Juan XXIII y Pío IX: unidos por la santidad
Pío IX, un Papa muy amado, pero también odiado y calumniado, que mantuvo la serenidad en medio de incomprensiones y ataques. Juan XXIII, un Papa que impresionó al mundo por su singular bondad de espíritu, de quien permanece en el recuerdo de todos la imagen de un rostro sonriente y dos brazos abiertos de par en par en un abrazo a todo el mundo
Éste fue el perfil que trazó Juan Pablo II de los dos Papas que convocaron los Concilios Vaticano I y Vaticano II durante la ceremonia de beatificación, en la que fueron elevados también a los altares Tommaso Reggio (1818-1901), arzobispo de Génova, creador del primer diario católico de Italia y fundador de las Hermanas de Santa Marta; Guillaume Joseph Chaminade (1761-1850), fundador de la Familia Marianista; y el abad benedictino irlandés Columba Marmion (1858-1923), guía espiritual de generaciones enteras de hombres y mujeres consagrados a Dios en este siglo.
En la beatificación participaron unas cien mil personas, entre los que destacaron por su entusiasmo unos cuatro mil españoles. En la plaza de San Pedro, en esa mañana soleada, se encontraba también el fiel secretario de Juan XXIII, monseñor Loris Capovilla.
Pío IX
El obispo de Roma comenzó evocando la vicisitud humana y religiosa de Pío IX, Giovanni Maria Mastai Ferretti (1792-1878), el Pontífice que vivió la pérdida del dominio temporal sobre los Estados Pontificios, en tiempos de la unificación de Italia. Su condena de algunas de las ideologías dominantes en aquel momento y su oposición a la manera en que se impuso la unidad italiana le granjearon muchos enemigos.
En vísperas de esta canonización, se habían suscitado vivas polémicas de grupos que critican el papel histórico desempeñado por este Papa. Juan Pablo II no entró en polémicas. La santidad vive en la Historia y todo santo no está exento de los límites y condiciones propios de nuestra humanidad —explicó—. Al beatificar a uno de sus hijos, la Iglesia no celebra particulares opciones históricas realizadas por él, más bien lo propone a la imitación y a la veneración por sus virtudes, para alabanza de la gracia divina que en ellas resplandece.
En los momentos de prueba, Pío IX encontró apoyo en María, dijo su actual sucesor, y, al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción, recordó a todos que, en las tempestades de la existencia humana, brilla en la Virgen la luz de Cristo, que es más fuerte que el pecado y la muerte.
Juan XXIII
El Papa se detuvo a analizar la figura de Juan XXIII, el Papa que impresionó al mundo con su afabilidad de trato, de la que transpiraba una singular bondad de espíritu.
Explicó que no existe ningún tipo de oposición entre la figura de estos dos Papas; de hecho, Angelo Roncalli (1881-1963) sentía una profunda veneración por Pío IX y auspiciaba su beatificación.
Juan XXIII trajo una bocanada de novedad que no afectaba a la doctrina, sino más bien a la manera de exponerla, recordó Juan Pablo II. Con este espíritu convocó el Concilio ecuménico Vaticano II, con el que abrió una nueva página en la historia de la Iglesia.
Reggio, Chaminade y Marmion
Juan Pablo II continuó evocando el ejemplo de los otros tres beatos. Recordó al arzobispo de Génova y periodista, Tommaso Reggio, hombre de fe y cultura, guía atento para los fieles en toda circunstancia. Sensible a los muchos sufrimientos y a la pobreza de su pueblo —recordó—, ofreció ayuda tempestiva en todas las situaciones de necesidad.
Al hablar del sacerdote Guillaume Joseph Chaminade, quien vivió en tiempos de la Revolución Francesa, el Papa rememoró su compromiso para acercarse a las personas alejadas de la Iglesia, y consideró que su personalidad plantea la necesidad de prestar una atención renovada a la juventud, que necesita educadores y testigos.
Por lo que se refiere al monje benedictino Columba Marmion, nacido en Irlanda aunque vivió la mayor parte de su vida en el monasterio belga de Maredsous, el obispo de Roma reconoció que, con su vida y obras, enseñó un camino de santidad, sencillo pero exigente. Su secreto, según el Papa, era el siguiente: Jesucristo, nuestro Redentor y manantial de toda gracia, es el centro de nuestra vida espiritual, nuestro modelo de santidad.
El Papa sintetizó el sentido de la beatificación de estos cinco hombres que han dejado una huella indeleble en la historia de la Iglesia en los últimos siglos con estas palabras: ¡Que su amor a Dios y a los hermanos ilumine nuestros pasos en esta aurora del tercer milenio!