Vuelve El Hombre y la Tierra
Para los que consideramos a Félix Rodríguez de la Fuente un amigo de la infancia, porque siempre se colaba en nuestras pesquisas por conocer las entrañas del mundo animal, andamos de enhorabuena por la iniciativa de TVE de programar su antológica serie sobre la fauna ibérica. Ahora, que los tiempos audiovisuales exigen calidades de imagen sin pizcas de error, los capítulos de El Hombre y la Tierra han sido remasterizados para ponerse a tono con las pantallas de plasma. Pero, más importante que el lavado de cara, es la personalidad del mismo Rodríguez de la Fuente, a la hora de hacernos accesible al águila perdicera y al lirón careto, bichos que ni nos sonaban a los adolescentes de los setenta y que sobrevolaban la cárcava de nuestros parajes ibéricos. Su voz la tenemos enterrada en alguna costura de nuestros entresijos, como ese otro yo que nos recuerda el paso de una infancia feliz. La suerte que ha tenido el naturalista es la de haber escapado a nuestros tiempos. La telebasura lo habría despiezado, su vida personal habría salido a la luz (cosa que nunca nos importó lo más mínimo), los platós se lo habrían rifado para provocarle a decir las otras cosas que andaban al margen de su pasión por los animales.
El legado de Félix Rodríguez de la Fuente ha sido su presentación de la fauna, no su representación ideológica, nada de la Tierra como la diosa Pachamama de Evo Morales, ni el ecosistema sagrado que James Cameron nos cuenta en Avatar. Igual que Marcel Duchamp abandonó el mundo de la representación pictórica con presentaciones de objetos en las salas de arte, nuestro naturalista nunca cargó de discursos sus trabajos, dejó que los animales hablaran por sí mismos. Su posición era la de trasladar al espectador su propia alegría por la belleza de la Naturaleza. Si pudiéramos incorporarlo a algún tipo de género, el suyo entraría en el de las confesiones, al estilo de san Agustín cuando decía en su famoso libro: «Aquí os muestro mi corazón, transparente», con la intención de comunicar la llama de su conversión al lector. Con este libro nació Europa, con la pasión por la transmisión de una experiencia. Los que pasamos de cuarenta le debemos a El Hombre y la Tierra un entusiasmo infatigable por la Creación.