El curso de verano que acabó siendo una lectura de poemas - Alfa y Omega

El curso de verano que acabó siendo una lectura de poemas

La formación estival de la Universidad CEU San Pablo en San Lorenzo de El Escorial ha versado desde Hispanoamérica al Estado de derecho o la monarquía. Pero también hubo tiempo para ahondar en la literatura de la mano de tres grandes autores

Cristina Sánchez Aguilar
Mesa de clausura del curso con Sánchez Saus y el poeta Julio Martínez Mesanza.
Mesa de clausura del curso con Sánchez Saus y el poeta Julio Martínez Mesanza. Foto: Universidad CEU San Pablo.

No es habitual acudir a un curso de verano y acabar escuchando cómo se declama poesía en la mesa de ponentes, libro en ciernes cada uno de los participantes. Ese reducto aparentemente de otro tiempo en el que los ávidos de disfrutar de belleza de la palabra se arremolinaban frente a los poetas se dio, la pasada semana, a dos pasos del majestuoso monasterio de El Escorial. A su izquierda, casi escondido, el Real Centro Universitario Escorial – María Cristina acogió durante tres semanas una nutrida propuesta formativa veraniega de la Universidad CEU San Pablo. Sobre la monarquía. Sobre la justicia y el Estado de derecho. Sobre Hispanoamérica. Sobre el Camino de Santiago. Contó hasta con la presencia de Feijóo. Entre otros tantos. Pero también hubo ocasión de formarse sobre lo aparentemente intangible. Ese precisamente fue el curso que escogió Alfa y Omega para participar. Un encuentro de amigos e interesados en torno a la figura de tres grandes literatos: Aquilino Duque, Nicolás Gómez Dávila y Leonardo Castellani.

Aquella tarde estival de proclamación de versos, fueron los del fallecido Duque los que llenaron el claustro de este edificio centenario, fundado en 1892 por la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena y gobernado por la Orden de San Agustín. Como dato curioso, entre sus primeros alumnos figura el político, escritor y periodista Manuel Azaña, presidente de la Segunda República. El poeta Juan Lamillar; la directora de CEU Ediciones, Ana Rodríguez de Agüero; el catedrático de Historia Medieval Rafael Sánchez Saus y el decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo, Pablo Velasco, eligieron no seguir hablando del autor en ciernes, sino de mostrar su obra. Sus poemas a la amante loca, sus versos de una noche de luna, sus nieves del tiempo. Del sacerdote y escritor argentino Castellani se encargó Juan Manuel de Prada, quién aseguró que, como dice en su obra Raros como yo (Espasa) «con legítimo orgullo puedo confesar que si hoy no soy un escritor sistémico, ni un católico chirle al uso, se lo debo a este gran maldito, que con todos se peleó salvo con Dios». La aristocracia y la filosofía escéptica del colombiano Gómez Dávila se acercaron a los alumnos de la mano del poeta Enrique García-Máiquez y el catedrático Juan Arana.

Además de la contemplación, la formación también genera preguntas. Una de ellas, mesa de expertos incluida, es si la posmodernidad ha sepultado a la literatura católica. O si el escritor católico está relegado a escribir vidas de santos. O si el cristianismo se impregna en cualquier palabra, hable de amantes, de ríos o de tristeza. Para Julio Llorente, editor y colaborador de este semanario, la tarea hoy del escritor católico es «celebrar el trigo» y «entonar una alabanza». Dijo el también periodista que la mirada de quien se bate el cobre en el posmodernismo por traslucir la fe tras sus relatos «será por fuerza más penetrante: en la gratuidad que el posmoderno interpreta como absurda, él percibirá una gracia inmerecida; en el desorden del cosmos, él entreverá una mano amorosa». La cuestión, añadió, es si esta carga le corresponde: «¿No lo degradamos a apologeta? ¿No estaremos reclutándolo para una guerra cultural?». Tal vez, lanza la reflexión, «el autor católico no deba proponerse reconciliar a sus coetáneos con la realidad, pero lo hará en cualquier caso». María Caballero, catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sevilla, animó a los presentes y constató que Dios sigue interesando. Que eso se plasma en la literatura. Y puso el ejemplo de Sumisión (Anagrama), de Houellebecq, donde una sociedad sin valores acaba atrapada en el fanatismo.