Esa esperanza que la Iglesia siembra en su día a día
La Iglesia siempre está; no solo en las cosas concretas que llenan la prensa, sino para ofrecer una respuesta salvadora ante tanto mal
El Gobierno de Estados Unidos anunció el pasado lunes que el presidente Joe Biden había decidido conmutar por cadena perpetua las condenas a muerte de 37 de los 40 reos de la pena capital a nivel federal. Respondía a una campaña promovida, entre otros, por la organización Catholic Mobilizing Network y respaldada por los obispos del país e, indirectamente, por el Papa. Es, al cierre de esta edición, el último ejemplo —pronto penúltimo— de cómo cuesta encontrar una realidad en la que la Iglesia no esté presente. Algo especialmente evidente al hacer balance de los últimos doce meses. La Iglesia está en Gaza, Líbano, Siria, Ucrania y Myanmar, sufriendo con quienes padecen la tercera guerra mundial a pedazos y asistiéndolos. Es reprimida en Nicaragua por defender los derechos humanos y ha sido «fundamental» en Venezuela bajo la dictadura, como reconocía hace poco en nuestras páginas su presidente electo. No solo asiste a los vulnerables en los ámbitos más variopintos, sino que clama por sus derechos. Sus jóvenes fueron los primeros en echarse al barro después de que la DANA arrasara Valencia, porque estaban allí. De hecho, estaban entre los afectados. También llora y sufre los pecados cometidos en su seno.
Es la enorme ventaja que supone ser, con toda probabilidad, la institución más capilar que existe: siempre está ahí, y de una forma tan natural que parece que lo hace sin esfuerzo. Propios y ajenos lo dan por supuesto, sin percatarse de lo extraordinario de esta presencia. Es parte del secreto del Niño de Belén. Pero hay más: no solo está en cosas tan concretas como las que llenan la prensa. Está, sobre todo, para ofrecer la respuesta salvadora que trajo Dios hecho hombre a quien se sienta abrumado al ver tanto mal y, cómo no, a quien lo sufra e incluso participe en él. El año santo que acaba de empezar, dedicado a la esperanza, es una ocasión para constatar de forma extraordinaria cómo en su día a día la Iglesia la siembra en el mundo.