Matisse: referente para dos siglos
En CaixaForum Madrid descubrimos a ese pintor que, desde un relato tan personal como atrevido, apostó por una transgresión cargada de clasicismo
Ningún título más apropiado que Chez Matisse. El legado de una nueva pintura para la exposición que hasta el próximo 22 de febrero podemos disfrutar en CaixaForum Madrid. Aprovechando las obras de rehabilitación y actualización del Museo George Pompidou de París, hasta nuestra ciudad ha arribado la presente muestra, comisariada por Aurélie Verdier. En verdad, a lo largo del recorrido comprobamos hasta qué punto Henri Matisse (Le Cateau, 1869-Niza, 1954) fue capaz de generar un discurso, una estética e incluso un sentir que, desde la modernidad, hicieran del color y del dibujo un paradigma de la belleza contemporánea.
En la exposición descubrimos a ese Matisse que a través de las metáforas de la vanguardia, desde tantas rupturas, desde un relato tan personal como atrevido, apostó por una transgresión cargada de clasicismo. En sus óleos brota una filosofía que anida en el compromiso con su aquí y con su ahora, invitándonos a participar en su peculiar música, en su anhelada arcadia, en ese lujo y voluptuosidad que se trocarían en seña e identidad para tantos grandes maestros del pasado siglo. De hecho, al margen de la señalada personalidad de Matisse, esta exposición invita a contextualizar su figura en el devenir de su época, anclando sus inicios en el arte finisecular. Véanse sus contactos con Pierre Bonard, sin olvidar sus paralelismos con el primer Braque, hasta llegar al arrecho compromiso con los —ismos, donde Matisse despuntaría cual maestro del color, no solo para fovistas como Van Dongen, sino que también desde su concepción del mundo y la luz abriría el camino a los expresionistas alemanes del Puente o de El Jinete Azul, aportación representada a través de las obras de Ludwig Kirchner, Max Pechstein o August Macke. A tan peculiar interpretación de la vida, a su singular poética, clásica y moderna a la par, no fueron ajenos los pinceles de tantos grandes de la pasada centuria, como Picasso o Le Corbusier, deudores todos ellos del protagonista de esta exposición.
Dentro de la afortunada revisión del papel de la mujer en la creación más reciente, resulta muy acertado el análisis y los paralelismos respecto a Matisse y la brillante producción de diversas pintoras: Baya, Sonia Delaunay o Natalia Goncharova. Por otra parte, no podemos obviar sus óleos y grabados realizados durante los años 40 y 50, pues en ellos vislumbramos claros remedos en torno a su obra sacra, destacando su trabajo para la capilla del Rosario de Vence (Francia).
Bodegones y figuras, color y dibujo, modernidad y tradición, vertebran los principales hilos conductores de una muestra que reafirma la importancia y referencialidad de Matisse en el arte de los siglos XX y XXI, enarbolándose cual maestro capaz no solo de dialogar e inspirar a disímiles autores de su tiempo, sino también de generar vías de conocimiento e investigación para artistas posteriores, aquellos que acabarían por encarnar los cimientos de la posmodernidad, como Barnett Newman.
Esta producción de Matisse nos retrotrae al sentido último de la belleza, nos invita a celebrar la grandeza de la humanidad a partir de lo íntimo, de lo pequeño, de lo prosaico. De su mano, el arte se torna en un reto ético y estético. En su propuesta, coadyuva a quebrar la poética del asco, de lo finito, de lo mísero, en pro de lo sublime, más allá de un tiempo concreto o de un lugar determinado.