50 años de servicio a la Iglesia y a España
En el contexto celebrativo del medio siglo de la Conferencia Episcopal Española, Pablo Martín de Santa Olalla (Universidad Europea de Madrid) y José Francisco Serrano (CEU San Pablo) presentan una historia de la institución planteada como un ejercicio de memoria de la vida de la Iglesia en la España contemporánea. Su libro 50 años de la Conferencia Episcopal Española (Ediciones Encuentro), entendido como una selección en un solo volumen de los trabajos y los días del episcopado español, es al mismo tiempo una breve historia de las últimas décadas de nuestro país, y un relato de sus acontecimientos sociales y políticos, que no son pocos.
El actual presidente de la CEE, el cardenal Ricardo Blázquez, subraya en el prólogo que desde su nacimiento la Conferencia Episcopal «pudo prestar a nuestra sociedad un servicio notable en la etapa de la Transición» y que «podemos sentirnos satisfechos de la colaboración prestada por la Iglesia» según «el leitmotiv mutua independencia y sana colaboración, mil veces recordado por los obispos».
Estos cincuenta años de servicio a la Iglesia y a la sociedad en España comenzaron el 26 de febrero de 1966, como primer fruto del Concilio Vaticano II que se plantaba en suelo español. La primera Asamblea Plenaria de los obispos españoles eligió como su presidente al cardenal Quiroga Palacios, arzobispo de Santiago, que se estrenó con un documento de título programático: La Iglesia y el orden temporal a la luz del Concilio, que buscó «compatibilizar las disposiciones del Concilio Vaticano II con una Iglesia que se sentía agradecida con un régimen que la había salvado de la abierta hostilidad de la II República y de la persecución religiosa durante la Guerra Civil», explican los autores. En esta etapa surge un reto introducido también por el Concilio: el papel de los laicos, algo que en España dio pie a una crisis del apostolado seglar y a ciertas fricciones con los movimientos especializados de Acción Católica: la JOC y la HOAC, pues los obispos estaban particularmente preocupados por la infiltración de la ideología marxista en estos movimientos de seglares.
Este ambiente enrarecido eclosionó en la etapa siguiente, la del arzobispo Casimiro Morcillo (1969-1971). Mayo del 68 provocó entre muchos sacerdotes una crisis de su ministerio, a lo que los obispos trataron de responder con el documento Sobre el ministerio sacerdotal, una asamblea conjunta de obispos y sacerdotes, y reafirmando tanto el celibato sacerdotal como los consejos presbiterales y los consejos de pastoral como ámbitos de diálogo. La secularización empezaba a afectar también a la sociedad española en su conjunto, algo unido al progreso económico y social, una preocupación que los obispos trasladaron a su documento Sobre la vida moral de nuestro pueblo. A Morcillo le correspondió también el desbrozar el terreno para ir superando el Concordato y sentar las bases de los futuros Acuerdos, con los que la Conferencia Episcopal afirmó su relevancia ante el Gobierno y ante la misma Santa Sede.
Llegó la democracia
Los años de la presidencia del cardenal Tarancón (1972-1981) fueron decisivos. Ya desde el principio apareció otro documento histórico: La Iglesia y la comunidad política. Fueron los años de la Transición. Los obispos recogían del Concilio la indicación de una mutua independencia, superando tanto el fuero eclesiástico como el derecho de presentación de obispos, lo que se concretó en el Acuerdo Básico de julio de 1976 entre el Estado español y la Santa Sede. Y fueron los años del Tarancón al paredón durante el funeral de Carrero Blanco. Y del caso Añoveros, obispo de Bilbao, una crisis en la que el arzobispo de Madrid logró reforzar el papel de la institución porque «sabía que este incidente era una ocasión para reivindicar el papel de la Conferencia en las relaciones Iglesia-Estado», afirman los autores. Lo hizo también con su apuesta por el nuevo jefe del Estado, el rey Juan Carlos I, en un nuevo tiempo político que los obispos miraban con esperanza, incluso pronunciándose abiertamente a favor del indulto de los presos políticos y de la democracia. Una democracia que la CEE apoyó desestimando la adhesión a un eventual partido confesional católico.
