En Santa María del Silencio los ciegos pueden ver y los sordos oír
El Evangelio se cumple en esta parroquia dedicada a los sordos y sordociegos de Madrid. Fue hospital de sangre durante la Guerra Civil
Cuando uno baja la madrileña calle de Raimundo Fernández Villaverde se encuentra a mano derecha con un edificio muy particular. Parte de él constituye hoy la parroquia Santa María del Silencio, que sirve de apoyo espiritual a la comunidad de sordos y sordociegos de Madrid.
En 1917, una viuda con posibles llamada Dolores Romero financió la construcción del entonces llamado Hospital de Jornaleros. Allí recibían atención sanitaria trabajadores a jornal, que se subían a andamios y trabajaban en precario. Cuando enfermaban no tenían recursos para sobrevivir, por lo que Romero se encargó también de dar una ayuda a sus familias mientras ellos estaban ingresados.

El edificio es obra del arquitecto Antonio Palacios, considerado el Gaudí de la capital de España porque hizo el Ayuntamiento de Madrid, la sede del Instituto Cervantes y algunas de las marquesinas más emblemáticas de la red de Metro. Durante la Guerra Civil, se convirtió en hospital de sangre para los heridos en la contienda. Al acabar esta quedó en manos del Ejército y fue atendido por las Hijas de la Caridad, no sin desacuerdos que llegaron incluso a los tribunales. Con el tiempo, quedó abandonado y el hospital acabó en manos del Gobierno autonómico, mientras que la capilla y los jardines laterales fueron cedidos al Arzobispado.
El templo se encuentra en una sola planta a la que actualmente se puede acceder con una plataforma desde la calle. Aquí las personas con discapacidad, y especialmente las ciegas y sordociegas, son más que bienvenidas. «El que entra ve que hacemos lo mismo que en cualquier parroquia. Lo que pasa es que lo hacemos en lengua de signos», afirma el párroco, Iñaki Gallego.
Las Misas en Santa María del Silencio las puede seguir todo el mundo, con o sin discapacidad. Pero además de los vecinos del barrio, también vienen personas sordas y sordociegas de toda la Comunidad de Madrid. En el territorio autonómico hay cerca de 20.000 de las primeras y unas 200 del segundo grupo, estima Gallego. «También vienen muchos que no son de la archidiócesis de Madrid. Aunque hay una sensibilidad creciente en la Iglesia en la pastoral con estas personas», asegura, al tiempo que ve con ilusión «que pudiera haber una comunidad así en cada diócesis».
Leer las manos para escuchar
Como cualquier parroquia, Santa María del Silencio ofrece toda la iniciación cristiana —Bautismo, Primera Comunión y Confirmación—, así como charlas de preparación al matrimonio y todo tipo de formación. «Pero siempre en silencio, en lengua de signos; es la monda», bromea el sacerdote. Por eso aquí los catequistas dominan este idioma, que también pueden leer los sordociegos tocando las manos de un hermano. «Es algo muy bonito», atestigua.
«Las peregrinaciones son de las cosas que más nos gustan», cuenta. Así, en los últimos años han visitado Fátima, Roma y Lourdes. Y cada verano encaminan sus pasos hacia la catedral de Santiago haciendo varias etapas del Camino. «Eso atrae mucho a estas personas y hace que otras personas sordas que no venían a la parroquia nos empiecen a conocer. Al final, descubren que la Iglesia no es un rollo, sino un lugar donde convivir y disfrutar en compañía», añade.

A este goteo incesante de nuevos fieles, jóvenes y mayores, se une la fuerza de los intérpretes voluntarios «que se desviven por la gente». De las personas que recibe el templo, a su párroco le sorprende que ellos «no ven barreras, viven como si no les pasara nada. No se perciben con discapacidad y, de hecho, les sorprende mucho que se refieran a ellos de ese modo». Por todo ello, Gallego señala que «en esta parroquia se cumple realmente el Evangelio, porque los sordos oyen, los ciegos ven, y a todos ellos se les anuncia el Reino de Dios».