Álvaro Ramos llegó hace dos años a Tegucigalpa desde Madrid. Vino tiempo atrás como voluntario y ahora está decidido a prepararse para ser sacerdote misionero. Le he pedido que nos escriba algo de sus días compartidos.
«Nunca había pensado cuánto dependería mi vida del trabajo de un fontanero. Aquí en Tegucigalpa, en el barrio donde vivimos, el agua es oro. Llega cada tres o cuatro días y solo unas cuantas horas. Todo el mundo corre para llenar depósitos, bidones, lo que sea. Entonces, cuando ves que un grifo o una tubería pierde agua, te desesperas. No tiene precio cuando por fin se arregla. También ocurre cuando la luz se va o cuando el internet no conecta.
A veces cuesta encontrar a personas que se encarguen de que esos problemas se resuelvan. Necesitamos más y mejores fontaneros, electricistas, informáticos, profesores, enfermeras, abogados, que hagan bien su trabajo para que todos podamos vivir. Qué importantes son todos.
Aquí me he dado cuenta de lo mucho que dependemos unos de otros. Sin estar organizados, preocupándonos unos por otros, no es posible vivir. Cuando vuelva a España tengo que dar gracias a tantas personas que me enseñaron a leer bien, me han dado agua, luz, calles sin agujeros, que me recogieron la basura. Parece una obviedad, pero a veces se nos olvida. En Honduras no se nos olvida, porque hay un millón de jóvenes que no han llegado al bachillerato y no hacen nada. En América Latina, 20 millones. Ahí empiezan los problemas para ellos y para todos. Parece que no valen nada, pero en ellos está la solución.
Nosotros invertimos para que muchos jóvenes puedan servir. Servir para aprender a ser útiles y servir para aprender a ayudar. Que se den cuenta de que tienen talentos que cultivar y producir para ellos y los demás. Incluso los que no parecen tan listos acaban enseñando a los otros a no pasarse de listos. Les necesitamos para formar una sociedad que funcione. Si abandonamos a uno ya no encaja. Y empiezan las goteras.
Aquí, en los barrios pobres sin agua, varios grupos de estudiantes de bachillerato y universitarios, con el apoyo de muchas buenas personas, se han organizado para ayudar a miles de estudiantes más jóvenes, ancianos, madres solteras… Son futuros informáticos que arreglan muchas computadoras, con las que una nueva generación de contables, administradores y abogados gestionan la ayuda que nos llega. Y hay futuros ingenieros y empresarios que organizan viajes para llevar esos recursos a cientos de lugares marginados. Y profesores que se aseguran de que la ayuda se utilice bien para formar a los que no saben. Y seminaristas que nos permiten mantener la esperanza… y nuevos microbiólogos, electricistas, farmacéuticos, psicólogos, ingenieros agrónomos, mecánicos, químicos… Y esos benditos fontaneros.
Una gran familia que demuestra que los problemas se resuelven cuando todos participan y comparten. Un ejemplo para la sociedad en general. Para la familia humana».