Durante los últimos meses algunos han dado la voz de alarma ante el riesgo de profanación del Valle de los Caídos. Simultáneamente, otros han expresado su descontento lamentando la tibieza con la que el Gobierno está actuando en un proyecto de resignificación que desearían mucho más transgresor arquitectónica y simbólicamente. En cualquier caso, conviene recordar que la iniciativa de resignificar este monumento siempre partió del Gobierno, que ha ido marcando el itinerario, los tiempos y las formas. En este escenario la Iglesia ha respondido con el diálogo para desligarse de toda confrontación o polarización y, al mismo tiempo, poner en valor los elementos religiosos que configuran el Valle: la basílica, la vida monástica, la cruz y demás signos religiosos.

Respeto de los signos religiosos
Tras unas primeras informaciones contradictorias, se ha comprobado que el proyecto seleccionado por un jurado internacional —al que la archidiócesis de Madrid ha asistido en calidad de asesor sin voto— respeta los elementos religiosos externos de Diego Méndez y Juan de Ávalos (la cruz con los evangelistas y virtudes cardinales y la Piedad).
Con respecto a las actuaciones en el interior de la basílica, es importante considerar que estamos ante una cuestión de gran sensibilidad, que exige el máximo respeto, puesto que la sacralidad del edificio cristiano surge de ser imagen de la Iglesia congregada y, por ello mismo, es un área que, aunque se encuentre sin fieles, expresa elocuentemente la comunidad, su vida, fe y culto. Al mismo tiempo, para poder emitir un juicio adecuado sobre acciones concretas siempre deben estudiarse detenidamente la disposición y el destino de los distintos espacios, el programa iconográfico o el uso habitual de esas zonas. También debe protegerse el ámbito sagrado, no permitiendo usos contrarios a la santidad del lugar y honrando un área tan sensible en la que reposan miles de fallecidos. A partir de aquí es posible evaluar si en zonas de entrada pueden llevarse a cabo actuaciones, siempre que no se limite el derecho de los fieles a un acceso sin obstáculos al aula sagrada.
Con todo, conviene tener en cuenta que la valoración y responsabilidad última de cualquier intervención que se lleve a cabo en el interior de la basílica recae en la Santa Sede, instancia que debe dar el beneplácito al proyecto definitivo. El mismo Papa Juan XXIII ya se refirió al carácter sagrado de este templo con motivo de su elevación a basílica menor, a través de la carta apostólica Salutiferae Crucis (7 de abril de 1960), en la que se refería al lugar sagrado en estos términos: «A través del vestíbulo y de un segundo atrio, y franqueando altísimas verjas forjadas con suma elegancia, se llega al sagrado recinto, adornado con preciosos tapices historiados».

El diálogo con la arquitectura
Por lo general, la arquitectura, en contacto con su entorno, no solo prevé para las zonas de paso las funciones de entrada o salida, sino que también contempla zonas de acogida, a menudo semiabiertas y franqueables, que sirven como entorno para otras actividades que no pueden desarrollarse en el interior. En un estudio sobre el simbolismo del templo cristiano, crucial para comprender la arquitectura religiosa en su vertiente teológica e iconográfica en la época en que fue construida la basílica, Jean Hani se refiere a varios elementos de umbral. Este autor recuerda que el templo terreno evoca la Jerusalén celeste y que quien accede al templo está simbólicamente en el paraíso. De ahí que los ángeles con espada custodian la entrada al paraíso, que es la ciudad santa. También se detiene en la señal de la cruz realizada con el agua bendita antes de acceder a la casa de Dios, como rito de purificación, separación del mundo profano y sacralización en armonía con el lugar en el que penetra.
En definitiva, a la luz de lo que conocemos del proyecto La base y la cruz, ganador del concurso de resignificación de Cuelgamuros, no parece que estrictamente hablando se llegue a profanar un lugar sagrado, incluso si se altera arquitectónicamente algún elemento en los accesos a la basílica. Antes bien, da la impresión de que el equipo que lo ha elaborado conoce las características de los templos cristianos, sobre todo desde su concepción iconográfica y simbólica. No obstante, en caso de que se realizara alguna implantación museográfica en el espacio anterior a la nave, será preciso evitar que los fieles que acuden solo para participar en una celebración religiosa se vean obligados a atravesar un recorrido museístico impuesto que pudiera ser discordante con las dimensiones de paz, encuentro y reconciliación que la Iglesia cuida en este lugar.