«¿Y eso cómo se hace?». Esa fue la pregunta perpleja de una gran mujer, totalmente ajena a este mundo, cuando le dije que era periodista y me dedicaba a la información religiosa. Me gustó sentarme y explicar, con un vino en la mano y ejemplos prácticos, que para el cristiano nada de lo humano le es ajeno. Y que, por tanto, dicha información pasa por contar lo que sucede en la institución eclesial, pero también, y especialmente, sobre cómo la Iglesia siempre está allí donde hay un sufrimiento; ya sea de forma presencial, ya sea con una preocupación especial. De mirarme de inicio como si yo fuera de la galaxia Andrómeda, pasó a interesarse con atención por cómo abordamos los temas. Acabó asegurando que iría al quiosco el siguiente jueves.
Después de pasar unos días con los obispos de España y Portugal encargados de los medios en ambos países y de analizar por activa y pasiva cómo debe ser la comunicación de la Iglesia en este siglo que avanza, mi conclusión es que la mirada serena de la doctrina social de la Iglesia sobre todo lo que acontece, no solo sobre nosotros mismos, es la única respuesta. Y, además, bien acogida.