400 páginas con la primera autobiografía de Francisco - Alfa y Omega

400 páginas con la primera autobiografía de Francisco

El Pontífice narra en primera persona los vericuetos vitales que han marcado sus 88 años, desde su niñez en Argentina en el seno de una familia de emigrantes italianos hasta convertirse en el sucesor de San Pedro

Victoria Isabel Cardiel C.
El Papa Francisco en la audiencia general del 11 de enero
El Papa Francisco en la audiencia general del 11 de enero. Foto: CNS.

Es la primera vez que un Papa publica su autobiografía estando vivo. Francisco tenía previsto dejar sus vivencias por escrito y que el libro se publicase cuando hubiese muerto, pero el Jubileo que arrancó el pasado 24 de diciembre le hizo cambiar de opinión. Esperanza llega este martes a las librerías de Italia y estará a la venta a partir del jueves en más de 100 países.

A lo largo de 400 páginas, el Pontífice narra en primera persona los vericuetos vitales que han marcado sus 88 años, desde su niñez en Argentina en el seno de una familia de emigrantes italianos hasta convertirse en el sucesor de San Pedro.

La obra, publicada por la editorial Plaza & Janés (Penguin Libros), es el resultado de seis años de trabajo y ha sido escrita en colaboración con el periodista Carlos Musso que ha puesto en palabras las memorias del Papa. Según los extractos adelantados este lunes por la casa editorial a cuatro periódicos italianos —La Stampa, Avvenire, Il Messaggero e Il Giorno—, la vida del Papa arranca con un episodio espeluznante: el naufragio del transatlántico Princesa Mafalda, conocido como el Titanic italiano.

Sus abuelos, junto a su padre Mario, habían comprado los billetes para viajar en el buque que zarpó de Génova el 11 de octubre de 1927 rumbo a Buenos Aires. Sin embargo, finalmente no embarcaron debido a que no consiguieron vender a tiempo sus pertenencias. «Por eso estoy ahora aquí, no se imaginan la de veces que se lo he agradecido a la Divina Providencia», explica. También relata cómo la vida de su familia ha conocido «muchas penurias, sufrimientos, lágrimas, pero incluso en los momentos más duros experimentamos que una sonrisa, una carcajada, podían arrancarnos la energía necesaria para retomar el camino».

El Papa pone letra a las memorias de su niñez que transcurrieron «en el número 531 de la calle Membrillar» del barrio argentino de Flores en «una casa de una sola planta, con tres dormitorios, el de mis padres y los dos que compartíamos los hermanos, un baño, una cocina con comedor, un comedor más formal, una terraza». Sus raíces también se forjaron a partir de las amistades que nacieron en ese contexto incluso con una prostituta conocida como la Parota quien decidió cambiar de vida y abandonar la calle para atender a ancianos.

Bajo la impronta de la esperanza, un término elegido en consonancia con el Jubileo que se celebra este año, Francisco también afronta otras cuestiones de actualidad como la guerra, las migraciones, la crisis medioambiental, la política social, la sexualidad o el futuro de la Iglesia católica.

El Papa reivindica el don alegría y la necesidad de sonreír a la vida con una «sana ironía» como medicina contra el narcisismo. «La ironía es medicina, no solo para elevar e iluminar a los demás, sino también hacia uno mismo, porque la autoironía es una herramienta poderosa para vencer la tentación del narcisismo. Los narcisistas se miran continuamente al espejo, se pintan, se observan una y otra vez, pero el mejor consejo frente a un espejo es siempre reírse de uno mismo. Nos hará bien», indica el Pontífice en el libro.

