1895-1977). Aunque él creía que «esto sólo ha ocurrido a lo largo de dos o tres kilómetros», la Tregua de Navidad de 1914 estuvo bastante generalizada: en Nochebuena y Navidad, de forma espontánea, los soldados no atacaron, intercambiaron comida y regalos, cantaron, rezaron juntos…
El deseo cumplido del Papa
Pocas horas antes, el Papa Benedicto XV lamentaba que sus intentos de lograr una tregua navideña no hubieran dado fruto. El Evangelio está en los cimientos de Europa y, durante siglos, dio frutos como la paz de Dios. Frente a los nacionalismos, la Iglesia ha sido mucho más proclive que otros grupos a una visión europeísta. En la Navidad de 1914, decenas de miles de soldados, entre los que había muchos católicos, hicieron realidad, quizá sin saberlo, el sueño del Papa. Así, demostraron que la Buena Noticia podía iluminar el momento más oscuro que Europa había conocido hasta entonces, con medio continente estancado en una guerra que ya se había cobrado un millón de vidas.
Uno de los testimonios que mejor recoge este sentido profundo de la tregua es el diario del sargento Bernard J. Brookes, de los Queen’s Westminster Rifles. Aún no había cumplido 22 años, y estaba destinado en Armentieres, un pueblo francés fronterizo con Bélgica. Con frecuencia -explica a Alfa y Omega su nieto Robert-, sus experiencias, que recogía en pequeñas libretas, están salpicadas de reflexiones que brotan de la fe católica que recibió de su padre, converso por la influencia del Beato cardenal Newman.
«A última hora de la tarde [de Nochebuena] -escribió-, los alemanes se volvieron divertidísimos, cantando y gritándonos. Dijeron en inglés que, si no disparábamos, ellos tampoco lo harían. Encendieron fuegos fuera de su trinchera, se sentaron alrededor y empezaron un concierto, cantando también canciones inglesas acompañadas por una banda de cornetas. Un oficial alemán, con una linterna, se adelantó y pidió ver a uno de nuestros oficiales para acordar una tregua».
«Un oficial salió (después de que nos situáramos en nuestros puestos con los rifles cargados por si nos traicionaban), y se acordó que entre las 10 y las 12 de la mañana y las dos y las cuatro de la tarde habría contacto entre los alemanes y nosotros. Fue una noche bonita y cayó una fuerte helada, y cuando nos despertamos el suelo estaba vestido de blanco. Realmente fue la Navidad ideal, y el espíritu de paz y buena voluntad era muy llamativo en comparación con el odio y el trato con la muerte de los últimos meses. Uno apreciaba con una luz nueva el significado del cristianismo, pues era ciertamente maravilloso que un cambio así en la actitud de ejércitos enfrentados hubiera podido ocurrir por un acontecimiento que ocurrió hace cerca de 2.000 años».
Una escapada para ir a Misa
Al día siguiente, escribe: «A las 9, como no estaba de servicio, me dieron permiso para ir a Misa a una iglesia que había descubierto. Estaba terriblemente bombardeada. Un sacerdote había venido de Armentieres a celebrar para los pocos que todavía vivían en la zona. En esta iglesia, con cabida para 300 personas, había unas 30, y yo era el único soldado. Realmente fue una celebración única. Durante las palabras del sacerdote, yo era casi el único que no lloraba, y era sólo porque no entendía mucho».
De vuelta en la trinchera y tras comer un festín de Navidad (carne enlatada, patatas y pudin, regado con vino que habían encontrado en una casa), «salí y charlé con nuestro amigo el enemigo. Muchos alemanes tenían puestos disfraces que habían cogido de casas cercanas; un tipo ocurrente tenía una blusa, falda, chistera y sombrilla, y la grotesca figura causó mucho júbilo. Intercambiamos varios recuerdos, que conseguí mandar a casa. Además, tuvimos oportunidad de ver las famosas Cruces de Hierro que algunos hombres llevaban. También tengo varias firmas y direcciones de alemanes en un papel de mi hoja de servicio, y acordamos que al final de la guerra nos escribiríamos si volvíamos sanos y salvos». Desgraciadamente, aunque fue herido y volvió a casa en 1915, nunca llegó a escribirles.
