Ucrania frente a la amenaza atómica
El uso de armamento diseñado para un ataque nuclear deja claro que Rusia es capaz de causar «una gran destrucción no solo en Kiev sino también en Europa», afirma una experta
La nueva doctrina bélica de Rusia, que ha ampliado los escenarios en los que hará uso de armas nucleares, no ha calado especialmente en la población ucraniana. No es que crean que Vladímir Putin va de farol, sino que «están acostumbrados a este tipo de amenazas», asegura el nuncio apostólico en Ucrania, Visvaldas Kulbokas. «La posibilidad de un bombardeo nuclear ha estado presente desde el primer día del conflicto», reseña. La semana pasada, Moscú ordenó un ataque contra una fábrica militar de Ucrania en la provincia de Dnipro, con un misil hipersónico de medio alcance, un arma capaz de portar cabezas nucleares. El diplomático de la Santa Sede lo contextualiza como «un elemento más de esta guerra que no tiene ninguna explicación racional». Sin embargo, lo cierto es que se abrió una nueva fase internacional en el conflicto. Aunque cargase ojivas explosivas convencionales, fue la primera vez que se usó un cohete balístico estratégico de rango intermedio en una guerra. Tras el lanzamiento del misil ruso de nueva generación, la OTAN convocó el pasado martes una reunión de urgencia en su sede en Bruselas. Además de los embajadores, participaron las autoridades de Kiev.
Incluso aunque no se hubiera usado, la creación del arma empleada por Rusia en Dnipro, capaz de alcanzar una velocidad de entre 2,5 y 3 kilómetros por segundo, incumpliría el extinto Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio con Estados Unidos. Tras su lanzamiento, Putin lo justificó diciendo que ambos países habían abandonado el acuerdo en 2019, bajo la presidencia de Donald Trump. Entonces la Casa Blanca acusó a Moscú de fabricar otro cohete convencional que violaba el pacto al superar los 500 kilómetros de alcance y poder portar ojivas nucleares.
Más allá de diatribas políticas, lo que está claro es que el ataque ruso «se produjo justo después del permiso que dio Estados Unidos al uso de misiles de largo alcance», asegura la académica ucraniana Polina Sinovets, la directora del Centro de No Proliferación de Odesa (OdCNP). Se refiere al hecho de que el 18 de noviembre, coincidiendo con los 1.000 días de la invasión rusa, Kiev lanzó misiles estadounidenses de largo alcance ATACMS sobre suelo ruso y golpeó un arsenal en la región de Briansk, a 130 kilómetros de la frontera. A ello le siguió una andanada de misiles británicos Storm Shadow. Demostró así que los ATACMS, con 300 kilómetros de alcance, pueden emplearse en otras regiones rusas. Una línea roja que Ucrania y sus aliados traspasaron y que provocó la reacción de Rusia.
Sinovets no cree que Putin vaya a utilizar armas nucleares en Ucrania, pero alerta de que «aunque la posibilidad de su uso sea muy baja, existe y no hay que pasarla por alto». «Sabemos que los misiles que Putin ha utilizado en Ucrania son de doble uso: pueden utilizarse tanto con cabezas convencionales como nucleares. Así, ha dejado claro que puede causar una gran destrucción no solo en Kiev sino también en Europa», asegura. En definitiva, con esta demostración de fuerza, Rusia —que también ha logrado implicar en el conflicto directamente a más de 10.000 soldados de Corea del Norte— pretendió disuadir de otro ataque sobre suelo ruso como el de la semana pasada. «La respuesta de Rusia y la amenaza nuclear tienen el objetivo de mandar un mensaje claro a Occidente para que no interfiera en el conflicto», explica Sinovets.
Miedo a Trump y al invierno
Mientras tanto, sobre el terreno, decenas de miles de muertos y heridos después, casi todas las familias están de luto. «Es difícil encontrar una que no esté llorando por un ser querido, sobre todo, en las regiones orientales, donde la guerra avanza de una ciudad a otra empujándolos a huir», explica Kulbokas, quien en estos más de dos años de bombardeos ha llevado la caricia del Papa por todo el país. Habla con Alfa y Omega a su regreso a Kiev tras pasar unos días en Zaporiyia para participar en la toma de posesión canónica del nuevo exarca grecocatólico de Donetsk, el obispo Maksim Ryabukha. Relata que tras la celebración, un general del Ejército le pidió que, además de oración, la Iglesia los ayudase con acciones concretas como la presencia de más capellanes militares en el frente. Necesitan sacerdotes que «apoyen a los muchachos que sufren el desánimo y el estrés de la guerra». Algunos parroquianos le confesaron, además, sus temores de que con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca haya una cesión de territorio ucraniano que haga que sus casas acaben en manos de los rusos. En los territorios ocupados «la iglesia griegocatólica está prohibida y no permiten la presencia de organizaciones como Cáritas», describe. La llegada del invierno es otro de los miedos que anida en el corazón de los ucranianos. Muchos temen que, como ya ocurrió el pasado jueves con una operación a gran escala, el Ejército invasor vuelva a atacar de forma sistemática las infraestructuras eléctricas, cuyo funcionamiento garantiza que la población pueda sobrevivir a temperaturas bajo cero.