Muy preparado intelectualmente, goza del honor de ser uno de los Santos Padres más celebrados de la Iglesia Oriental. Inteligente, conocedor de la Sagrada Escritura, recto en los principios teológicos, fiel a los principios de la tradición teológica; tenaz, claro, intransigente, y nada diplomático. Destaca por encima de todas sus cualidades humanas, sobre todo, por ser un defensor a ultranza de la fe íntegra de la Iglesia: Contribuyó de modo decisivo a esclarecer la doctrina cristológica en el concilio de Éfeso y la maternidad divina, primera y principal de las prerrogativas de la Virgen María.
Fue sobrino del intrigante patriarca de Alejandría Teófilo, que nunca supo aceptar verse pospuesto a Juan Crisóstomo, cuando eligieron a este último para la sede de Constantinopla, porque anhelaba ser el metropolita de la sede donde estaba la capital del Imperio romano oriental. Vivir al lado de su tío en Alejandría le sirvió a Cirilo como preparación para sobrellevar los obstáculos futuros. Se educó esmeradamente en la escuela alejandrina fundada por Panteno y fiel a las tradiciones más puras, donde enseñaron Clemente, Orígenes, Dídimo y Atanasio, la flor y nata de la teología de la época y base para los teólogos de todos los tiempos. Es la edad de oro de la literatura patrística cuando Cirilo es solo un joven estudiante; en Milán ocupa la sede Ambrosio, en Roma está Dámaso, Cirilo en Jerusalén y Juan Crisóstomo gobierna Constantinopla.
Cirilo es patriarca de Alejandría en el año 412 y, por ello, cabeza de todas las iglesias de Egipto. Ya han desaparecido las tensiones pretéritas entre las dos sedes en vida de Teófilo y Juan Crisóstomo. Comenzó su patriarcado manteniendo buen espíritu de sus pastores y fieles, al tiempo que mantiene comunicación permanente con la Iglesia de Roma, y contacto con las vecinas metrópolis de Antioquía y Constantinopla. Son de destacar sus homilías en las reuniones anuales con todos sus obispos con motivo de la Pascua donde expone puntos fundamentales de la fe católica y señala las líneas prioritarias de común actividad pastoral. También es digno de mención y muestra de su ánimo intransigente, poco simpático y nada negociador, la limpieza que impuso en Alejandría de novacianos y de judíos que dificultaban la pacífica vida cristiana; lo que no arrasó, lo confiscó y convirtió en templos cristianos.
A partir del año 428 saltó la alarma comienzo de un triste y fastidioso asunto herético. Nestorio, patriarca de Constantinopla, ha comenzado en su predicación a decir cosas extrañas a la genuina fe cristiana; niega la divinidad de Jesús, afirma que en Él hay dos personas, y, como consecuencia, rechaza también la maternidad divina de María. El asunto es grave y Cirilo se pone en acción. Pero no sirvieron las advertencias, comunicaciones personales, estudios exhaustivos fundamentados en la Sagrada Escritura y en la doctrina de los Padres, la mediación de venerables obispos, ni las intervenciones de Roma.
Se complicaron más las cosas por la intervención política del emperador que, por tener su residencia en Constantinopla, donde estaba fraguándose la herejía nestoriana, veía muy revuelto el ambiente y convocó un concilio en Éfeso, el año 431. Y mira que Cirilo había escrito sendas cartas a Teodosio II, a las princesas Arcadia y Marina y a las emperatrices Pulqueria y Eudoxia, advirtiéndoles de las sutilezas teológicas del patriarca constantinopolitano.
En el tercer concilio ecuménico de Éfeso, sin los legados pontificios que no terminaban de llegar y con los obispos antioquenos ausentes, porque, aunque aceptaban la doctrina católica, no querían condenar a Nestorio, Cirilo tuvo que echar mano de toda su prepotencia dogmática, teológica, eclesiástica y emplearse a fondo en la dialéctica para conseguir que se salvara la recta doctrina de fe, aunque le costara el destierro, y se terminara con la condenación de Nestorio y su doctrina, dejando claro que Jesucristo es Dios consubstancial al Padre y María es verdadera Madre de Dios. La carta Laetentur Coeli del 433 testifica el restablecimiento de la fe católica en las Iglesias orientales y se comunica al papa Sixto III el Símbolo fruto del concilio.
Cuando, pronunciamos «Santa María, Madre de Dios» estamos viviendo la fe que Cirilo defendió en la palestra conciliar, llamando a Santa María la Theotokos y Deipara. Gracias, san Cirilo. Pero eso no quita que sigamos pensando que fuiste un antipático intransigente; y esto no nos asusta porque estamos al día en lo que se refiere a los defectos de los santos. O quizá sea que, en nuestro tiempo, la idea que tenemos de pastor tienda más a parecerse a la de un padre que a la de un gobernador; y hasta puede que estemos equivocados, y que deban resumirse en la misma persona episcopal los dos conceptos. De todos modos, me parece que tenías más planta de teólogo que de obispo.