El mantero que cuida de tu madre
«Cuando entres a la librería Traficantes de sueños encontrarás al fondo una puerta, la abres y sales a un patio. De frente nos encontrarás a nosotras». Las indicaciones para llegar hasta la sede de la asociación Senda de cuidados, en una de las calles que une la plaza de Cascorro con Tirso de Molina, parecen propias de una yincana callejera.
«Bienvenida a La Universal», adelanta Nilda Jiménez, una de las coordinadoras de la asociación. En este espacio, tan universal como su propio nombre indica, conviven tres realidades muy solicitadas por el barrio: una librería, un espacio artístico y un centro de formación e inserción laboral. «En estos pocos metros cuadrados existe un paradigma de colaboración vecinal. Nos unimos una congregación religiosa, organizaciones sociales y asociaciones culturales para dar vida a este espacio. Hasta los okupas tuvieron su papel cuando lo pusimos en marcha, que paradójicamente fue el de que conseguir que nadie lo ocupara», explica Pepa Torres, religiosa Apostólica del Corazón de Jesús, colaboradora de este semanario y una de las fundadoras de Senda de cuidados.
Todo comenzó hace cinco años, «cuando los migrantes con los que trabajamos varias organizaciones sociales de Lavapiés empezaron a sufrir duramente las consecuencias de la crisis», afirma Torres. La escasez de puestos de trabajo complicaba el acceso a la regularización de sus papeles. Una de las salidas laborales a las que acceder era el cuidado del hogar, de niños y ancianos, «para el que muchos están preparadísimos, pero es un trabajo marcado en muchas ocasiones por la indignidad». Según la religiosa, miembro también de la organización Territorio Doméstico –formada por trabajadoras del hogar que luchan por sus derechos–, «nos hemos encontrado casos de abusos de todo tipo. Desde la mujer interna a la que sus empleadores la hacían dormir en el sofá y no la dejaban comer, a la chica que sufre acoso sexual en su trabajo. Eso sin contar los innumerables casos en los que no se cumple la legislación vigente, que obliga a dar un día y medio libre por cada semana trabajada, vacaciones pagadas y pagas extra. Muchos piensan que, llevándose a su empleada a la playa, ya están cubriendo sus vacaciones, pero la realidad es que esos días tiene que trabajar el triple», afirma Nilda Jiménez. «Las agencias privadas obvian muchas veces estas condiciones», añade Torres.
Dignificar los cuidados
En este contexto «nos sentamos a charlar miembros de Territorio Doméstico, gente de la asociación Sin Papeles y de movimientos próximos a Ferrocarril Clandestino y cristianos comprometidos con los migrantes. El objetivo era buscar alternativas de formación y empleo digno en materia de cuidados», explica Torres. Así nació Senda de cuidados, una asociación colectiva que busca «visibilizar el trabajo de cuidador y darle la dignidad laboral que se merece».
La asociación tiene varias patas. Una de ellas es la escuela de formación, en la que «voluntarios dan cursos de movilización, de atención a los mayores, de limpieza o de cocina», explica Nilda Jiménez. Otra de las patas es la bolsa de trabajo. «Tenemos 300 personas inscritas y a 51 personas trabajando en 45 familias diferentes», afirma. Para acceder a la bolsa de empleo hay dos requisitos básicos: tener una situación legal regularizada y pasar por los cursos de formación de la asociación. Cualquier español que cumpla los requisitos puede acceder a la bolsa de trabajo, aunque «la realidad es que la mayoría de las personas con las que trabajamos son inmigrantes por el contexto en el que nos encontramos. Pero Senda de cuidados está dirigida a todos», añade la religiosa.
La tercera ventaja de esta asociación es que funciona como un puente entre el empleador y el empleado. «Las familias pagan un pequeño extra para que nuestras coordinadoras solucionen todos los papeleos y funcionen como mediadoras. Nilda está siempre pendientes de lo que necesiten ambas partes». Además, cada tres meses se juntan en asamblea todos los trabajadores para compartir experiencias.
