Fernando Ramón y Arturo García: «El Papa me preguntó si había ido al barro»
El ministerio de los obispos auxiliares electos de Valencia, que recibirán la ordenación este sábado, quedará marcado por la DANA
Fernando, ¿qué supuso su nombramiento, el pasado 6 de noviembre? ¿Quedó marcado de alguna forma por la DANA, que comenzó una semana antes?
Fernando Ramón: Desde luego que quedó marcado. No es posible olvidar el contexto tan doloroso y de tanto sufrimiento en el que se produjo. La situación incluso abrió un interrogante en mi discernimiento: «¿Por qué el Señor me pide esto en un momento tan concreto?». Yo reconozco que pensé si no era más prudente esperar un poco. Pero, como nos hizo ver el arzobispo, no dependía tanto de nosotros; así que ya está. Es verdad que ese mismo día el Papa colocó una imagen de la Virgen de los Desamparados durante la audiencia general, con lo que puso a toda la Iglesia a mirar hacia Valencia. Junto con nuestros nombramientos, fueron dos gestos de cercanía y de preocupación de Francisco por lo que estaba ocurriendo.
En sus primeras palabras tras el nombramiento dijo que era un momento eclesial importante. ¿A qué se refería?
F. R.: Considero que es un momento eclesial importante por varias razones. Principalmente por el camino que está impulsando el Papa hacia una Iglesia más sinodal, más abierta al diálogo, más atenta a las realidades que no son estrictamente eclesiales, más preocupada por tener una presencia mayor en el mundo. La propuesta de Francisco, reflejada en varias imágenes recurrentes —entre las que destaca la Iglesia de puertas abiertas o la Iglesia hospital de campaña—, es necesario asumirla definitivamente y hacerla vida. Esto pasa necesariamente por la conversión pastoral de las parroquias. Vivimos todavía una Iglesia muy dependiente de formas y situaciones del pasado y creo que hemos de ser capaces de renovarnos y de convertirnos en una Iglesia que pueda sintonizar y conectar con el mundo de hoy.
Arturo García nació el 25 de diciembre de 1967 en Alicante, aunque es natural de Jarafuel (Valencia). En 1989 ingresó en el seminario y fue ordenado sacerdote el 27 de mayo de 1995. Ha cursado la licenciatura en Teología en el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia, donde está a falta de presentar la tesina. Es delegado de Misiones desde el año 2011.
Arturo, usted ha sido delegado diocesano de Misiones. ¿Ha podido vivir la misión en primera persona? ¿Cómo se ven la Iglesia de Valencia y la española desde el extranjero?
Arturo García: Me hubiera gustado, pero no he tenido la oportunidad de salir a la misión de forma permanente. Solo he ido de visita, para acompañar a los misioneros o a los jóvenes con esta inquietud, una vez que Carlos Osoro me nombró delegado. Durante estas experiencias la Iglesia de Valencia, y la española, en general, se ven con mucha riqueza. Lo eclesial está metido en la cultura de la gente. Aquí hay personas que incluso se dicen ateas, pero que en el fondo viven cristianamente en muchos aspectos. En cambio, en la misión veo mucha más fe, pero una vida menos configurada según la moral cristiana. Salir a la misión también es muy reconfortante, porque uno percibe de forma más clara la labor de la Iglesia en todo el mundo. Se ve una Iglesia que se desgasta en el servicio a los demás.
¿Hoy Valencia es tierra de misión?
A. G.: Sí. Siempre lo ha sido. De hecho, creo que el problema ha surgido cuando hemos dejado de pensar que era tierra de misión. Recuerdo esas misiones populares que se hicieron después de la Guerra Civil. Animaron mucho la vida cristiana. Quizá luego, cuando se dejaron de organizar, tal vez pensando que ya todo el mundo era cristiano, es cuando han vuelto las dificultades. La Iglesia no puede dejar de ser misionera en ninguna parte del mundo porque nuestro objetivo no es que la gente venga a Misa, sino que sean santos. Y para eso hay que trabajar mucho.
¿Ha tenido oportunidad de hablar con el Papa a raíz de su nombramiento? ¿Cómo le ha visto?
A. G.: Sí, fuimos a Roma recientemente y nos lo presentó el arzobispo. Lo encontré muy bien. Iba andando con su bastón. Muy simpático con todo el mundo, a pesar de que era la tercera recepción de aquella mañana. Nuestra delegación estaba formada por cerca de 400 personas y saludó a todo el mundo, uno por uno. Cuando me llegó el turno, me dijo: «¿Habéis ido al barro a los pueblos afectados por las inundaciones? Ten en cuenta que la mejor preparación para ser obispo, el mejor bagaje, es que estéis con la gente que sufre, que vayáis y estéis ahora con esos pueblos que están llenos de barro».
Fernando Ramón nació el 15 de julio de 1966 en Valencia. En 1988 ingresó en el seminario y fue ordenado sacerdote el 28 de mayo de 1994. Es licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. También realizó los cursos de doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (1998-2005). Entre 2011 y 2024 fue rector del Seminario Mayor La Inmaculada.
Fernando, usted ha sido rector del seminario bastantes años. ¿Cómo ve el replanteamiento que se está llevando a cabo en este ámbito?
F. R.: Sí, en los últimos 15 años he estado en el seminario, dos como vicerrector y 13 como rector. De hecho, participé en la elaboración del plan de formación nacional de la Ratio nationalis y, más tarde, en el grupo de reflexión que creó Jesús Vidal, nombrado por el Papa referente para todo este proceso. Al final, viendo la situación de las distintas provincias eclesiásticas a nivel de vocaciones, creo que es un momento para ser valientes y dar pasos hacia la convergencia de la formación. Es lógico que todos los obispos deseen tener un seminario en su diócesis con un número suficiente de vocaciones, pero como eso ya no es posible, hay que ver como confluir, siempre buscando lo mejor para los seminaristas. Es necesario contar con comunidades amplias que puedan tener un buen equipo de formadores. Hay que implementar un plan de formación basado en los documentos tanto de la Ratio fundamentalis como de la Ratio nationalis. Creo que una cosa muy buena es la implantación definitiva en todos los seminarios del curso propedéutico, quizá aglutinando a los chicos por provincias eclesiásticas para asegurar la viabilidad. La experiencia que yo tengo de él es muy buena. Daba a los chavales un tiempo tranquilo de discernimiento, de formación, para después comenzar la formación ordinaria con un mayor bagaje. En mi caso, fue una experiencia que me ilusionó y que, bien realizada, creo que puede ser un beneficio para toda la Iglesia española.