«Trabajo en la obra de teatro más importante que ha caído en mis manos»: Arturo Fernández dixit en el programa radiofónico de Herrera en la Onda. Se refería a Enfrentados, una amable y a veces interpeladora comedia en la que Arturo encarna a un sacerdote veterano, contrastado con el empuje de un joven seminarista, David Boceta. Se estrenó, con el éxito asegurado, en el otoño madrileño en el Teatro Amaya de Madrid, con todo su encanto —el de Arturo y el del otoño madrileño—.
Se trata de una pieza en un acto para dos actores titulada originalmente Mass Appeal, (1980 en Broadway), en un juego de palabras que se pierde en las variadas y a veces pintorescas traducciones que ha tenido: Duelo de ángeles, Entre Dios y el diablo, Algo en que creer… Su autor es el norteamericano Bill C. Davis, formado tanto de niño como de joven bajo los parámetros educativos de instituciones de enseñanza católicas —en su caso, maristas—, algo que se nota en el manejo de lenguajes y situaciones, y que convirtió la obra en un clásico y en una oferta múltiple de exitosas representaciones en las más variadas ciudades del mundo.
Esta vez, el eterno galán de la escena española no está rodeado de «mujeres florero» a las que seducir desde su estereotipado chatín. A sus espléndidos 85 años, el gran Arturo Fernández, católico que confiesa que el Papa Francisco «nos está enseñando que no hay que tener miedo a cambiar las cosas», lo que hace es cambiar los elegantes conjuntos de Armani por un clerygman. Después de su acertado y singular personaje Don Juan de Albert Boadella, Arturo Fernández consolida su larguísima y brillante carrera teatral haciéndose, con brillantez y seguridad ,con este papel, el de don José María Fanjul, cura clásico y modernillo a la vez —tiene su programa de televisión y todo— y con glamour, cosa bien fácil para él.
Y enfrente, el seminarista Tomás de la Casa, lleno de energía, muchas ideas nuevas y propuestas de cambio. Lo interpreta David Boceta, con una amplia formación interpretativa y una rica experiencia teatral y televisiva. Precisamente la obra llega a los escenarios españoles, en un momento de interesantes cambios sociales y políticos en nuestro país: nuevo monarca y jóvenes que sustituyen a veteranos en muchos ámbitos profesionales y sociales.
Un párroco, don José María Fanjul, está al frente de una parroquia bien asentada. Tras años trabajosos, ahora lleva tiempo en un lugar donde ha encontrado paz, reconocimiento y estabilidad. Vive como un auténtico sacerdote acomodado. Todo esto… ¿a costa de traicionar su propia vocación? Así al menos lo entiende un seminarista que irrumpe como un ciclón, en plena y serena tertulia del párroco con sus feligreses —quizás fuéramos los cómodamente instalados en el patio de butacas—, y le reprocha que se haya convertido con los años en un tranquilizador de conciencias a las que, a priori, se comprometió a despertar. Fervoroso, ecologista, voluntario de mil «ongs», apostador de la justicia social y con fuerte actitud profética, es casi como un nuevo Savonarola. En sus predicaciones, por poco no organiza las célebres hogueras de vanidad (o quema de vanidades) a las que el religioso dominico invitaba, en el siglo XV, a los florentinos, para arrojar sus objetos de lujo y sus cosméticos.
Los diálogos entre el viejo sacerdote, que trata de llevarse bien con todo el mundo, y el joven seminarista rebelde, son buenos. Uno de los monólogos de confesión emociona en el escenario, cuando se conjugan con acierto la palabra y el silencio, la luz y la oscuridad, los movimientos y la quietud. Sin embargo algunas veces —más bien pocas—, los diálogos se enlazan con poco equilibrio entre la carga dramática y la cómica. David Boceta no es mero acompañante del gran Arturo Fernández, y acierta en el acercamiento a un mundo desconocido para él. «Leí previamente la Biblia y quise sacar a flote el seminarista que podía haber en mí si la vida me hubiera llevado por esos derroteros», dice el actor. Lo hace de manera convincente.
¿Dialéctica de generaciones a través del «tema» eclesial ? ¿Iconos de dos cosmovisiones eclesiales y católicas? ¿Periferias o centro? El padre José María se lo dice muy claro al seminarista: «Esto es un club con unas normas, ¿dónde quieres estar? ¿fuera o dentro?» El seminarista insiste, quiere estar dentro. Me cuesta estereotiparlos como imágenes enfrentadas de «lo progre» y lo «carca», porque creo que van más allá de esta simplista división. El propio autor, Bill C. Davis, escribió en la revista Time del 26 de mayo de 1980: «En su forma más simple, la obra plantea el eterno enfrentamiento entre la juventud y la edad, entre los que han visto muy poco y los que han visto demasiado, entre los que quieren cambiar el mundo radicalmente y los que han hecho la paz con su abyectos y principales poderes». Son dos posturas, dos iconos, dos fuerzas en lucha pero a la vez abrazadas, que se admiran, se necesitan y acaban comprendiéndose, siendo amigas y queriéndose de verdad.
La puesta en escena es sencilla y limpia hasta en su decorado, blanco y con luces claras —mitad templo, mitad despacho parroquial—. El entorno, quizás demasiado «yanqui», ayuda, sin embargo, a captar la psicología del personaje principal y a ser contraste claro para las rebeldías del joven seminarista. Quizás esta obra pueda hacer un gran servicio a la Iglesia española, para que sepa abrazase como don José María Fanjul y Tomás de la Casa. O como debiera abrazarse la, a veces fracturada, sociedad española.
Pipimano
★★★☆☆
Teatro Amaya
Paseo General Martínez Campos, 9
Iglesia
Hasta el 31 de mayo