El tándem africano-abuelo
Babakar es senegalés y lleva en España desde 2004. «Trabajaba en la construcción, pero desde que llegó la crisis todo se vino abajo. Tuve que cambiar de rumbo y empecé a buscar cursos de formación». A través del centro San Lorenzo de ASTI –asociación de la Delegación Diocesana de Migraciones–, Babakar llegó hasta Senda de cuidados. «Llevo dos años y medio con ellos. Ahora cuido a un anciano de 89 años durante seis horas al día». Comparándose con su mujer, que trabaja en la limpieza del hogar a través de una empresa privada, Babakar reconoce «la gran suerte que he tenido encontrando a la gente de Senda. De ella se aprovechan mucho. Firmó un contrato de ocho horas, pero siempre son como mínimo doce, sin pagas y sin quejas». Algo impensable «si trabajas con mi asociación, que vela por tus derechos. Incluso si hay algún problema con la familia con la que trabajas, te cambian de empleador sin problemas».
Babakar reconoce estar encantado de trabajar con una persona mayor, «porque en mi tierra los mayores nunca están solos. Aquí veo un gran problema de soledad». De hecho, reconoce el senegalés, «me cuesta a veces separarme de él. No me gusta dejarle solo, me duele porque le veo como si fuera mi padre». El respeto y la delicadeza con el trato a los mayores es algo innato en los subsaharianos. «Un grupo nutrido de nuestros trabajadores son subsaharianos que se habían dedicado a ejercer de manteros cuando llegaron a Madrid. Están cansados del acoso policial, que continúa a día de hoy, y con este proyecto queremos ofrecerles otra salida. Además, valoran a las personas mayores de una forma muy enriquecedora. Hemos tenido grandes experiencias», incide Pepa Torres. Ahora mismo hay seis manteros trabajando.
Garantía también para las familias
Todas las familias que acuden a Senda saben que tienen que pagar un sueldo digno y cumplir a rajatabla la legislación. «Nosotros también velamos por los derechos de los empleadores, porque sus padres, sus hijos, su casa… son lo más preciado que tienen y no poder cuidarlos es una pesada carga. Por eso mandamos a la persona que más se ajuste a sus necesidades y mantenemos una relación fluida con ellos», añade Nilda.
José Ramón López de la Osa es uno de los empleadores que acudió a Senda de cuidados. «Desde hace cuatro años un chico senegalés cuida de mi padre de 98 años. La relación del muchacho con a familia es extraordinaria. Mi padre es consciente de que, ahora mismo, él lo es todo, sus brazos, sus piernas… Es extraordinariamente delicado y cuidadoso, respetuoso y muy cercano». Para López de la Osa, una asociación social de este tipo es «ventajosa, lo mires por donde lo mires. Están siempre pendientes, te hacen un filtrado según lo que necesitas y si no hay adaptación, te buscan inmediatamente a otra persona. Además, fomentan la integración laboral de las personas migrantes de forma digna».
Senda de cuidados tiene como bandera la creencia de que los cuidados deben dejar de ser invisibles. El motivo de esta invisibilidad es que «históricamente los hemos hecho las mujeres, pero deberíamos poder elegir cuidar o no cuidar. Los hombres ni se lo plantean», denuncia Pepa Torres.
Esta feminización del cuidado se expresa claramente en lo que ella define como cadenas globales de cuidados. «Las mujeres de esta parte del mundo hemos salido a trabajar fuera de casa, y como el Estado y los hombres no asumen esta labor compartida, tienen que venir mujeres de otros lugares del mundo a cuidar a los nuestros», recalca. A la vez, estas mujeres «dejan a los suyos en manos de otras mujeres de lugares más pobres aún. Por ejemplo, en la República Dominicana las trabajadoras del hogar son haitianas». Pepa Torres recalca la importancia de romper esta «lógica perversa del capitalismo. Hay que cambiar el formato laboral. Trabajar menos y dedicar más tiempo a cuidar».