La vida en lo secreto
Escribo desde la sencillez que caracteriza la vida eremítica, en este caso la vida eremítica diocesana. Las personas que, previa llamada del Señor, hemos optado por esta forma de vida, hemos recibido una llamada a la simplicidad, a la sencillez en nuestra forma de vivir. Ciertamente que la oración de un ermitaño no sólo se esconde en su celda o aposento, sino en el conjunto de su vida, que se desarrolla día a día en lo secreto. La austeridad, reducida a disponer solamente de lo indispensable en su ermita y en su forma de vida, constituye el soporte principal para una oración interior continuada, porque encuentras pocas cosas en la ermita que te puedan distraer. El trabajo en artesanía indispensable para vivir; el rezo de las Horas canónicas, el aseo de la ermita y entornos…, todo aderezado con una soledad absoluta, te llevan a una relación de familiaridad continua con el Señor.
Una humilde ermita en la montaña o en el campo, un santuario apartado, es suficiente para que el eremita pueda desarrollar y cumplir su misión en la Iglesia. A la vez, puede ejercer la labor, a veces necesaria, del cuidado y vigilancia del lugar, y su presencia puede ser también un aliciente espiritual para las almas. Los eremitas actuales debemos obediencia al obispo del lugar, que nos ayuda y protege, por lo cual damos siempre gracias al Señor.
Las luces, a veces excesivas, que alumbran las noches nos deslumbran, porque no nos interesa lo que no se ve. Por eso mismo nos asusta quizás la vida de oración, porque sólo valoramos lo que se ve. Yo, con mi vocación, que considero un regalo de Dios, estoy inmerecidamente dentro de este grupo de orantes en la Iglesia. Creedme, a mí me sorprende que el Señor me haya elegido con tanta predilección, y me haya concedido la gracia de poder entender, desde la fe, la autenticidad en todo lo que me rodea, valorar lo pequeño, lo que no se ve en un ser humano exteriormente.
No es fácil dar la respuesta que el Señor espera de ti. No sería suficiente profesar sin más en una orden contemplativa, ni ser ermitaño en un desierto, hay que saber conjugar oración y caridad, oración y amor a tus semejantes y a todo lo creado. Muchas veces he buscado la coherencia en otras cosas, pero pienso que no debemos olvidar nunca que Deus caritas est. ¡Me da tanto miedo quedarme en la superficie!
A la sociedad actual le sobran las palabras que no vayan acompañadas de vida. Los contemplativos transmitimos vida, no palabras. Os pido que me acompañéis a caminar por el desierto sin desmayar, para que la llamada del Padre al final me sorprenda caminando como buen peregrino hacia la Patria eterna.
Daniel Martí Mocholí,
ermitaño diocesano de la archidiócesis de Valencia
Braulio Rodríguez, arzobispo de Valladolid: No es la vida contemplativa la única manera de seguir a Cristo; hay otras muchas formas de hacerlo, pero ésta es tan sencilla, tan nítida, tan elocuente, tan pobre evangélicamente y tan profunda que, si desapareciera, sufriríamos una verdadera catástrofe. Hay que dar gracias a estos hermanos contemplativos. Su vida es preciosa para la Iglesia.
Juan José Asenjo, obispo de Córdoba: A través de los contemplativos, el Señor nos señala cuáles son los valores que dan sentido a nuestra vida. Al elegir al Señor como lote de su heredad, ellos nos dicen dónde se encuentra el auténtico centro de nuestra vida. En un mundo tan materialista y desesperanzado, son anticipo de las realidades de las que gozaremos definitivamente en el cielo y estímulo que nos alienta a vivirlas ya en nuestra vida.
Antonio Dorado Soto, obispo de Málaga: Es curioso que un mundo que admira al montañero o al que emprende la aventura de llegar al polo no sepa admirar a los que deciden escalar las cumbres del espíritu: a los religiosos y religiosas contemplativos. El silencio, la austeridad, la contemplación de Dios, la alegría de saber que el Señor es su tesoro, la inutilidad de las prisas, la certeza de que se puede vivir con pocas cosas constituyen su contribución más valiosa a un mundo muy rico en medios, pero que carece de cimientos, de esperanza y de metas.
José Sánchez, obispo de Sigüenza-Guadalajara: Con su recogimiento y su vida, los contemplativos nos estimulan a apreciar lo importante que es el silencio en la vida. ¡Cuántas veces y con cuánta elocuencia Dios nos habla con el silencio! Saber leer y oír la voluntad de Dios cuando, a pesar de toda nuestra insistencia, calla, es una gracia especial que no siempre acertamos a entender.
Ramón del Hoyo, obispo de Jaén: Queridas monjas y monjes contemplativos: vuestra vocación es plena y totalmente apostólica. No hay mejor apóstol que el que ama, ni mayor apoyo a la evangelización que la oración desde la intimidad con el Señor. Sois, por ello, protagonistas imprescindibles y de primera línea en la pastoral diocesana.
José Manuel Lorca, obispo de Teruel y de Albarracín: Estáis equivocados todos los que pensáis que vamos en una carrera a la desesperada porque no existen vocaciones, que los jóvenes se han retirado de las iglesias. Estáis equivocados los que pronosticáis un oscuro futuro, glorias desvanecidas o botafumeiros jubilados, los que habéis osado sustituir a Dios por la técnica, la ciencia, la ideología o el dinero. Hay que pedir por los religiosos y religiosas de clausura, para que su santidad sirva para gloria de Dios y para salvación de nuestras almas.