En los 80 llegó una etapa compleja a la que tuvo que hacer frente Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, como presidente de la Conferencia (1981-1987), empezando por la Ley del divorcio de UCD, el golpe de Estado del 23F y la llegada al Gobierno del PSOE y su legislación en materia de enseñanza (la LODE), junto a la ley de despenalización del aborto, a la que el episcopado se opuso de manera frontal.
«Las relaciones son correctas pero los frutos son escasos», reconocería el cardenal Suquía, arzobispo de Madrid, acerca de la relación con el Gobierno socialista durante su presidencia de la CEE (1987-1993). A la cuestión de la enseñanza y del aborto se añadió otro motivo de fricción: la financiación de la Iglesia, lo que motivó un distanciamiento patente entre ambas instituciones. La distancia se acortó con la llegada de Elías Yanes (1993-1999), arzobispo de Zaragoza, en un período en el que se recuperó el diálogo con el Gobierno y se publicó otro documento clave: Moral y sociedad democrática, que relacionaba moral privada y moral pública y las situaba en su contexto de democracia y pluralismo.
El cardenal Rouco presidió cuatro períodos de la CEE (1999-2005 y 2008-2014), en los que se centró en la misión de la Iglesia ante el avance de la secularización y su aportación para la edificación de la sociedad. Dos de ellas fueron la Valoración moral del terrorismo en España y La familia, santuario de vida y esperanza en la sociedad. Bajo su presidencia, la Iglesia fue la única voz discordante ante la agenda de cambio antropológico que trajo el Gobierno de Rodríguez Zapatero: las leyes del divorcio exprés, del matrimonio homosexual, de la memoria histórica y del derecho al aborto –sin olvidar, de nuevo, la cuestión educativa, en particular la asignatura Educación para la ciudadanía–.
Presidente de la CEE de 2005 a 2008, y ahora desde 2014, el cardenal Ricardo Blázquez lidera un período caracterizado por dos documentos: Teología y secularización en España y Orientaciones Morales ante la situación actual de España, en el que los obispos analizan el desarrollo del laicismo en nuestro país. En su segunda etapa, la actual, el acento se pone en la doctrina social de la Iglesia, en el escenario de la crisis económica, saliendo al paso de las preocupaciones de los españoles.
Además de este libro de Ediciones Encuentro, las bodas de plata de la CEE se van a celebrar con los tomos de sus documentos recopilados por la Biblioteca de Autores Cristianos, o con el próximo congreso internacional que la Conferencia prepara en colaboración con la Universidad Pontificia de Salamanca, del 2 al 4 de junio.
50 años de la Conferencia Episcopal Española no esquiva cuestiones candentes o controvertidas, como los párrafos referidos al «conflicto permanente de las diócesis vascas»; la relación de la Iglesia con el régimen de Franco de los últimos años —más enfrentada de lo que se suele creer—; el papel de los nuncios en la elección de obispos en cada etapa histórica; la renuncia de los obispos al antiguo Concordato y su sustitución por los actuales Acuerdos Iglesia-Estado, más acordes con el Vaticano II; la preocupación por la cuestión educativa y la enseñanza de la Religión en la escuela, que se remontaba ya a los últimos años del régimen de Franco; la preocupación por la evolución del matrimonio y la familia durante estos años, lo que incluye la defensa del no nacido; o las diferentes crisis económicas del último medio siglo y sus consecuencias sociales y económicas sobre los más débiles.
Pero no son menos los logros y alegrías de la Conferencia que recuerda el cardenal Blázquez en el prólogo: documentos de carácter doctrinal para promover la integridad de la fe, reforma litúrgica y ediciones del Misal y Liturgia de las Horas; relaciones entre la Iglesia y la comunidad política; matrimonio, familia y vida; educación y asignatura de Religión; servicio a los pobres; planes pastorales periódicos; las sucesivas visitas de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI a España y las correspondientes visitas ad limina de los obispos a Roma; beatificaciones de mártires; la orientación por la misión de sacerdotes, seminarios, vida consagrada, apostolado seglar…