«Todas las mañanas, cuando me levanto, le digo a Jesús que le quiero y le doy un beso»
Monseñor Osoro mantuvo en la tarde del miércoles un encuentro con cerca de 150 alumnos de Primaria de los colegios Corazón Inmaculado y Virgen Milagrosa, de la Fundación Educación y Evangelio. Los niños habían trabajado en clase su nuevo libro, titulado Con rostro de misericordia. Cartas a los niños para leer con sus padres (PPC), y una decena de ellos le hicieron participar en una suerte de Señor arzobispo, tengo una pregunta para usted.
«¿Cómo mira a los demás?», le preguntaron nada más empezar, después de ponerle unas llamativas gafas de plástico naranja. «Con la mirada de Jesús, aunque a veces me cuesta, como a vosotros», reconoció el prelado, antes de recordar que es la «única mirada para este mundo» pues permite crear «puentes, no muros».
Para lograrlo, cada día se levanta y va a la capilla de su casa, se acerca a una imagen de la Virgen con Jesús que tiene «desde Orense» y les da un beso: «Te quiero Jesús, no tanto como tu madre, pero lo intento». María –explicó monseñor Osoro tras otra pregunta– «me ayuda a descubrir que si no tengo en mi corazón a Jesús, que no salga a la calle». «Hay que salir a los caminos de la vida pero llevando algo para regalar», como Ella después de la anunciación, como dice el Papa Francisco siempre.
Pero antes de salir de casa y echarse a andar esos caminos, el prelado hace la comida más importante del día –y a veces casi la única–. Empieza con algo de fruta, normalmente, desde que estuvo en Asturias, una manzana «y no es la de Eva». Toma también «pan tostado» con aceite, como se acostumbró en Valencia; café con «más café que leche» para ponerse «en marcha», y un «yogur… desnatado».
«Hacernos los últimos para servir a todos»
Monseñor Osoro pidió a los estudiantes que recen por él para «que no tenga más armas que las de Jesús». Si se mezcla «su amor», «su entrega» y una pizca de «humor, alegría, esperanza…» se consigue una «medicina» que puede cambiar el mundo que nos rodea. Hay que «tener la capacidad de amar que tuvo Jesús», así como «estar dispuestos a hacernos los últimos para servir a todos», como hizo Él en el lavatorio de los pies, cuando se arrodilló ante otros sin miedo a entrar «en lo sucio», subrayó.
En esta línea, cuando le pidieron que cogiese un rotulador y dibujase a Dios sobre un mural, el arzobispo recordó que antes no había dibujo y que fue Jesús el que «dio rostro a Dios». «Sabemos quién es por cómo se comportó con los hombres que se encontró», por ejemplo, ayudando a unos novios a celebrar su matrimonio en Caná o deteniéndose a atender a los que están tirados en los caminos.
«¿Alguna vez tiene miedo?», fue otra de los preguntas. «Los miedos se quitan cuando construimos la vida sobre roca», cuando Quien la sostiene es Dios –explicó monseñor Osoro–. Con esa confianza, cada noche vuelve a la capilla: «Señor, me dejo mirar por Ti, dame tu cariño». Deja su pectoral y su anillo sobre el sagrario: «He hecho lo que he podido, pero el obispo eres tú, yo hago las veces». Y le pide que cuide «a todos».