Incluso, a lo largo de sus páginas, el lector podrá encontrar algunos chistes contados por el propio Pontífice. El diario italiano Avvenire ha adelantado uno de ellos: «Me han contado también una que me afecta directamente, la del Papa Francisco en América. Más o menos es así: tan pronto como aterriza en el aeropuerto de Nueva York para su viaje apostólico a los Estados Unidos, el Papa Francisco se encuentra con una enorme limusina esperándolo. Se siente un poco incómodo con tanto lujo, pero luego piensa que hace mucho que no conduce y nunca un coche como ese, así que se dice a sí mismo: bueno, pero ¿cuándo me volverá a pasar esto…? Mira la limusina y le pregunta al conductor: “¿No sería posible que me dejara probarla?”. Y el conductor: “Mire, lo siento mucho, Su Santidad, pero realmente no puedo hacerlo, ya sabe cómo son los procedimientos, el protocolo…”».

«Pero ya saben cómo es el Papa cuando se le mete algo en la cabeza, así que insiste, insiste, hasta que finalmente el conductor cede. Entonces, el Papa Francisco se pone al volante en una de esas enormes avenidas y… se entusiasma, comienza a pisar el acelerador: 50 por hora, 80, 120… Hasta que de repente suena una sirena y un coche de policía lo alcanza y lo detiene. Un joven policía se acerca a la ventana oscura, el Papa, un poco intimidado, la baja, y el policía se pone pálido. “Un momento”, dice, y regresa a su coche para llamar a la central. “Jefe… creo que tengo un problema”. Y el jefe le responde: “¿Qué problema?”. “Bueno, he detenido un coche por exceso de velocidad… pero hay alguien realmente importante dentro”. “¿Qué tan importante? ¿Es el alcalde?”. “No, jefe, más que el alcalde…”. “¿Y más que el alcalde, quién está? ¿El gobernador?”. “No, más aún…”. “¿Será el presidente?”. “Más, creo…”. “¿Y quién puede ser más importante que el presidente?”. “Mire, jefe, no sé bien quién es, pero le digo que ¡el Papa le hace de chofer!”», narra con sarna el Pontífice.

En su autobiografía también aparecen decisiones que marcaron el pontificado como la de no vivir en el Palacio Apostólico del Vaticano o llevar su propio maletín en el avión papal.

Francisco explica que prefirió vivir en la residencia Casa Santa Marta en el Vaticano porque «no puede vivir sin gente a mi alrededor» y revela que los encargados del protocolo del Vaticano le convinieron que se pusiera pantalones blancos, en lugar de negros, para llevar debajo de su nueva sotana papal blanca. «Me hicieron reír. No quiero ser vendedor de helados, dije. Y me quedé con los míos», escribe el Papa.

En Esperanza Francisco también desvela lo que considera errores o equivocaciones pasadas, como cuando de joven tuvo una fuerte discusión con un compañero de estudios que incluso llegó a las manos e insiste en que todavía hoy comete «errores y pecados».

«Siento que tengo una reputación que no merezco, una estima pública de la que no soy digno», escribe Francisco.

El Papa también se refiere al escándalo de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica y dice que se ha sentido «llamado a asumir la responsabilidad de todo el mal cometido por algunos sacerdotes». Así explica cuando arrancó su pontificado en 2013, el entonces Papa emérito le entregó una gran caja blanca llena de documentos «relativos a las situaciones más difíciles y dolorosas: casos de abusos, corrupción, manejos oscuros, malas acciones». Benedicto XVI le dijo entonces «aquí está todo» y «ahora te toca a ti» ocuparte de ello.

El Pontífice de 88 años —que se describe en el libro como una persona «políticamente inquieta»— condena la crueldad de la guerra y relaciona el actual auge del populismo con el de los años treinta y la Alemania de Hitler. Los jóvenes, escribe, necesitan saber «cómo nace y crece un populismo distorsionado» y recuerda las «elecciones federales alemanas de 1932-33 y a Adolf Hitler, el exsoldado de infantería obsesionado por la derrota de la Primera Guerra Mundial y por la “pureza racial”, que había prometido el crecimiento de Alemania tras un gobierno que había fracasado».

En sus memorias, el primer pontífice latinoamericano recuerda su infancia en Buenos Aires al abrigo de una comunidad «alegre, variada y muy unida, con personas de diferentes credos» pero un lugar donde también vio el «lado más oscuro y difícil de la existencia», como el «mundo carcelario» y la prostitución.