Diez claves de la nueva carta apostólica sobre la educación del Papa León XIV
El documento, publicado este martes 28 de octubre y que lleva por título Diseñar nuevos mapas de esperanza, invita a cultivar la vida interior, educar en el uso racional de las tecnologías y en la búsqueda de la paz
«La educación no es una actividad accesoria, sino que constituye el tejido mismo de la evangelización. […] Donde las comunidades educativas se dejan guiar por la palabra de Cristo, no retroceden, sino que se renuevan; no levantan muros, sino que construyen puentes. Reaccionan con creatividad, abriendo nuevas posibilidades para la transmisión de conocimiento y significado en las escuelas, universidades, formación profesional y civil, en la pastoral escolar y juvenil, y en la investigación, ya que el Evangelio no envejece, sino que hace «nuevas todas las cosas»».
«Nadie educa solo. La comunidad educativa es un «nosotros» donde el profesor, el alumno, la familia, el personal administrativo y de servicios, los pastores y la sociedad civil convergen para generar vida. Este «nosotros» impide que el agua se estanque en el pantano del «siempre se ha hecho así» y la impulsa a fluir, a nutrir, a regar. […] Donde antes había rivalidad, hoy pedimos a las instituciones que converjan: la unidad es nuestra fuerza más profética.
«Debemos salir de la superficialidad recuperando una visión empática, abiertos a comprender cada vez mejor cómo la humanidad se entiende a sí misma hoy, para desarrollar y profundizar nuestra enseñanza. […] Las universidades y escuelas católicas son lugares donde las preguntas no se silencian, y la duda no se destierra, sino que se apoya. Allí, el corazón dialoga con el corazón, y el método es la escucha, que reconoce al otro como un bien, no como una amenaza».

«Educar es una tarea de amor que se transmite de generación en generación, remendando el tejido desgarrado de las relaciones. […] La educación católica tiene la tarea de reconstruir la confianza en un mundo marcado por el conflicto y el miedo».
«La educación forma ciudadanos capaces de servir y creyentes capaces de dar testimonio, hombres y mujeres más libres, que ya no están solos». […] En este sentido, «la escuela no es simplemente una institución, sino un entorno vivo donde la visión cristiana impregna cada disciplina y cada interacción. Los educadores están llamados a una responsabilidad que va más allá de su contrato laboral: su testimonio es tan valioso como su enseñanza. Por ello, la formación docente —científica, pedagógica, cultural y espiritual— es crucial».
«La familia sigue siendo el lugar principal de la educación. Las escuelas católicas colaboran con los padres, no los sustituyen, porque el deber de la educación, especialmente la educación religiosa, recae en ellos antes que en los demás».
«La educación católica no puede permanecer en silencio: debe unir la justicia social y la justicia ambiental, promover la sobriedad y los estilos de vida sostenibles, formar conciencias capaces de elegir no solo lo conveniente, sino también lo correcto. Cada pequeño gesto —evitar el desperdicio, elegir responsablemente, defender el bien común— es alfabetización cultural y moral».

«Nuestra actitud hacia la tecnología nunca puede ser hostil, porque «el progreso tecnológico forma parte del plan de Dios para la creación. Pero requiere discernimiento respecto al diseño instruccional, la evaluación, las plataformas, la protección de datos y el acceso equitativo. En cualquier caso, ningún algoritmo puede sustituir lo que humaniza la educación: la poesía, la ironía, el amor, el arte, la imaginación, la alegría del descubrimiento e incluso aprender a equivocarse como oportunidad de crecimiento». «Lo crucial no es la tecnología, sino cómo la usamos. La inteligencia artificial y los entornos digitales deben estar orientados a la protección de la dignidad, la justicia y el trabajo; deben regirse por criterios de ética pública y participación; y deben ir acompañados de una adecuada reflexión teológica y filosófica».
«Acojo con gratitud este legado profético que nos confió el Papa Francisco. Sus siete caminos siguen siendo nuestro fundamento: poner a la persona en el centro; escuchar a los niños y jóvenes; promover la dignidad y la plena participación de las mujeres; reconocer a la familia como la primera educadora; abrirnos a la aceptación y la inclusión; renovar la economía y la política al servicio de la humanidad; proteger nuestra casa común. […] A las siete vías, añado tres prioridades. La primera se refiere a la vida interior: los jóvenes exigen profundidad; necesitan espacios de silencio, discernimiento y diálogo con la conciencia y con Dios. La segunda se refiere a la digitalidad humana: educamos en el uso racional de las tecnologías y la IA, anteponiendo a la persona al algoritmo y armonizando la inteligencia técnica, emocional, social, espiritual y ecológica. La tercera se refiere a la paz desarmada y desarmante: educamos en lenguajes que no sean violencia, reconciliación, puentes y no muros».
«La Iglesia se enfrenta al imperativo de actualizar sus propuestas a la luz de los signos de los tiempos. […] Somos conscientes de las dificultades: la hiperdigitalización puede desestabilizar la atención; la crisis de las relaciones puede dañar la psique; la inseguridad social y las desigualdades pueden extinguir el deseo. Sin embargo, precisamente aquí, la educación católica puede ser un faro: no un refugio nostálgico, sino un laboratorio de discernimiento, innovación pedagógica y testimonio profético. Trazar nuevos mapas de esperanza: esta es la urgencia del mandato».