Explica también que la tregua tuvo otras consecuencias positivas. Al menos, para los dos soldados ingleses que, «por haber bebido demasiado bien de la copa del amor», esa Nochebuena habían terminado, borrachos, en la trinchera alemana. Cuando los bosches [nombre coloquial de los alemanes] avisaron a los ingleses de lo que había pasado, «les pedimos que nos los devolvieran, pero se negaron porque habían visto la posición de sus metralletas. Prometieron, sin embargo, mandar un telegrama a su cuartel general y ver qué se podía hacer al respecto. Más tarde, nos informaron de que se había decidido internarlos en un campo de civiles, y no tratarlos como prisioneros de guerra. Era justo».
En otros lugares, la paz se prolongó varios días. En Armentieres, los ingleses le pusieron fin esa medianoche, para no desvelar su estrategia: «Nuestra artillería disparó cuatro proyectiles de pequeño calibre, para hacerles saber que la tregua de la que se maravillaría todo el mundo iba a acabar, y en su lugar volverían a reinar la muerte y el derramamiento de sangre».
—100.000 soldados —se estima— participaron en la Tregua de Navidad, a lo largo de los más de 800 kilómetros del Frente Occidental, que se extendía desde el Mar del Norte hasta Suiza. Hubo paz en dos tercios del frente británico-germano, y, a menor escala, entre alemanes y franceses y belgas. También en el Frente Oriental hubo algunos intentos de tregua con los rusos.
—El Kaiser Guillermo había enviado 100.000 árboles de Navidad a sus tropas, lo cual probablemente contribuyó a encender el espíritu navideño en el frente. A esto se sumó el deseo de poder enterrar a los caídos en tierra de nadie. En algunos lugares, las tumbas se marcaron con cruces hechas con la madera de las cajas de provisiones. En el caso de los Gordon Highlanders de Escocia, el capellán, de la Iglesia Libre Unida, acordó con los oficiales alemanes celebrar un breve servicio conjunto, que un estudiante de Teología tradujo al alemán. «Era impresionante: enemigos acérrimos, descubiertos y recogidos, unidos rindiendo a sus muertos el último homenaje», recordaron algunos.
—Aprovechando la tregua, los soldados belgas pidieron a los alemanes que hicieran llegar cartas a sus familiares en la Bélgica ocupada. En Dixmude, los oficiales alemanes pidieron ver a un capellán belga y le enviaron, a través del río Yser, un recipiente con hostias consagradas que habían cogido en una batalla.
—La Tregua de Navidad llevó al soldado alemán Richard Schirrmann a preguntarse si no se podría poner a disposición de los jóvenes de todos los países «un lugar adecuado donde pudieran conocerse», para fomentar la paz y el diálogo. En 1919, fundó la Asociación Alemana de Albergues Juveniles.
—Un corresponsal del Manchester Guardian recogió el testimonio de un soldado francés, según el cual «los franceses y alemanes no sólo intercambiaron cosas, sino que bailaron en círculos. El desenlace fue incluso más interesante. Los soldados se negaron a volver a dispararse, y tuvieron que ser reemplazados».
—En 1915, los mandos militares prohibieron rotundamente todo intento de confraternización. Ese año, sólo hubo pequeñas treguas aisladas. Los años siguientes, la prolongación y endurecimiento de la guerra con batallas como el Somme y Verdun, o el uso de gases venenosos, las hicieron imposibles.
