Cristo es la medida de nuestras opciones - Alfa y Omega

En las últimas semanas León XIV ha tenido sendas intervenciones que perfilan su modo de entender el método y el contenido de la misión. Al celebrar el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea ha recordado que corremos el riesgo de reducir a Jesucristo a una especie de líder carismático, y eso solo conduce «a la tristeza y la confusión». La cuestión central del anuncio de la Iglesia al mundo es «que Cristo Jesús no es un personaje del pasado, que es el Hijo de Dios presente entre nosotros que guía la historia hacia el futuro que Dios nos ha prometido». Sin eso, como diría san Pablo, los cristianos seríamos los más tontos de los hombres. Ya en el Líbano, proclamó que la fuerza de la Iglesia no reside ni en sus recursos ni en su relevancia social. La Iglesia puede tener, o no tener, esas cosas (estructuras, influencia, grandes números) pero no vive de ellas. Vive, ha dicho el Papa, «de la luz del Cordero […] impulsada por el poder del Espíritu Santo en los caminos del mundo». 

Poco después, en un mensaje a la diócesis de Chimbote con motivo del décimo aniversario de la beatificación de dos franciscanos polacos y un sacerdote italiano, asesinados por el grupo terrorista Sendero Luminoso, ha escrito que la comunión nace cuando historias muy distintas se dejan reunir por Cristo y confluyen en un único testimonio del Evangelio. De ahí extrae un juicio para este tiempo marcado por dialécticas estériles: «Que no es la coincidencia de caracteres lo que nos une, sino la decisión de conformar nuestro parecer con el de Cristo». Frente a los desafíos que la Iglesia atraviesa hoy, es necesario «volver a Jesucristo como medida de nuestras opciones […] y así la misión recupera su forma propia y la Iglesia recuerda el motivo por el que existe». Muchas polémicas y antagonismos cerriles quedarían borrados si aplicáramos este criterio.