«No hay nada más vulnerable que vivir y a veces morir en la calle» - Alfa y Omega

«No hay nada más vulnerable que vivir y a veces morir en la calle»

La Comunidad de Sant’Egidio reparte mantas y sacos de dormir a sus «amigos de la calle». Así se refieren al millar de personas que atienden en Madrid con un plato caliente y cariño

Rodrigo Moreno Quicios
Roberto ha sufrido varias veces la retirada de sus pertenencias
Roberto ha sufrido varias veces la retirada de sus pertenencias. Foto: Rodrigo Moreno Quicios.

«En esta temporada en la que llega el frío, tenemos una especial atención con nuestros amigos porque pasar una noche en la calle es inhumano». Nos lo cuenta subiendo la calle de la Palma cargado de mantas Carlos Trujillo, miembro de la Comunidad de Sant’Egidio. Como cada miércoles y cada viernes él y el resto de integrantes de este movimiento de laicos recorren el centro de la capital para ofrecer en torno a un millar de cenas calientes a quienes viven al raso. La tarde en la que los acompañamos, debido al desplome de las temperaturas, también abrigos y sacos de dormir. De hecho, han lanzado una campaña de recogida que se prolongará todo el invierno, centralizada en la iglesia de Nuestra Señora de las Maravillas.

Trujillo, quien también se desempeña en la Obra Social La Salle San José, nos cuenta que «no hay nada más vulnerable que tener que vivir y a veces morir en la calle». De hecho, Sant’Egidio celebra todos los años un acto en memoria de quienes pierden la vida en el frío de la noche. «Sucede en esta ciudad y siempre en estos meses». Hacemos la primera parada en la calle Fuencarral. Allí Carlos y una decena de miembros de la comunidad se detienen a hablar con unos «amigos de la calle» que, aprovechando el cierre de una zapatería, se han instalado en su entrada, más resguardada y con menos trajín que los portales de alrededor. Antes de la visita, Trujillo detalla que «este es un servicio que llevamos haciendo desde hace más de 20 años. A las personas sin hogar nosotros las llamamos amigos de la calle». En primer lugar, porque es un término más digno. En segundo —y quizá más importante— «porque pensamos que a partir de la amistad, las historias de la gente pueden cambiar».

Eduardo Amores participa en la Comunidad de Sant’Egidio desde 2009
Eduardo Amores participa en la Comunidad de Sant’Egidio desde 2009. Foto: Rodrigo Moreno Quicios.

Tal es el caso de Antonio, que todas las semanas se une a esta ruta que sale de Nuestra Señora de las Maravillas. «Yo soy pobre, vivo en situación de calle, tengo una discapacidad y antecedentes penales», nos cuenta. Con un pasado complicado y un perfil que muchos asociarían más a recibir ayuda que a ofrecerla, tras mucho trabajo está a un paso de conseguir techo propio y es el primero en esta cadena de solidaridad. Otros con una realidad complicada, como Carmen, que vive en una pensión, salen de sí mismas en esta caravana de ayuda con personas unidas por el deseo de servir.

Tras compartir la cena con los primeros amigos de la calle, que ahora lo son nuestros, nos dirigimos a la calle Montera. Quedan aún más de 990 platos que repartir, así que el tiempo apremia. Los voluntarios más regulares se sorprenden porque la cola de gente esperándolos este miércoles es la más larga que han visto en el año. Se organizan. Mientras algunos amigos recogen las mantas y los sacos que les entregan, otros reciben un plato de lentejas de las grandes tarteras que la Comunidad de Sant’Egidio les ha preparado. Gonzalo, que no se llama así pero prefiere discreción, nos cuenta que antes de acabar en situación de calle él también era periodista y que «lleva el oficio en la sangre», por lo que siempre tiene olfato para lo que se cuece por Madrid.

Personas sin hogar reciben alimento y abrigo en la calle Montera de Madrid
Personas sin hogar reciben alimento y abrigo en la calle Montera de Madrid. Foto: Rodrigo Moreno Quicios.

De cuclillas sobre las cazuelas, Eduardo Amores sirve cucharones de lentejas. Lleva haciéndolo 15 años y, aunque este miércoles no han venido, muchas veces se lleva a sus hijos porque «son pequeños, pero nos gusta que crezcan en este ambiente de solidaridad, justicia y Evangelio». Con la confianza de hablar con un medio especializado, explica que «aquí nos encontramos con el Dios de la vida en el que tanto creo» y que «no venimos en nombre propio sino de Aquel que nos convoca, que es Jesús de Nazaret». Después matiza: está tan convencido de lo que hace que «si fuerais una tele generalista os diría lo mismo».

De fondo oímos una queja que volveremos a escuchar a otros durante la noche. «Hoy me han robado la mochila», dice una voz anónima. No es que se le hayan hurtado, pero ya no la verá más. Trujillo nos da contexto: «Un problema de quienes viven en la calle es que los servicios de limpieza o la misma Policía les quitan las cosas, su ropa, sus mantas. Cuando llega de nuevo el frío no tienen nada para abrigarse». Una práctica invisibilizadora que, con el pretexto de la seguridad ciudadana, dificulta aún más la vida a la gente que duerme «en esta zona del centro que se intenta mantener limpia de cara hacia fuera, pero que  necesita una mirada más profunda y comprometida hacia dentro». Hace poco le pasó también a Roberto, instalado en la calle del Carmen desde hace dos años. Denuncia que hay agentes que «a veces te persiguen como si fueras un delincuente». Algo muy diferente a lo que le sucede con sus amigos, quienes «siempre te escuchan». «Es importante porque no todo el mundo está dispuesto a hacerlo».

«Cada uno es una amistad única»

La iglesia de Nuestra Señora de las Maravillas, a un tiro de piedra de la plaza del Dos de Mayo, está confiada a la Comunidad de Sant’Egidio desde 2016. Tíscar Espigares, su responsable en Madrid, nos cuenta tras rezar con sus hermanos que el reparto de abrigo y cenas «es una ocasión para ver a nuestros amigos, saber cómo están, pasar un rato con ellos y celebrar su cumpleaños si hay alguno». De hecho, durante nuestra visita, comemos un trozo de tarta de chocolate porque tenemos la suerte de llegar para la fiesta de Carmen, quien ayuda y es ayudada. Según Espigares, con cada persona que visitan «hay una amistad única e irrepetible».