Nos no hemos dejado sin intentar ninguna forma de que la voluntad, la necesidad de paz fueran bien recibidas. Con este propósito, Nos vino a la mente la intención de abrir, en medio de esta oscuridad de muertes bélicas, un solo rayo del sol divino de la paz, y pensamos en proponer a las naciones contendientes una tregua navideña breve y concreta, acariciando la confianza de que, si no podíamos disipar el fantasma negro de la guerra, se Nos diera al menos el poder aportar un bálsamo para las heridas que inflige. ¡Oh! La querida esperanza que habíamos diseñado para consolar a muchas madres y esposas con la certeza de que, en las pocas horas dedicadas a la memoria de la Divina Navidad, sus seres queridos no caerían bajo el plomo enemigo. Desgraciadamente, Nuestra cristiana iniciativa no fue coronada por el éxito. Pero, sin desanimarnos por esto, tenemos la intención de continuar con todo el esfuerzo posible para acelerar el fin de esta catástrofe sin precedentes, o al menos para aliviar sus tristes consecuencias.
Hemos clamado por el intercambio de prisioneros que han quedado inhabilitados para el servicio militar. Hemos querido que a los pobres prisioneros de guerra se acerquen sacerdotes que no desconozcan su lengua y les presten el consuelo que puedan necesitar, y también que se ofrezcan intermediarios benévolos entre ellos y sus familias, tal vez en dificultades y afligidas por la falta de noticias. Aplaudimos a los pastores y a los individuos que se han decidido a promover o multiplicar oraciones públicas y privadas. ¡Caigan al suelo las armas fratricidas! Que caigan por fin estas armas, demasiado manchadas de sangre…, y las manos de quienes han debido empuñarlas vuelvan a los trabajos de la industria y del comercio, de las obras civiles y de la paz. ¡Que sientan hoy, al menos, los gobernadores y los pueblos la voz angélica que anuncia el don sobrehumano del Rey que nace, el don de la paz, y muestren también ellos, con obras de justicia, de fe y de humildad, esa buena voluntad que Dios puso como condición para el disfrute de la paz.
Un aspecto muy importante de transformación operada por el cristianismo en las centurias medievales fue la pacificación de la sociedad. Con la irrupción y el asentamiento de los pueblos germánicos, éstos trajeron su sistema de valores, en el que, junto con destacadas virtudes, había graves defectos, y uno de ellos era la violencia interna. La fragmentación del poder y la formación de señoríos feudales, cada uno con su ejército particular, provocaron guerras intestinas dentro de los propios reinos en la Alta Edad Media, escaramuzas y saqueos, y todo ello causaba serios perjuicios a la población campesina.
De la Iglesia nacieron entonces varias iniciativas para detener esta inestabilidad y conflictividad, como la mediación de abades y obispos en favor de las clases populares, frente a los abusos de los poderosos y el hecho de recordarles a éstos sus deberes para con los débiles. Por otro lado, se hizo un esfuerzo para cristianizar la caballería, la milicia de la época, dándole unos ideales éticos.
Muy notorias fueron dos instituciones desde finales del siglo X: la tregua de Dios y la paz de Dios. Diversos concilios del sur de Francia las adoptaron, estableciendo unos períodos de guarda obligatoria de la paz en los territorios y de respeto a las personas no combatientes. Surgieron especialmente a partir del Concilio de Charroux (989) y del de Le Puy (990). Pronto se difundieron: hasta mediados del siglo XI, prácticamente estuvieron limitadas al Mediodía francés, pero desde entonces fueron extendiéndose a España (comenzando por Cataluña), Normandía, Inglaterra, el Imperio Germánico, Italia… Papel sobresaliente tuvieron los abades de Cluny, fundamentalmente san Odilón, san Hugo y Pedro el Venerable, y también hay que recordar el que jugó san Ivo de Chartres.
El Concilio de Clermont de 1130, presidido por el Papa Inocencio II, mantuvo la paz y la tregua de Dios, y prohibió los torneos por ser homicidas. En ese decenio, personajes tan influyentes como el abad cisterciense san Bernardo de Claraval mediaron para lograr la paz entre distintos señores, territorios y ciudades de la cristiandad, y trataron de desviar la conflictividad hacia la lucha contra el peligro común que suponía entonces el Islam.